Fotografía del artículo, mostrando la
sección de un falso edificio en el que
se han colocado salidas de gas
en las ventanas para simular un
incendio
La revista Selecciones del Reader's Digest fue muy popular en España durante muchos años, incluso llegando a colocar sus ejemplares en las librerías de los salones; primero había que suscribirse y después el cartero la dejaba en el buzón cada mes. Hace tiempo que no la veía e incluso creí que ya había desaparecido, pero me ha sorprendido comprobar que aún existe. Revisando viejos números he recordado su carácter muy conservador, sus contenidos de propaganda estadounidense y, en aquella época de Guerra Fría, sus furibundos ataques al bloque soviético, pero también he encontrado varios artículos curiosos sobre temas cinematográficos, uno de ellos, titulado Lo que no vemos en el cine, firmado por Virginia Kelly y publicado en 1973, cuenta una visita al parque de atracciones que se creó a mediados de los sesenta en los Estudios Universal de Hollywood. Reproduzco a continuación algunos párrafos que tienen relación con la arquitectura:
Los visitantes pueden contemplar colinas y lagos -obra del hombre todo ello- y centenares de edificios que son sólo fachada, sin interior o parte trasera. El recorrido se inicia en una amplia zona al aire libre donde se alzan 561 construcciones que resultan familiares a tres generaciones de aficionados al cine. Son características del periodo colonial norteamericano, del llamado Salvaje Oeste y del continente europeo… y cada uno de estos edificios puede volver a utilizarse con sólo cambiar unos cuantos detalles.
La primera construcción que hay en el extremo superior de una bonita calle de aspecto residencial es una hermosa mansión colonial. Fue construida en 1927 para la película La cabaña del tío Tom, y todavía sigue usándose hoy en numerosos telefilmes, entre ellos Ironside. (En la actualidad, casi todo lo que se rueda en los estudios Universal va destinado a la pequeña pantalla.) Un poco más abajo se alza la modesta casa de madera que es el hogar del actor Robert Young en la serie televisiva Marcus Welby doctor en medicina.
La zona dedicada al "Western" es la más amplia, y su origen se remonta a 1918, cuando se construyó un barracón de vaqueros para una película muda de Tom Mix. Las series de televisión El Virginiano y Caravana fueron realizadas también aquí.
Diseminados por esta área se hallan la iglesia de Siguiendo mi camino, la sala de justicia que apareció en Matar un ruiseñor (sic) y en Un beso para Birdie, la sombría casa de dos pisos y de madera perteneciente a la película de Alfred Hitchcock Psicosis, y el Circle Drive, o paseo circular, donde Robert Preston marchó al frente de 76 trombones en The Music Man. La Torre de Londres construida para un filme de horror de Boris Karloff, es un claro exponente de la adaptabilidad de estos decorados, ya que luego se convirtió en el escenario cinematográfico del proceso de Nuremberg y, ahora, es la prisión territorial de Tucson, Arizona.
La visita continúa por el interior de los estudios:
Sobre el decorado del cuarto de estar de la "residencia" de Marcus Welby, una preciosa araña de cristal pende de una sucia y vieja cuerda... ya que el objetivo de la cámara sólo capta la lámpara; la cuerda se halla "fuera de cuadro".
También se le muestra al visitante lo que podríamos llamar "proyección de fondo". Gracias a este sistema de trucaje pueden rodarse escenas de exteriores en los propios estudios. En este caso concreto, una pareja iba a bordo de una lancha torpedera captada, en plano medio, por una cámara montada en el lugar teórico de la proa. A popa de la embarcación había una pantalla en la que se proyectaba una película del océano Pacífico: el “fondo” que se vería si la lancha surcara realmente sus aguas.
También se mostraban maquetas para efectos especiales:
Por regla general, las reproducciones en miniatura fascinan al visitante: una “casa” en llamas (que en realidad es un cilindro de plástico rojo que gira sobre una bombilla), aviones, un barco fluvial, un puente de ferrocarril. Y luego pueden verse también diversos objetos de descomunal tamaño, empleados en las películas de ficción científica, ante los que los seres aparecen empequeñecidos: un teléfono, unas tijeras, un banco y una mano tan enormes que, junto a ellos, una persona normal no es más grande que un dedo pulgar.
El artículo además recoge esas anécdotas insustanciales que tanto gustan a algunos guías turísticos:
En cierta ocasión, un chiquitín de tres años se adelantó al encuentro del Fantasma de la Opera gritando: "papá!"
Y finaliza mencionando la tenue línea que separa a la ficción de la realidad:
Al término del tour, la mayoría de los visitantes se imaginan que es falso todo lo que se ve. Tocan las hojas de las plantas para comprobar que no son artificiales, y quedan maravillados al descubrir que son naturales. Una señora señaló una pequeña cascada, asegurando que estaba hecha de celofán... hasta que metió la mano y se la mojó.
Pero la mujer que probablemente recuerdan los guías de modo especial es una señora que, después de una exhaustiva visita de cinco horas, todavía tenía una pregunta que hacer. Hacía un día magnífico, una orla de nieve ceñía las cumbres de los montes San Gabriel, que se alzan a unos cincuenta kilómetros. La mujer señaló hacia el lugar e inquirió a uno de los guías: "Dígame: cada cuánto tiempo tienen ustedes que repintar esas montañas?"