Hace tiempo que me quejo de la falta de tiempo, de ir siempre con la lengua fuera. La verdad que para mi, por mi carácter o mi forma de ser, esa manera de vivir me mina el ánimo. Sé que es a lo que casi todos estamos condenados, pero me resisto a conformarme y asumir que esto es lo que toca.
¿Cómo mejorar eso? No es fácil, vivimos entre rutinas que nos comen. Pero soy de la opinión que siempre es posible hacer algo. Da igual si es poco o mucho, pero algo es algo, y algo es mejor que nada.
Estaba claro que debía ordenar un poquito mis días y ver cómo podía optimizar mi tiempo de tal manera que no tuviera que estar siempre con la atención en mil sitios. Necesitaba reorganización. Después de un par de semanas de dar algunas vueltas y ajustar me siento un poco más despejada. No es que haya hecho grandes cambios pero me he dado algunos respiros que me vienen muy bien.
Os cuento algunas de las cosas que he hecho:
- Me levanto 20 minutos antes para no tener que correr desde primera hora de la mañana. Eso implica que la gran mayoría de los días caigo rendida en cuanto Rayo se va a la cama. ¿Qué significa eso?, ¿no poder ver alguna de las series que papá sin complejos y yo seguimos?, bueno asumo la pérdida ;) Pero ese tiempo extra matutino me da mucha vidilla.
- Al ganar tiempo tan temprano, implica que cuando Rayo llega del cole la mayoría de los días tengo casi todo mi trabajo terminado. Un par de pinceladas aquí o allá y puedo cerrar el ordenador.
- A veces el ordenador se queda encendido lo cual, y sin darme cuenta además, hacía que me ocupara de cosillas del trabajo. He puesto un horario límite, pasado el cual, las aplicaciones y correo del trabajo se cierran.
- Mi móvil pasó a mejor vida hace un par de semanas y, sinceramente, no he querido gastarme un pastizal en otro, no es el mejor momento. Así que he rescatado uno antiguo y con menos prestaciones que había por casa. Resultado: menos vida 2.0 a favor de la 1.0. Cuando te pasa algo así te das cuenta de la cantidad de tiempo que dedicas a la vida online. Menos pantalla y más vida.
- Entre cole y extraescolares, aprovechando ese ratillo, hacía la compra en el supermercado. ¡¡Mal fatal!! Implicaba correr y correr. Así que ¡se acabó! Los productos frescos los compro un día entre semana tranquilamente por la tarde después de recoger al peque de fútbol. Vamos los dos sin prisa, que las tiendas están de camino a casa. Y la compra del súper se hace el fin de semana despacito, recorriendo los pasillos con el carrito, en familia, sin listas de la compra, viendo lo que se necesita. Y luego cargándola todos, que mi hombro derecho ha estado hecho polvo por culpa de ser muy burra.
- Un par de días entre semana, al menos, un poco de ejercicio: una caminata a buen ritmo durante -como poco- 30 minutos, no es mucho pero es un objetivo que puedo conseguir fácilmente. Un poco de yoga en casa. Y cuando no se puede, ¡meditación! Si no la has probado, te lo recomiendo. No hace falta saber o tener mucha técnica, escoge un poco de música relajante, cierra los ojos y desconecta, no pienses, sólo respira y sumérgete en la música.
- La comida del día siguiente, mejor hacerla por la noche. Mientras hago la cena, organizo gran parte de la comida de mañana. Eso supone ahorro de tiempo. Mientras estamos en la cocina, charlamos, nos ponemos al día papá sin complejos y yo y organizamos todo juntos. De este modo, además, él puede llevarse un rico tupper de comida casera al trabajo, lo que nos ahorra dinero.
- Un día entre semana café con amigas. ¡La desconexión, las risas y el buen rollo son la mejor terapia!
- El fin de semana no se hizo para hacer mil planes con los niños. Ellos también necesitan descansar y tener tiempo hasta para aburrirse. Está bien organizar un par de cosas pero yo al menos necesito echarme algún día la siesta, no ir todo el día mirando el reloj. Habrá días con más planes pero si un finde necesitáis relax, no lo dudéis, ¡descansad! Si al final nuestros hijos con un rato de parque, un poco de juego con papá y mamá, son felices.
Son pequeñas cosas, pero me he dado cuenta que intentaba asumir demasiado, y todos tenemos un límite que no debemos sobrepasar. A veces incluso culpamos a nuestras parejas, a la no-conciliación, a la falta de ayuda. Pero la realidad es que nosotras mismas debemos pisar el freno, no exigirnos tanto y ser conscientes de hasta dónde podemos llegar.