El Mundial se está encargando de dejarnos muy mal. Como adivinos, estamos sólo un poquito por encima de Aramís Fuster.
El caso de Argentina es paradigmático. Nadie daba un duro por la albiceleste, que llegó a Sudáfrica de milagro y que, terminada la primera fase, es por ahora el más firme aspirante al título. Ante Grecia, con la segunda unidad -y hasta ilustres reservistas como Martín Palermo- sumó su tercera victoria en tres partidos y firmó un pleno por el que pocos hubieran apostado hace un par de semanas. Maradona sigue celebrando los goles como si cada uno valiera un Mundial. No queremos ni pensar lo que hará cuando uno de ellos pueda valer el título. Hablando de goles, el que sigue a cero es Leo Messi. Pero, en el caso de La Pulga, sobran las dudas. Sin mojar está siendo, de largo, el mejor jugador del torneo. Y el jugador del Barça sabe elegir los momentos. Cuando tenga que marcar, lo hará.
Argentina se medirá en octavos a México, reeditando el duelo de Alemania 2006. Los de Javier Aguirre sucumbieron ante una Uruguay que no quiso componendas -otra profecía al carajo-, entre otras cosas porque el desastre francés no las hizo necesarias. Un gol de Luis Suárez dio el triunfo a la celeste, que en octavos se verá las caras con Corea del Sur. Los asiáticos resistieron el persistente asedio de Nigeria, que dejó una de las imágenes del Mundial, un tremendo error de Yakubu, nuevo inquilino de la nutrida galería de los horrores del torneo.
¿Y Francia? Pues todos a casita, a hacer compañía a Anelka, aunque con unos días menos de vacaciones. Se acabó la era Domenech y empieza el reinado de Laurent Blanc, el delfín de Zidane. Los franceses, siempre tan suyos en cuestiones de honor patrio, se limitarán a enterrar pronto el cadáver para que no huela. En Inglaterra -y quizá también en España-, la autopsia habría sido televisada en prime time. Vive la France!
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