¿Vale la pena votar el 25 de mayo para que nos sigan castigando con más recortes y sacrificios?
ientras Rajoy anuncia a bombo y platillo el "España va bien" de los tiempos aznarianos, los inspectores de Europa y los empresarios de Hispania piden a don Mariano más tijeretazos para agilizar la "salida de la crisis". Es, precisamente, esta contradicción entre la euforia nacional – por las previsiones optimistas del PIB - y el pesimismo europeo – por el embudo del paro y las cifras de la deuda - la que sitúa a la derecha en los prados de la inmoralidad. Inmoralidad, les decía, en referencia a la ética utilitarista empleada por Rajoy para gobernar a los "suyos" sin considerar la brecha de desigualdad y descontento social que ocasionan sus políticas al resto de los ciudadanos. Desigualdad manifestada por el aumento de la pobreza infantil; la precariedad laboral; el deterioro de lo público y, el tesoro de los bancos. Descontento social por la pérdida de fe en la búsqueda de empleo; por el horizonte negro que les espera a nuestros hijos cuando lleguen a la veintena. Descontento por el "querer y no poder" comprar una vivienda por el miedo a ser desahuciado; por ver como los Amancios y Botines de este país son cada vez más ricos y nosotros – los medios – cada mes más pobres. España va bien para algunos, señor Rajoy. Va bien para los bancos que gracias a las arcas públicas han conseguido sanear sus balances. Va bien para el clero que no han sufrido en sus sotanas las angustias de millones de parados. Va bien para los empresarios que gracias a la reforma de Báñez han conseguido despedir más barato a su gente. Va bien para la clase política que sigue con sus chóferes, sus dietas y sus cuellos encorbatados. Va bien para los "listos", los chorizos de cuello blanco y, para quienes han hecho de la política la razón de sus manjares.
España va bien para los "listos", los chorizos de cuello blanco y, para quienes han hecho de la política la razón de sus manjares
España va bien para algunos y mal para muchos. Va mal para seis millones de parados que hacen malabarismo para encontrar un empleo. Va mal para millones de mujeres que han sido expulsadas del mercado de trabajo y devueltas a los barrotes del patriarcado. España no va tan bien para miles de universitarios que han truncado sus carreras por no disponer de los mil y pico que les cuesta la matrícula y, no tener el cinco y medio para optar a una beca. Este país va mal, señor Rajoy, para miles de pacientes que aguardan su turno en las eternas listas de espera. España no va bien para el mundo de la cultura que desde que ustedes subieron el IVA han visto como las salas de cine se han convertido en un artículo de lujo para una minoría. Hispania va mal para millones de pensionistas que sufragan, con parte de sus bolsillos, el pago de sus medicamentos.
No va bien este país, no, para la clase mileurista que desde hace más de diez años sigue cobrando lo mismo, mientras el coste de la vida corre por otros derroteros. España no va bien para miles de funcionarios que han visto como sus sueldos se han recortado desde los tiempos de Zapatero. Este país no va bien para los honestos; para quienes se ganan honradamente el pan con el sudor de su frente. Para aquellos que consiguieron que el socialismo parase los pies a los abusos del capital y ahora, cien años después aquellas hazañas sociales, recogen del suelo los naipes de su castillo.
A las puertas de las elecciones europeas es momento de que nos preguntemos si vale la pena votar el 25 de mayo para que nos sigan castigando con recortes y sacrificios. Votar a la derecha implica darle alas a don Mariano para que separe, todavía más, a las capas de la nobleza de las migajas plebeyas. Votar a Cañete es lo mismo que pedir a gritos más mercado y menos Estado. Votar a la izquierda, por su parte, es lo mismo que votar utopía. Utopía entendida como un conjunto de medidas keynesianas; defendidas en los mítines de campaña, pero difíciles de llevar a cabo en la praxis de Bruselas. Llegados a este punto es momento de repensar Europa. Solicitar, con pancartas si hace falta, un marco que otorgue a la izquierda el pedigrí de su ideología. Una Europa política que sirva a los elegidos para llevar a cabo cada renglón de sus programas, sin la censura de los mercados y, sin los miedos a la troika. Solamente así, enfrentándonos a la utopía, conseguiremos que el discurso progresista consiga la coherencia necesaria para ilusionar a los suyos y votar a por una Europa tolerante con las ideologías progresistas.
Hoy, sin ir más lejos, la cocina del CIS ha puesto sobre la mesa los resultados de la Encuesta para las Elecciones Europeas. Según el sondeo demoscópico, el próximo día 25 ganará las elecciones el PP con un tres por ciento de diferencia con respecto al PSOE. Mientras las siglas de Cañete y Valenciano bajan con respecto a los últimos comicios, los partidos minoritarios – Izquierda Plural, UPyD y la agrupación Primavera Europea, entre otros – ganan peso en los aposentos merkelianos. La interpretación de los datos – en palabras del sociólogo – pone el acento en la caída suave del PP como consecuencia del desgaste en el gobierno y, sobre todo, las políticas antipopulistas llevadas a cabo durante los últimos años; en la caída del PSOE por la herida cicatrizante del "decretazo" de Zapatero y el cuestionado liderazgo de Alfredo y, en la subida de los partidos minoritarios por el deterioro de los otros. Una vez más, los sondeos demuestran un tímido avance del pluralismo en detrimento del bipartidismo acostumbrado. Un pluralismo que otorga voz a partidos minoritarios, sin experiencia de gobierno y huérfanos de padrinos pero, sin embargo, líderes en barrer para sus siglas, los escombros de los otros.
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