La teoría dice que las grandes obras del tebeo deberían estar siempre a disposición del lector. Debería ser inconcebible que un clásico como Príncipe Valiente, por ejemplo no pudiera comprarse en cualquier momento… pero de lo “inconcebible” a la realidad va un largo trecho, tan largo como que lo supuestamente imposible pasa a ser la norma habitual. Así, mientras un aficionado a la literatura no podría entender que una librería no contara con una edición de El Quijote o un cinéfilo que no pudiera comprar una edición de Ciudadano Kane, el tebeófilo considera el pan nuestro de cada día que los clásicos de la historieta sean objetos imaginarios producto de calenturientas utopías. Y ojo, que esto no es sólo mal español, es mal universal aliado con el cada vez más ínfimo ciclo de vida en librería de las novedades. Pero mire usted por dónde, la crisis y los cambios en los hábitos de compra se alían con el lector y los clásicos y las reediciones comienzan a florecer. En los USA, porque con un precio estándar de 50$ (o más), se rentabilizan rápidamente las pequeñas tiradas de ediciones de clásicos alentadas por el megabombazo que supuso la recuperación de Peanuts por Fantagraphics. Y, aquí, porque se vuelven a rentabilizar derechos ya comprados con nuevas ediciones que, en un mercado donde las tiradas tan pequeñas que parecen serigrafías de lujo, pueden subsistir relativamente bien con ventas mínimas. A lo que hay que añadir la traducción particular del “efecto Peanuts”, que por estos lares se conoce como “efecto Esther”.
Sea por una cosa o por otra, el lector está de suerte: se publican más clásicos que nunca y se recuperan obras que antes parecían condenadas al olvido.
Ahí ha estado, volviendo a casa por otoño, como casi ya es habitual, una nueva edición de Príncipe Valiente que, por primea vez, recupera un color medianamente correcto, aunque la calidad y cuidado de la edición quede a años luz de la orfebrería practicada por Manuel Caldas. Y ya era hora que, por fin, contásemos con una edición “como dios manda” del clásico de Goscinny y Uderzo, Astérix.
Por géneros, muchas recuperaciones de clásicos de los superhéroes gracias sobre todo a Panini, que ha editado excelentes tebeos como los Nuevos mutantes de Claremont y Sienkiewicz, Parábola, de Moebius y Lee, los X-Men Claremont y Byrne o la novela gráfica de La muerte del Capitán marvel de Jim Starlin. Planeta por su parte nos dio la alegría (a medias, por un espantoso color infográfico) de recuperar el Superman contra Muhammad Ali de O’Neil y Adams o la edición completa, por fin, del Starman de Robinson y Harris. Hay que añadir aquí las nuevas ediciones en formato absolute de Planetary y Authority. En la lista de tebeos USA imprescindibles, la esperada reedición del American Flagg de Chaykin, de Vida en otro planeta de Eisner o la lujosa edición de Ghost World de Clowes.
En lo que a tebeo europeo corresponde, las ediciones de Theodore Poussin y Gil Pupila tuvieron un compañero de excepción, el Jerry Spring de Jijé. Y aunque modernos, era casi una exigencia reeditar en formato integral dos obras tan interesantes como El fotografo de Guibert y Lupus de Peeters.
De reediciones nacionales, alfombra roja para ese monumento de la contracultura que fue el Peter Pank de Max, así como al monumental OPS la edad del silencio y el integral necesario de El bueno de Cuttlas, sin olvidar a ese maestro de la provocación que es Álvarez Rabo con su Rabo con almejas.
Y ojito que, desde sudamérica llegaron dos obras maestras: la cuidada edición mexicana de El eternauta y la nueva edición de la inquietante
Informe sobre ciegos de Breccia.