Revista Cine

René tenía razón

Publicado el 12 noviembre 2012 por Josep2010

La humanidad siempre ha tenido muy en cuenta el factor tiempo, esa medida que nos coarta y constriñe con un principio y un final; llegar al término a muchos les resulta pavoroso y es un sueño recurrente y ambicioso considerar posible el dominio del tiempo, domeñarlo hasta el punto en que uno pueda moverse, trasladarse, a través de él.
El viaje a través del tiempo es un tema tratado en diversas ocasiones por diferentes autores, la mayoría de ellos adscritos al género de la ciencia ficción con mejor o peor suerte.
En el cine como es natural también existen películas que versan sobre las alteraciones temporales que afectan diferentes personajes cuyas historias componen tramas en ocasiones provistas de originalidad sin rechazar la lógica que debe presidir un relato de ciencia ficción a riesgo de convertirse, en su ausencia, en un galimatías insufrible.
Imagino que gracias a sus buenos contactos Rian Johnson consiguió convencer a propios y extraños que el guión que había escrito se podía convertir en una película de culto siempre y cuando él mismo se ocupara de dirigirla y naturalmente el proyecto nació con la complicidad del actor Joseph Gordon.Levitt, no en vano ambos habían obtenido al parecer cierto éxito con una cinta -para mí desconocida- allá por el 2005, hace apenas siete años.
La película iba a contar con la presencia taquillera de Bruce Willis -cabe que suponer un héroe para los dos ya citados- y de la solvente Emily Blunt que despierta pasiones encontradas por doquier.
René tenía razónEl título, Looper, se refiere al bucle: al bucle temporal que ya tratamos aquí hace un año, ese bucle en el que hay que introducirse con cuidado porque puede uno salir escaldado.
El guión de Johnson demuestra claramente que el juan palomo de turno o no ha leído o no ha querido tener en cuenta las disquisiciones filosóficas que teniendo el tiempo como sustancia manifestó el científico ruso Dr. Igor Nóvikov que moviéndose en un terreno especulativo no deja de lado la lógica, como lo hicieron antes otros autores y como también hemos visto en el cine y la televisión en varias ocasiones.
Johnson se pone la filosofía y la lógica por montera y procede a construir una película de malvados y malvados en la que los malvados del año 2044 se ocupan de matar con una regadora o trabuco a los malvados que los malvados del año 2074 les envían a través del tiempo con una mochila llena de lingotes de plata. Porque resulta que en 2074 los malvados no pueden matar a nadie, porque está prohibido: no nos adentramos mucho ni nos preguntamos si está permitido en cambio mandar tipos al pasado para que reciban matarile seguro porque entonces la película pierde toda la gracia.
O sea, que es una película para no pensar. Pues vale.
Y entonces resulta que desde el futuro llegó hace tiempo un tipo que es el que ha fichado a los malos de 2044, que se drogan con colirio y que sin tener puntería ni nada, como en 2044 la cosa está tan chunga que nadie se fija, van y matan a los tipos que se les aparecen de repente, ¡tachán! encima de un plástico preparado en medio del páramo (o sea, que no es para que se manche de sangre el suelo), lo envuelven y lo tiran a un horno y lo hacen desaparecer, pero primero recogen la plata que el tipo llevaba adosada como una mochila, y esa plata se la gastan comprando jeringuillas llenas de colirio, y vuelta a empezar.
¿Qué? ¿Se divierten? Pues eso es lo que hay. ¿Quieren más? Vamos a ello.
Resulta que sin venir a cuento alguien, el malo que manda en el futuro, seguramente, ha decidido cerrar círculos y no ha tenido otra idea genial que enviar al pasado a los mismos asesinos para que se maten a sí mismos, y para que se consuelen los lingotes son de oro en vez de plata.
O sea, que se pegan un tiro a sí mismos pero con treinta años más. Total, como van con una caperuza, se enteran después del trabucazo. Una fea jugarreta, porque habiendo muchos asesinos a sueldo, "loopers", ya son ganas mandar al mismo para que se autoliquide con treinta años de diferencia.
Más que de locos, de tontos, y ahí ya empieza a flojear la cosa.
Pero Johnson no se queda ahí: resulta que uno de los tipos se escapa. Que te lo piensas bien y te preguntas: ¿Y los otros, no saben lo que va a pasar?¿Que no se acuerdan de cómo hicieron su fortuna, liquidando pájaros encapuchados a bocajarro? Pues nada: sólo uno, que con un protagonista dual ya está bien.
Supongo que los derroteros de la película de Johnson son contemplados de forma diferente por cada espectador: reconozco que para mí la lógica interna de las historietas es fundamental porque si no me cuadran no me creo nada y la incredulidad me aparta de la pantalla de inmediato y en este caso la cantidad de contradicciones es tal que me quedé a mitad del generoso metraje -prácticamente dos horas- con ganas que se acabara ya el cúmulo de despropósitos.
Hay una serie de secuencias de acción bien narradas, con ritmo y brío, pero hay una serie de baches que remiten nuevamente al aspecto filosófico de la trama y pensar perjudica la atención que se pueda dispensar a la película que se inspira claramente en Terminator pretendiendo una vuelta de tuerca más que no resiste un análisis serio y pausado provisto de rigor y disciplina, eso que cada vez es más denostado incluso en los ambientes teóricamente intelectuales y culturales donde la ineptitud, la falta de conocimiento previo, la incultura en suma, se convierten en una pirueta circense que los charlatanes de nuevo cuño presentan como verdades incontestables.
Hay determinados aspectos en la trama que podrían ofrecer en manos de guionistas de verdad excusas para confeccionar tramas inteligentes, pero quedan en meros remedos, casi guiños, en manos de Johnson, que ni siquiera puede conseguir que la degenerada técnica de Bruce Willis, que un día supo ser comediante, se contagie al resto del elenco; y me refiero a Emily Blunt, claramente desaprovechada, porque al también productor ejecutivo Joseph Gordon-Levitt (que no pudo ver de estreno Die Hard) por mucho que admire a Willis y ponga la pasta, alguien debería decirle que, como actor, mejor que se fije en cualquier otro a tomar como modelo, porque está consiguiendo ser casi tan inexpresivo como su héroe. Quizás, claro, ahora caigo, porque son dos caras de la misma moneda.
He leído algún comentario por ahí intentando convencerme que el final hay que interpretarlo de forma distinta a como yo lo hago, y he podido leer críticas que aseguran que esta película acabará siendo una obra maestra y segurísimo, una obra de culto para cinéfilos. Y a mí que me parece que nadie se ha molestado en reflexionar siquiera cinco minutos para comprender la paradoja del abuelo que escribió hace setenta años René Barjavel.
Creo sinceramente que René tenía razón y que esta película es una pérdida de tiempo.
Tráiler

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