“Yo, que pertenezco a un pueblo de refugiados, cuya experiencia ha sido tal que hace que todavía me sienta algo inquieto si no tengo un pasaporte vigente y el suficiente dinero para transportarme al país adecuado más cercano en un corto plazo, puedo entender la situación de los keniatas asiáticos y me horrorizan los funcionarios de inmigración británicos de una manera mucho más profunda y visceral que aquellos para quienes el tema es centralmente uno de igualdad de derechos y libertades cívicas en general” (Eric Hobsbawm, 1969).
Eric John Ernest Hobsbawm, uno de los historiadores marxistas más leídos del siglo XX, falleció el primer día de este mes, a los 95 años. Aunque no pretende ser una examinación adecuada de su obra y sus ideas, Radical Socialist presenta un corto vistazo a su vida y a su política.
Nacido de un padre de procedencia polaco-judía -que era funcionario británico- y una madre judía austríaca, Hobsbawm pasó sus primeros años en Austria. Después de la muerte de sus padres, él y su hermana fueron criados por familiares. Estudió en Berlín hasta 1933, año en que Hitler tomó el poder. Su familia se mudó entonces a Gran Bretaña. Hobsbawm recibió su doctorado de la Universidad de Cambridge University y trabajó por mucho tiempo en el Birkbeck College. Durante la Segunda Guerra Mundial sirvió en el Cuerpo Real de Ingenieros, del Ejército británico. Hacia los 95 años y peleando contra la leucemia, murió el 1º de octubre de 2012.
De joven, mientras estaba en Berlín, Hobsbawm había sido atraído por la política comunista. Se unió al Partido Comunista de Gran Bretaña (PCGB) en 1936, y formó parte de su famoso Grupo de Historiadores Marxistas. A diferencia de otros, como Christopher Hill o E. P. Thompson que, asqueados por las revelaciones sobre el estalinismo y por la represión brutal a la Revolución Húngara, se fueron del PCGB, Hobsbawm siguió siendo un decidido militante del partido y un sutil defensor del estalinismo.
Esto no significa que Hobsbawm fuera un historiador de menor calibre. De hecho, fue uno de los más grandes historiadores del siglo XX. Su preocupación era la doble revolución que parió la modernidad capitalista en Europa -La Revolución Francesa y la Revolución Industrial. Sus libros sobre estos temas -”La Era de las Revoluciones”, “La Era del Capital”, “La Era del Imperio” e “Industria e Imperio”- se han transformado (a pesar de las acostumbradas advertencias de los docentes de orientación derechista, de que habían sido escritos por un marxista), en textos de estudio estándar en todo el mundo, o al menos donde el inglés es usado en la educación superior. También fue uno de los fundadores de “Past and Present”, una de las publicaciones históricas más influyentes, en la que cooperaban marxistas y no marxistas.
Hobsbawm también fue una de las figuras que inauguraron el desarrollo del concepto de “invención de la tradición”. Su obra también muestra una atención seria a la historia social, por ejemplo en su estudio del Bandidaje Social.
La debilidad de Hobsbawm fue su “lectura” sobre el siglo XX, la Revolución Rusa y el estalinismo. Tendió a presentar una apología objetivista, con el esencial argumento de que incluso si el poder lo hubiera tomado alguien menos despiadado que Stalin, las circunstancias hubieran resultado en una similar violencia en gran escala, realizada en función de los intereses de la construcción socialista. Esto involucra, en primer lugar, la evaluación de que las revoluciones europeas estaban destinadas a fracasar. En segundo lugar, significaba no ver al estalinismo como un sistema de gobierno burocrático -la dominación de una capa social burocrática que había usurpado el poder-, sino como ciertos rasgos personales de Stalin. En nombre de evitar hacer historia contrafáctica, Hobsbawm evita evaluar seriamente programas y políticas alternativas.
¿Por qué objetamos esto? Después de todo, los trotskistas han sostenido por mucho tiempo que el estalinismo no es un subproducto inevitable del marxismo, sino el resultado de sucesos concretos -el aislamiento de la Revolución Rusa en un país atrasado, el fracaso de la Revolución alemana, el atraso histórico de Rusia, etcétera-. La diferencia yace en que Hobsbawm le niega un rol importante -uno podría decir, por momentos, cualquier rol- a las fuerzas subjetivas, a los partidos, programas, políticas.
A Hobsbawm le desagradaban, sin embargo, tanto los giros ultraizquierdistas como las brutalidades del estalinismo. Habiendo llegado al movimiento comunista internacional durante el ascenso del fascismo, lo que lo motivaba -y a muchos como él-, no era la autoemancipación de la clase obrera, sino el frentepopulismo antifascista. Sus últimas obras muestran a un partidario impenitente del frentepopulismo. Al mismo tiempo, él consideraba que la Guerra Civil Española estaba destinada al fracaso porque la gente no aceptaba la centralización necesaria. El sostenía que el POUM -marxistas disidentes, acusados de ser trotskistas, aunque, de hecho, se formaron mediante la fusión de un grupo que rompió con las filas trotskistas y de otro que nunca fue trotskista- era pequeño e irrelevante, pero ni siquiera intenta explicar por qué el partido de su amigo Santiago Carrillo asesinó a tantos poumistas y anarquistas.
El dilema de Hobsbawm se ve reflejado en su conciencia sobre los problemas de ser un comunista oficial pro Moscú y de escribir relatos verídicos sobre el siglo XX, cosa que evitó hacer por mucho tiempo. Sus escritos sobre la Revolución húngara muestran una consciencia de que era una revolución obrera, no una contrarrevolución alineada a Horthy, como sostenía Moscú y sus acólitos. Pero su carta publicada en el periódico del PC decía que aprobaba, aunque con el corazón apesadumbrado, la invasión soviética de Hungría.
En la política británica, Hobsbawm se había unido al ala eurocomunista del PCGB. En su famosa Conferencia Conmemorativa sobre Marx, “¿Se ha frenado el avance del laborismo?”, él unía el destino de la clase obrera con los devenires de los partidos obreros reformistas, electorales. No es sorprendente, entonces, que se volviera el marxista admirado por Neil Kinnock, el mismo líder laborista que purgaría del Partido Laborista a la Tendencia Militant, una corriente trotskista que trataba de desarrollar un trabajo político en el Partido Laborista y que había logrado cierta influencia.
Al mismo tiempo, Hobsbawm seguía teniendo aguda consciencia del imperialismo y del racismo. No estaba afectado por el nacionalismo de los colonizadores, como muestra la cita que da inicio a esta nota.
Mientras peleamos para construir un movimiento revolucionario en el siglo XXI somos conscientes de que, como marxistas, debemos aprender a lidiar con las realidades del siglo XX. Hobsbawm, quizás el principal historiador marxista -de hecho, el más poderoso historiador del siglo XIX-, trastabilló cuando escribió sobre el siglo XX, porque nunca pudo hacer una evaluación materialista del estalinismo y de la contrarrevolución que este protagonizó. Mientras seguimos aprendiendo de sus puntos fuertes, también aprenderemos a identificar y a criticar sus errores.
Radical Socialist
2/10