(JCR)
En mi post anterior les hablaba de mi amigo Laurent, un médico congoleño que trabaja en Libreville al que puse como ejemplo de persona íntegra que no se deja corromper y que es fiel a sus principios. Hoy me temo que tengo que presentarle como uno de los muchos africanos que sufren por la incompetencia, la dejadez o la perversidad de sus gobiernos. Les cuento.
Laurent, su mujer y sus tres hijos lleva en Gabón cinco años. Entiendo que una persona de carácter emprendedor y con un gran sentido de la responsabilidad, como es su caso, decidiera en su día emigrar. Viví un año en su país, la República Democrática del Congo, y puedo decir con conocimiento de causa que allí un médico gana alrededor de unos 400 dólares al mes. Me imagino que un buen día, propuso la idea a su mujer, hablaron del futuro que querían dar a sus hijos, tal vez compartieron las noticias que les llevaban por medio de amigos de que en Gabón un médico competente podía ganar mucho más y decidieron venir e instalarse en Libreville. Aquí Laurent trabaja como un león en dos clínicas, mañana y tarde, sin fines de semana, y con muchos días de guardia de noche. Su mujer, que es administrativa, invirtió los ahorros de la familia en poner en marcha un pequeño restaurante que no les va mal. Ambos podían ser un prototipo de la nueva clase media que surge en muchos países africanos y que, si aumenta hasta llegar a proporciones considerables, puede ser un motor de cambio en sus sociedades.
Aunque el trabajo es mucho y se abren paso con grandes sacrificios, los dos estaban contentos y empezaban a hacer planes de construirse una casa en su país, invertir en la educación de sus tres hijos, tal vez hacer algún curso de post-graduado… Pero su gozo en un pozo. Hace pocas semanas fueron a la embajada de su país para renovar sus pasaportes, y allí les dijeron que la única posibilidad de realizar este trámite es volver a Kinshasa y realizarlo allí, pasando antes por su provincia de origen para obtener los necesarios documentos. Echaron cuentas, y pagar los billetes de avión para los cinco, las tasas para los pasaportes, más los sobres “extraoficiales” que hay que pasar por debajo de la mesa para acelerar las cosas… les va a costar algo más que la cantidad de dinero que han podido ahorrar durante estos cinco años. Con los pasaportes a punto de caducar, han tenido que ir también a la oficina de inmigración en Libreville y gestionar una prórroga de sus papeles de residencia, lo cual supone más dinero.
No es extraño que las embajadas de muchos países africanos apenas ofrezcan servicios consulares básicos a sus ciudadanos. El gobierno central suele aducir que no tienen presupuesto suficiente. Y, en cualquiercaso, sus representantes diplomáticos están más ocupados en realizar sus negocios personales que en atender a sus compatriotas. Recuerdo cuando trabajaba en un proyecto humanitario en Goma, que al lado del centro para jóvenes que construimos se levantaba un hotel propiedad del embajador congoleño en Uganda que le reportaba muy buenos beneficios. Un día, por curiosidad, busqué su nombre en Google y me encontré que aparecía en informaciones que le relacionaban con tráfico de minerales, actividad que le hizo posible enriquecerse en poco tiempo.
Muchos Estados africanos están asentados sobre una base endeble: la forma de comportarse de sus dirigentes muestra que los que ejercen el poder político buscan su propio enriquecimiento, y están muy lejos de tener como finalidad garantizar servicios de calidad a sus ciudadanos. El Estado se gastará millones de dólares en, por ejemplo, comprar una flota de coches de lujo a su presidente y a sus ministros, y los que detentan el poder utilizarán los recursos públicos para su propio provecho con toda impunidad. Esto explica que, una vez en el poder, muchos presidentes hagan todo lo posible por aferrarse al sillón. Pero invertir dinero para que, por ejemplo, en una embajada se pueda gestionar la obtención de un simple pasaporte, eso es mucho pedir. Millones de africanos sufren las consecuencias. A Dios gracias, a muchos de ellos se les está acabando la paciencia.