No sé cómo recordaremos este año 2020 que ha pasado. ¿”El año de la pandemia”?¿”El año de coronavirus”?¿”El annus horribilis”?¿”El año del teletrabajo”?… Cualquiera sabe, la imaginación humana es incansable y los departamentos de mercadotecnia, más, por lo que imagino que todas las secciones de marketing de las grandes multinacionales estarán ya buscando un nombre pegadizo que se quede adherido a nuestras meninges para poder usarlo en sus campañas. Mientras, los de a pie, supongo que todavía estamos intentando entender qué ha pasado. Mientras escribo esto, las cifras de contagios y muertos crecen a ritmo endiablado mientras la esperanza de la vacuna parece ya tocarse con la punta de los dedos, en un paradójico equilibrio entre el apocalipsis y el feliz de THE END de una película a olvidar. Hemos vivido un entrenamiento del fin del mundo extraño, que tira por tierra todas las profecías del género apocalíptico para quitar del centro del desastre la lucha por la supervivencia y poner el foco en el lineal de papel higiénico de los supermercados y la conexión de banda ancha. Supongo que en las próximas películas postapocalípticas veremos un desastre más doméstico y cotidiano, con mensajeros de Amazon moviéndose a placer entre una ciudad en ruinas donde, eso sí, se sigue viendo Netflix y HBO.
La realidad nos ha vuelto a recordar que, en caso de desastre, los héroes llevan uniformes de servicio público y no mallas ajustadas y que, al final, la ciencia será la que salve a la humanidad, sin épica ni fanfarrias. Ni reconocimiento, como es habitual, pero con horas y horas de trabajo.
Mientras, hemos visto como la cultura, la denostada y olvidada cultura, ha dado todo lo que podía de sí para acompañar los momentos más duros. Ha olvidado durante meses que ha sido uno de los sectores más machacados por la pandemia y el confinamiento para compartir con generosidad su creatividad en unas redes sociales que pasaron de estigmatizadas a salvadoras de una sociabilidad impedida. De golpe, nos hemos digitalizado no solo en el trabajo, sino en el consumo de la cultura, cambiando hábitos y costumbres. Veremos cómo afecta al sector del cine, con unas salas tocadas de muerte sustituidas por pantallas de 65” y sofá, pero más complejo será ver cómo afecta a un mundo editorial que lleva una década sin rumbo, perdido entre la llegada de lo digital en todas sus formas, de la distribución al consumo. Resulta difícil saber si estos meses de consumo digital obligado dejarán poso y cambiarán radicalmente nuestra forma de leer, pero lo cierto es que editoriales y librerías han vivido un golpe que puede ser mortal, mientras autores y autoras ven como su perenne situación de debilidad se agudiza.
Complejo panorama industrial que contrasta, paradójicamente, con la calidad de lo editado en este 2020. Llevo varios años hablando de la buena calidad de lo que se edita, pero este 2020 ha sido, sin duda, el mejor año de la década que acaba. Pero, sobre todo, ha sido el mejor año para el cómic español desde hace muchísimo tiempo: jamás se ha concentrado tanta y tan buen nivel en los tebeos producidos en nuestro país. En mis listas, nunca el cómic español había acaparado el 50% de la lista de mejores del año y el 70% de los 10 primeros puestos. Una selección que tengo que aumentar a 40 elegidos y que me obliga a hacer dos entregas de lo mejor, porque hay otros tantos tebeos que creo destacables.
No me enrollo más. Como siempre, el aviso de rigor: esto es una selección de mis mejores lecturas que será, por supuesto, discutible y muy posiblemente intransferible. No es un canon ni lo pretende, solo una guía personal de mi gusto, por supuesto, y en el que estoy convencido que faltarán muchas obras que no he podido leer pese a que ha sido un año récord en lecturas.
Eso sí, me permitirán hacer este año un pequeño bloque extra por lo extraordinario del año. Dicho esto, comienzo mi listado:
Los tebeos del confinamiento
Los días del confinamiento han sido y serán los más extraños de nuestras vidas. Y, como siempre, el cómic ha sido uno de las artes que más agilidad ha demostrado en plasmar esa extraña vivencia. Primero fue a través de redes sociales, en webcómics, en instazines, que iban produciéndose en tiempo real, y que compartían con todos los lectores los sentimientos y sensaciones de esos días. Las editoriales se han dado prisa en recopilarlos, pero creo que cuatro son especialmente importantes. El primero, ConVIvienDo 19, de David Ramírez (Norma Editorial), maravilloso y emocionante relato de un sufrimiento en el que se puede reconocer media humanidad. Ramírez expresa el desconcierto, la inquietud y el miedo por la enfermedad que estaba pasando su marido. Y nos arrastró a todos detrás, llorando con él, alegrándonos con él, descubriendo que lo que se estaba viviendo en muchos hogares era un drama compartido. Días de alarma, de Víctor Coyote (Salamandra Graphics) es una reflexión acerada sobre una realidad cambiante y mutable, que no mira la intimidad del hogar sino la reacción de la sociedad, de una política que no supo nunca estar a la altura, con la rabia del dolor por la tragedia. Por su parte, Algo extraño me pasó de camino de casa, de Miguel Gallardo (Astiberri) podría ser la fusión de ambas perspectivas. Gallardo sufrió una enfermedad gravísima, un tumor cerebral, en medio del mayor desastre sanitario que ha vivido el planeta en décadas. Y solo él es capaz de contarlo con la lucidez que proporciona el humor, con un sentido común aplastante y conectando con el lector con facilidad aplastante. Por último, El murciélago se va de birras, de Álvaro Ortiz (Astiberri) es la expresión de esa generosidad autoral que nos tuvo a todos y todas entretenidos, olvidando durante unos minutos el drama para esperar todos los días, durante casi dos meses, esas cuatro viñetas de genial locura improvisada.
Lo mejor del año
- Regreso al Edén, de Paco Roca (Astiberri)
- Primavera para Madrid, de Magius (Autsaider)
- Mis cien demonios, de Lynda Barry (Reservoir Books)
- Orlando y el juego 5: Cheminova, de Luis Durán (Diábolo)
- Yo, Mentiroso, de Antonio Altarriba y Keko (Norma Editorial)
- Coñodramas, de Moderna de pueblo (Zenith)
- Es hoy, de Carlos Giménez (reservoir Books)
- Matadero cinco, de Ryan North y Albert Monteys (Astiberri)
- A través. El universo de un hombre, de Tom Haugomat (Pipala)
- Barrios, bloques y basura, de Julie Wertz (Errata Naturae)
- Llamarada, de Jorge González (ECC)
- Mis queridos difuntos, de Lorenzo Montatore (Sapristi)
- Los sentimientos de Miyoko en Asagaya, de Shin’ichi Abe (GalloNero)
- Este era el lugar, de Chris Reynolds (Libros Walden)
- Las varamillas, de Camille Jourdy (Astronave)
- Un tributo a la tierra, de Joe Sacco (Planeta)
- Siempre tendremos 20 años, de Jaime Martín (Norma Editorial)
- Pompeio, de Andrea Pazienza (Fulgencio Pimentel)
- Como un verde, libro verde, de Julia Huete (autoedición)
- Cassandra Darke, de Possy Simmonds (Salamandra Graphic)
- La cólera de Baudelaire, de Laura Pérez Vernetti (Luces de Gálibo)
- Myrdin, de Jorge García y Gustavo Rico (Norma)
- Heimat, de Nora Krug (Norma Editorial)
- Sunny Sunny Ann!, de Miki Yamamoto (Astiberri)
- Cheese, de Zuzu (Barbara Fiore)
- Tierra Muerta, de Don Rogelio (Autsaider)
- La Cólera, de Santiago García y javier Olivares (Astiberri)
- Aspirina, de Joann Sfar (Fulgencio Pimentel)
- El buen padre, de Nadia Hafid (Sapristi)
- Esto no está bien, de Irene Márquez (Autsaider)
- Del Trastévere al Paraíso, de Felipe Hernández Cava y Antonia Santolaya (Reservoir Books)
- Blueberry: Rencor Apache, de Joann Sfar y Christophe Blain (Norma Editorial)
- Preferencias del sistema, de Ugo Bienvennu (Ponent Mon)
- Devastación, de Julia Gförer (Alpha Decay)
- Naftalina, de Sole Otero (Salamandra Graphic)
- Historia del arte II, de Pedro Cifuentes (despertaferro)
- Astenia, de Andrés Tena (Bang Ediciones)
- Hey, Kids!, de Howard Chaykin (Dolmen Editorial)
- La espiral, de Aidan Koch (AIA Editorial)
- Tarde en MacBurger’s, de Ana Galvañ (Apa Apa Ediciones)
No hay sorpresa posible este 2020. Regreso al Edén, de Paco Roca es la mejor obra del año, rotunda, redonda. La reflexión sobre la construcción de la sociedad a través de la memoria individual que propone Roca es fascinante y llena de pequeños caminos por los que perderse. Sin duda, uno de los mejores tebeos de este siglo y uno de los mejores de la historia del tebeo español. Por su parte, en Primavera para Madrid Magius hace un ejercicio de sátira perfecto desde lo que podríamos denominar una falsa ficción documental, que supone uno de los relatos más demoledores sobre la corrupción política que nunca haya leído. El magisterio autoral de Lynda Barry se extiende porcada una de las páginas de Mis cien demonios, un maravilloso retrato de las pequeñas cosas que componen la personalidad humana, esos recuerdos que pueden ser demoníacos o angélicos, puede que incluso inventados, pero que forman parte de nosotros. Con la quinta entrega de Orlando y el juego, Cheminova, Luis Durán cierra una de las sagas más ambiciosas del cómic hispano y, a la vez, una de las más sorprendentes y apasionantes indagaciones sobre cómo la cultura popular nos influye, nos crea y nos define. Para Durán, la cultura popular es la esencia de la humanidad, y su largo camino por estos cinco volúmenes desvela la tupida telaraña que nos envuelve y que nos atrapa con gusto.
Para el final de la Trilogía del Yo, Antonio Altarriba y Keko deciden centrarse en la mentira. Una cualidad humana que en Yo, Mentiroso resulta estar ligada a la política que hemos vivido estos últimos años. Y el resultado, como no podía ser menos, es un puñetazo directo al estómago de una sociedad anestesiada ante una realidad bochornosa. Coñodramas, de Moderna de pueblo, es una brillante e inteligente conexión del feminismo con la cultura popular, que sigue la línea de su obra anterior con indudable acierto, combinando la reflexión desde el relato personal, pero apostando esta vez por una compleja apuesta narrativa que entronca esos pensamientos con la plasmación de los estereotipos en la cultura popular, en una atractiva y eficaz mezcla.
Con Es hoy, Carlos Giménez cierra su reflexión sobre el ocaso del autor. La trilogía compuesta por esta obra junto a Crisálida y Canción de Navidad es de una dureza demoledora en la visión que hace de su propia carrera, de su existencia. No hay piedad en esa mirada que lanza desde los 80 años a su pasado, con ese magisterio narrativo que atrapa al lector por las tripas, obligándole a imaginar su propio futuro, a reflexionar sobre la vida y la muerte. Adaptar a Kurt Vonnegut no es tarea fácil, pero atreverse con Matadero cinco es una labor casi suicidad que Ryan North y Albert Monteys han conseguido superar no solo con nota, sino consiguiendo hacer suyo el críptico relato original, en el que es sin duda uno de los mejores tebeos de ciencia-ficción de los últimos años. A través. El universo de un hombre, de Tom Haugomat es una de las grandes sorpresas del año, un juego narrativo osado, que analiza ese extraño y sutil mecanismo que transforma la realidad en recuerdo. Uno de los tebeos más sugerentes que servidor recuerda. No deja ese espacio de experimentación Barrios, bloques y basura, de Julie Wertz, que recorre las calles de Nueva York para hacer protagonistas a los lugares menos conocidos, a las calles, los callejones y los rincones que nunca salen en las fotos, proponiendo una juego temporal insólito que obliga a la reflexión.
Llamarada es la confirmación de la genialidad de Jorge González, que investiga su pasado generando sensaciones y sentimientos desde el simbolismo de texturas y colores. Mis queridos difuntos, es una brutal sátira de Lorenzo Montatore que transforma la influencia de la escuela clásica de Bruguera en una herramienta demoledora para reflexionar sobre el ser humano. Los sentimientos de Miyoko en Asagaya, de Shin’ichi Abe traslada al lector la desesperación de una vida que no encuentra sentido. Todo un acierto recuperar en Este era el lugar la arriesgada obra de Chris Reynolds, siempre en el límite de un surrealismo inquietantemente próximo.
Las varamillas, de Camille Jourdy es una obra deliciosa, un tebeo dedicado a pequeños de 9 a 99 años que quieran recuperar ese espíritu libre de la Alicia de Carroll o la Chihiro de Miyazaki. Con Un tributo a la tierra, Joe Sacco explora las complejas y contradictorias realidades de la extracción de petróleo que está afectando a los pueblos indígenas del norte del Canadá. Siempre tendremos 20 años cierra la indagación que Jaime Martín hizo sobre su familia y le toca el turno a él mismo, arrastrando a toda mi generación detrás. Pazienza es uno de los grandes autores de todos los tiempos y Pompeio es un grito desesperado, una pequeña ventana abierta a una de las personalidades más complejas y fascinantes que ha dado el noveno arte.
Julia Huete está definiendo una forma de entender el cómic desde la experimentación y la poesía gráfica que se expande y encuentra camino propio en Como un verde, libro verde. Qué decir de Possy Simmonds, que con Cassandra Darke lanza dardos envenenados al mundo del arte moderno sin perder por un momento la fuerza del mejor thriller. En La cólera de Baudelaire, Laura Pérez Vernetti sigue explorando la traslación de la poesía al cómic con uno de los grandes de la poesía francesa. Y mucho de poética tiene Myrdin, donde Jorge García y Gustavo Rico reimaginan con pasión la mitología artúrica.
Heimat, de Nora Krug es un relato que destaca por la honestidad de su autora a la hora de analizar un pasado tan complejo como el de la Alemania nazi y sus sombras. Sunny Sunny Ann!, de Miki Yamamoto es un road comic que supura libertad contagiosa por cada una de sus viñetas. Si antes hablábamos de Pazienca, puede que una de sus grandes herederas sea Zuzu, que firma en Cheese un extraordinario relato generacional. Tierra Muerta certifica a Don Rogelio como una de los voces superdotadas del cómic patrio. La Cólera demuestra el buen equipo formado por García y Olivares, que realiza un trabajo soberbio en su recreación de La Iliada.
Y quien no necesita certificación es Joann Sfar, que vuelve en Aspirina al delicioso universo del Vampiro Ferdinand. Sólido y sugerente estreno en el relato largo de Nadia Hafid, que con El buen padre firma una interesante introspección en la realidad ocultada de la inmigración. Esto no está bien, de Irene Márquez machaca correcciones políticas y demás sandeces con la fuerza aplastante del humor bestia y sangriento más irreverente. En Del Trastévere al Paraíso, Felipe Hernández Cava reflexiona sobre el terrorismo y sus incoherencias, perfectamente entendido por una brillante Antonia Santolaya.
Sfar y Blain tuvieron claro que continuar a Giraud era imposible y afrontan en Blueberry: Rencor Apache una sensacional reescritura del personaje deudora de Jijé. Preferencias del sistema presenta en España a Ugo Bienvennu uno de los autores más sugerentes del nuevo cómic de ciencia-ficción. Devastación, de Julia Gförer, lleva a los tiempos de la peste reflexiones que son fácilmente trasladables a los mundo de hoy, mientras que Naftalina, de Sole Otero recupera la realidad argentina desde la memoria íntima.
En Historia del arte II, Pedro Cifuentes sigue demostrando la validez del cómic como lenguaje didáctico desde el humor y la pasión por enseñar. Astenia, de Andrés Tena es uno de los debuts más atractivos de los últimos años, un autor de estilo personalísimo con propuestas muy interesantes.
Difícil que se pueda hacer una revisión de la historia del cómic americano más vitriólica que la que firma Howard Chaykin en Hey, Kids!. La espiral supone el estreno en España de Aidan Koch, fascinante exponente de la poesía gráfica más atrevida. En Tarde en MacBurger’s, Ana Galvañ juega con la ciencia ficción para indagar en atrevidas propuestas formales que hacen del color un elemento protagonista y narrativo.
Y estos son los cuarenta más destacados. Mañana, otros tantos no menos interesantes…