Después de tantos años con las manos del Fondo Monetario Internacional y del Banco Mundial en su cuello, la República Democrática del Congo recibió el anunciado «premio» de la condonación de gran parte de su deuda externa. Muchos pensaban que habría que seguir esperando, pues las antidemocráticas instituciones financieras se mostraron un poco titubeantes, como si hubiesen sido pocas las concesiones hechas por el gobierno de Kinshasa.
El pasado 30 de junio, el Congo Democrático celebraba el aniversario 50 de su independencia. No pocos políticos y ministros ponían sus esperanzas en que la fecha adquiría una especial significación adicional, pues ese día el FMI y el BM anunciarían la condonación del 90 por ciento (unos 12 300 millones de dólares) de la deuda externa de esa nación, valorada en 13 000 millones.
Algunos en el gobierno de Kinshasa tenían sus dudas sobre la decisión que tomarían las instituciones de Brettom Woods. El temor a un bloqueo del proceso no era infundado. El ministro de Finanzas, Matata Ponyo, cuyo ánimo se movía entre la esperanza y la incertidumbre, dijo al diario belga Le Soir, estar enterado de que en la cumbre del G-20 (grupo formado por las naciones más industrializadas y las emergentes), celebrada recientemente en Canadá, el país anfitrión intentó poner en la agenda del encuentro la disputa entre la RDC y la compañía canadiense First Quantum, cuyos proyectos mineros en Katanga —provincia muy rica en minerales— habían sido detenidos pues los contratos fueron adjudicados a otra empresa.
Y no es de extrañar, pues estos organismos siempre han sido manejados por los intereses políticos y económicos de las grandes potencias. La Quantum también ha sido denunciada por exportación ilegal de minerales congoleños a través de Zambia.
Pero, sin mucha tardanza, el 1 de julio, el FMI y el BM anunciaron su «regalo». A esas alturas, muchos congoleños estaban despedidos, no podían enviar a sus hijos a una escuela, o no podían pensar en atención sanitaria, como resultado del programa de austeridad que se obligó a adoptar al gobierno de Joseph Kabila para llegar al punto de culminación de la Iniciativa para los Países Pobres Muy Endeudados (PPME).
Según el programa del FMI y el BM, estas naciones recibirían nuevos préstamos si cumplían con un paquete neoliberal bastante cargado: reducción del presupuesto para programas sociales (salud y educación), libre apertura a las transnacionales… Una vez que estas instituciones hubieran confirmado la implementación de tales recetas, se acordaría la reducción de la deuda externa del país en cuestión.
El costo político y económico de la disciplina del Congo-Kinshasa es bastante alto. El mismísimo Matata Ponyo, aunque no lo confirmara con todas las palabras, daba las claves para evaluarlo, al relacionar los requisitos cumplidos, según las exigencias: cero uso de los ingresos para la inversión del Estado, «a pesar de la necesidad», nada de demoras en los pagos, y concesiones respecto a los sustanciosos y prometedores contratos chinos —revisados por el propio FMI—, como renunciar a unos 3 000 millones de dólares (de un total de 9 000 millones) que serían utilizados en la construcción de hospitales, escuelas y carreteras.
Un largo camino de presiones y chantajes cuando, si realmente quisieran liberar a esta nación de la tutela neocolonial, los organismos financieros pudieron acudir a la anulación total y sin condicionamientos. A fin de cuentas, es un deber moral de Occidente, además de que ese monto se compone principalmente de los impagos del ex dictador Mobutu Sese Seko, de cuyos derroches y gastos improductivos estaba al tanto la banca mundial, pero prefirió callar pues era uno de los compinches de las grandes potencias en África.
Ahora la República Democrática del Congo tendrá que seguir el camino marcado por Occidente. Y ya se sabe, porque ese perro ha mordido a muchos, que es extremadamente engañoso, pues los préstamos de hoy, serán mañana el motivo para una nueva sangría.