Revista Cultura y Ocio
"Lo que es el corazón de Simon Limbres, ese corazón humano, desde que se aceleró su cadencia en el instante de nacer cuando otros corazones se aceleraban a la par, saludando el evento, lo que lo hizo brincar, vomitar, engordar, danzar liviano como una pluma o pesar como una piedra, lo que lo aturdió, lo que lo hizo derretirse, el amor; lo que es el corazón de Simon Limbres, lo que filtró, registró, archivó, caja negra de un cuerpo de veinte años, no lo sabe nadie con exactitud; sólo una imagen en movimiento, creada por ultrasonidos, podría emitir su eco, mostrar su alegría que dilata y su tristeza que encoge."
Hay temas que son universales, seguros, que no fallan. Hay temas tan atractivos, como duros.
Y volver a ellos es una constante. Por eso me fijé en este título y por eso, hoy traigo a mi estantería virtual, Reparar a los vivos.
Conocemos a Simon Limbres el día en que muere en un accidente de tráfico. Regresa con sus amigos de hacer surf. Ese mismo día se pone en marcha una maquinaria tan terrible como milagrosa y, durante 24 horas, seguiremos cada instante la sombra de esta muerte, fijándonos en la estela de un corazón que servirá para salvar la vida de una traductora de 50 años.
La apertura del libro es un golpe directo al lector: la vida, el mar, el surf, la insultante juventud que espera entrar a un mar helado: las olas, los sentimientos, el instante... ESE instante. Y automáticamente su precio: el reverso, la muerte de Simon. Y la tarea de Kerangal es hacer de Simon el gran protagonista de la historia. Su figura postrada en la cama de un hospital, su muerte ya declarada, es la gran protagonista de una historia que torna lo trágico en hermoso mediante el uso de las palabras. Porque si algo define este libro es la belleza de las palabras que fluyen en frases que se van dilatando, que hablan de música, de sentimientos, de sensaciones. Frases larguísimas que nos roban el aire como muchas veces lo hace la propia vida, como se lo hace a sus protagonistas el conocer la muerte de su hijo. Kerangal ya lo hizo, ya nos metió de lleno en el tema, desde el momento en que suena el teléfono de la madre de Simon estamos en sus manos, temiendo su llegada al hospital. Pero llega, y también el padre, a encontrarse con la tragedia vestida de blanco dando la peor noticia que se puede recibir y justo tras asestar ese golpe, abrir otra posibilidad, la de la vida que se abre camino a partir de una muerte: la donación. Un tema complejo, lleno de implicaciones de todo tipo. Salvar vidas a partir de la muerte de lo que más se quiere, convertir al fallecido en salvador, en ayuda; luchas contra todas las reticencias, la decisión en un momento de dolor, las creencias, los prejuicios, el miedo a que le quiten lo suyo, a que nos lo quiten: el luto. Es complicado, muy complicado. Y la autora sabe entrar en ello para hacernos reflexionar mientras leemos, para que sin apenas darnos cuenta tomemos posiciones al respecto.
España es un país en el que las cifras de donaciones dicen mucho a favor de nosotros. Pero sigue siendo un tema espinoso, siempre que se mezclan los sentimientos lo es. Por eso continuamos la lectura, que da paso a un fuerte componente médico; nos lleva por las listas de espera, las necesidades las edades las ilusiones, los quirófanos. Trasplantar un corazón: el corazón como órgano y también como depósito de sentimientos; quitar un corazón a un hijo, decidirlo, salvar una vida con él... una vez más complicado. Y esa será nuestra estela a seguir hasta hallar a quien lo reciba. Reparar a los vivos, a todos. Quizás incluso al lector.
Reparar a los vivos es una historia que transcurre en un día, llena de musicalidad en sus hermosas letras que nos habla de una tragedia y también de un milagro. Asfixiante en sentimientos, en sensaciones, nos conduce por el difícil camino de la donación de órganos mientras nos muestra a la vez la parte más profesional; los médicos. Esa doble mirada que va siempre de la mano con la familia que dona, con la que recibe, evita que el libro caiga en un sentimentalismo barato y también le otorga a la narración algo de solemne, de real. Hablar sólo de familias o sólo de quien opera hubiera sido dejar coja una novela cuya lectura se antoja casi necesaria por lo reflexivo.
Me ha gustado recorrer el camino, me ha dejado sin aire a ratos, como la vida misma. En su versión más trágica y también en la más hermosa. Sin cargar tintas.
Y vosotros, ¿hay algún tema que consideréis una apuesta segura en vuestras listas de lecturas?
Gracias