La función de reproducción de los seres vivos permite el mantenimiento, a lo largo del tiempo, de sus características genéticas individuales. En un entorno cambiante, la permanencia de esas características no supone solo la repetición de esas características, sino que es preciso que los organismos consigan adaptarse a las condiciones de su ambiente. La consecuencia de ambas exigencias es que los procesos reproductivos tienen, por una parte, que mantener las características básicas del organismo, y por otra tienen que permitir una cierta variabilidad que permita que los individuos se adapten a su ambiente.
Evolutivamente, los seres vivos han encontrado dos soluciones diferentes para afrontar ese problema. La reproducción asexual, basada en procesos de división celular mediante mitosis, garantiza la repetición exacta de las características genéticas de un individuo, mientras que la reproducción sexual, que tiene lugar mediante los mecanismos de meiosis y fecundación, permite generar variabilidad genética y, por lo tanto, el surgimiento de individuos con características, o combinaciones de características, mejor adaptadas a un entorno distinto.
Ambos mecanismos reproductivos tienen ventajas e inconvenientes. La reproducción asexual es ventajosa cuando los entornos son estables y los organismos están bien adaptados, porque garantiza que los descendientes de esos individuos van a seguir adaptados a ese ambiente. En esas condiciones, la reproducción sexual puede dar lugar a organismos menos adaptados que sus predecesores. También permite el desarrollo rápido de gran número de individuos. En cambio, cuando los ambientes son variables, predominan las ventajas de la reproducción sexual. Una consecuencia negativa, a largo plazo, de la reproducción asexual es el denominado "trinquete de Muller": como la mayor parte de las mutaciones que se producen en los organismos son perjudiciales, y como la reproducción asexual transmite necesariamente dichas mutaciones, una población que se reproduzca exclusivamente de modo asexual irá acumulando mutaciones negativas y, por lo tanto, verá reducida su eficacia biológica conforme va pasando el tiempo.
Prácticamente todos los seres vivos han desarrollado algún tipo de sexualidad que les permita afrontar cambios ambientales, circunstancia que ha sido la norma a lo largo de la historia de la vida sobre la Tierra. Sin embargo, algunos grupos biológicos han mantenido también, en ocasiones como sistema preferente (bacterias, hongos), mecanismos de reproducción asexual, que les permiten mantener cierta estabilidad en circunstancias poco variables. En el caso de las plantas, todas poseen mecanismos de reproducción sexual, pero también prácticamente todas conservan algún sistema de reproducción asexual, que pueden variar de unos grupos de plantas a otros.
Los rizomas son tallos subterráneos de crecimiento horizontal, que emiten raíces y brotes herbáceos desde sus nudos. Los rizomas pueden crecer indefinidamente, generando periódicamente nuevos brotes. Son habituales en plantas de perennes de climas fríos, que pierden las partes aéreas y conservan solo la parte subterránea, que almacena nutrientes para la siguiente temporada benigna. Los rizomas se utilizan en agricultura como mecanismo de propagación vegetativa, para lo cual es necesario utilizar un trozo de rizoma que contenga, como mínimo, un brote.
Los tubérculos son tallos subterráneos modificados y engrosados (de hecho, están relacionados con los rizomas), que acumulan nutrientes de reserva de la planta. El crecimiento del tubérculo se produce a partir de una única yema central, de forma circular y plana. Muchas plantas con tubérculos son utilizadas como alimento, gracias a la considerable cantidad de nutrientes que acumulan.
Los estolones son tallos rastreros, pero superficiales, sin apenas hojas. Los nudos pueden desarrollar raíces adventicias y tallos verticales, a partir de los cuales crecen nuevas plantas. Las fresas son un ejemplo de plantas con estolones.
Los bulbos son también engrosamientos subterráneos del tallo, en este caso rodeados de hojas carnosas. La estructura del bulbo incluye yemas a partir de las cuales puede desarrollarse una nueva planta. Los bulbos también son utilizados frecuentemente como alimento, por ejemplo en el caso de cebollas y ajos.
Los cormos apenas se distinguen de los bulbos. La diferencia fundamental es el modo en que se almacenan los nutrientes en unos y otros: mientras en los bulbos se acumulan en las hojas escamosas, en los cormos se almacenan en la placa basal, que se encuentra agrandada.
Existen otros mecanismos de propagación vegetativa, como los propágalos, estructuras aproximadamente esféricas que se propagan gracias a la acción del viento y del agua, y que se presentan en musgos y hepáticas, o las más extrañas plántulas que se desarrollan en el margen de las hojas de las plantas del género Kalanchoe.