Publicado originalmente en ellibrepensador.com
Rios de tinta y kilobytes de información están corriendo a raíz de la implicación -posible- de miembros de la Casa Real española en asuntos de turbio aroma. Parece que la cosa va para largo. Veremos en que queda el asunto. No es cosa mía saltarme aquello que unos y otros apelan o denigran, según el corrupto sea correligionario o no, aquello, digo, de la presunción de inocencia. Entre realeza y politicuchos, presuntos todos, anda el juego. Nada nuevo.
Desde el famoso “Roma no paga a traidores”, uno no sabe nunca a que atenerse cuando trata con el Estado.
Emperadores, reyes, reyezuelos y cosas peores, por la gracia de Dios, se arrogan la potestad de transmitir a hijos y sobrinos el poder omnimodo que ejercen según les interesa. Carlos III ya incluyó al pueblo en sus desvelos. Luego democracias y repúblicas florecieron. Incluso en España. Pero este país es cachondo y sufridor. Cainita y sadomasoquista. Primero nos cargamos a los reyes. Luego nos liamos a tiros, y al fin, volvemos al inicio. Así nos luce.
Todavía no nos hemos quitado el primer lastre para alcanzar cotas de libertad, digamos que mínimas. Tenemos y pagamos reyes y reinas. Y a la vista de los acontecimiento, puede parecer que no les pagamos lo suficiente. Manda huevos. Una institución obsoleta, cuyo fundamento está profundamente ligado a la falta de libertad, a la concentración del poder en manos de unos pocos… Con un Estado monárquico, mantenido a base de nuestros bolsillos, jamás los españoles podremos ser libres. Es hora ya de vivir sin complejos.
Y si de libertad se trata, y de concentración de poder, precioso ejemplo tenemos en el doloso amancebamiento del Estado (de los Estados) con algunas grandes empresas. Soy un acérrimo defensor del capitalismo. Del libre mercado. De la desrregulación. Y este sistema, que a día de hoy colapsa, no se parece en nada al libre comercio.
Estados que rescatan empresas. Empresas que financian estados. Jefes de gobierno que llaman a consultas a los empresarios. Empresarios que cenan con ministros. Amancebamiento decía en el párrafo anterior. Doloso, para el ciudadano, califico de nuevo.
La intervención del Estado en la economía, bien sea para dictar por decreto ley las tarifas eléctricas, bien sea para inyectar dinero a través de la quantitive easing de turno, la búsqueda de prevendas por parte de las grandes corporaciones, a las que el libre mercado se la trae al pairo, es concentración de poder y como tal, problemas para el ciudadano.
Mientras el Gobierno no sea independiente de la Economía, mientras se pueda medrar, alguién medrará. En gasolineras o en Puerto Banús, tanto da. Pero ahí siguen muchos, pensando que cuando llegue Rajoy lloverá menos. Berlusconi ya se fue, y en Italia sigue diluviando. La sensación que me queda es que no es un problema de cabeza de lista – o de turco – si no de sistema. Colapso va, colapso viene.
Los otros mezclan churras con merinas. Sin darse cuenta de que todo son ovejas. Los bancos, como algunas grandes empresas, son parte de la casta, de los parásitos, y mientras haya poder al que arrimarse, se arrimarán, porque algo podrán sacarle, al 5% T.A.E. Conclusión, si no hay mucho poder en el estado al que arrimarse, no habrá mucho que sacar. Menos que sacar al estado, menos que nos sacarán a todos, queridos, que el estado este lo pagamos todos. A precio de imperio, me temo.
Y así van las cosas. Un Estado redundante, en el que no hemos dado pasos aún que nuestros vecinos, algunos, dieron hace cientos de años. En el que muchos señalan con el dedo al de enfrente: “Son las empresas”, “Son los gobiernos”, y los que estamos enfrente señalamos que no son todas las empresas, pero sí todos los gobiernos. Hemos de meditar. Sin prejuicios, sin complejos.