En Réquiem por un campesino español, un párroco pusilánime recuerda, durante una misa de difuntos y a un año de su ejecución, a Paco el del molino, una de las personas más queridas del pueblo. Esta novela de Ramón J. Sender, publicada en México 1953 (la censura española de Franco la había prohibido en España), es un relato conciso y terrible de las posiciones durante la guerra de España.
Paco, fusilado por la jauría franquista por su compromiso social, cometió el error de creer en el párroco. Fue el cura, Mosén Millán, el que lo delató señalando la cueva en donde se escondía. El pecado de Paco no había sido otro que preocuparse por los más golpeados de la sociedad. Desatada la guerra civil tras el fracaso del golpe militar, los papeles se clarificaron.
Los falangistas convencen al cura para que les diga dónde se esconde el republicano, jurándole por el dios compartido que nada habría de pasarle. La capacidad del párroco de engañarse es un réquiem por la compasión. Para este siervo de Dios, la vida en cuevas de los más humildes del pueblo -motivo de preocupación de Paco- le parece poco en comparación con los vaivenes de la fe, de la misma manera que la ejecución del campesino le lleva a mirar hacia otro lado, eso sí, de rodillas y rezando, mientras intenta lavar su culpa con la idea de la resignación al tiempo que oye las ráfagas. Mal asunto querer gustar a Dios y a los falangistas si la tarea propuesta era cuidar de la gente.
Esta voluntad de querer gustar distorsiona a menudo la tarea en casi cualquier quehacer humano -hay excepciones, como en esos menesteres donde hay que vender la sonrisa y la atención como señuelo para las ventas-. Cuando la intención de gustar domina a los profesionales termina por hacerles errar en sus trabajos. Un profesor no debe querer gustar a los alumnos igual que un doctor no debe buscar gustar a sus pacientes. Uno debe enseñar y el otro curar, y otra cosa diferente es la amabilidad y las buenas maneras, aun siendo cierto que ayudan a ambas cosas. Pero gustar es una condición tangencial, un añadido, una cualidad extra que no debe debilitar la razón de ser de lo que se hace. Querer gustar en política es una catástrofe para la izquierda. Porque confunde la centralidad con el centro. Y el centro está ahora mismo muy escorado hacia la derecha.
Decía Walter Benjamin que el triunfo de la extrema derecha siempre expresa el fracaso de la izquierda, que no ha sido capaz de hacer su tarea en el tiempo histórico que le tocaba. Esto es especialmente cierto en tiempos de crisis, porque mucha gente se enfada con los que mandan porque la vida empieza a irles mal. Entonces, quieren cambiar de pantalla y señalan a los culpables de su miseria y de su incertidumbre. Que son los políticos y los poderes a los que representan.
En tiempos de crisis, las élites se asustan porque creen que van a perder lo que tienen. Por eso, en la crisis de 2009, Sarkozy y Merkel dijeron que hacia falta un capitalismo más humano. Pensaban que las mayorías iban a demostrar su enfado con ellos y entendieron que tenían que perder un poco para no perderlo todo. Pero resulta que las masas no se enfadaron y, entonces, las élites siguieron apretando. Además, aprobaron leyes mordaza y reprimieron en todos lados de manera más fuerte y con multas las protestas. Y les salió bien. Y siguieron apretando.
Además, redoblaron sus esfuerzos en los medios de comunicación. En España es muy evidente: todos los programas de la televisión, todos, refuerzan el sistema y a las élites. Pueden criticar alguna cosa para dar sensación de que no son los mayordomos del poder, pero el bombardeo diario contra las propuestas de la izquierda es descomunal. Por eso, cuando alguien quiere matizar y no entregar su alma ni a Zelenski ni a Putin, es porque está entregado al oro de Moscú. Y raro es el medio que no ha dedicado algún esfuerzo a atacar a los medios o a los programas que no comulgan con los editoriales al uso.
Ese bombardeo tiene como resultado que la izquierda ha ido corriéndose cada vez más a la derecha , pensando que así no va a molestar a las élites, es decir, que no va a molestar a los medios de comunicación, que son los que construyen la idea de qué es sensato y qué no lo es. Y esa izquierda que cede terreno en las ideas a la derecha termina siendo indistinguible de la derecha. Y, en una suerte de cártel, ya ni molesta ni es molestada.
En España o en Chile o en Brasil, como las derechas apoyan a las dictaduras que han sufrido esos países, hay una izquierda que cree que basta con ser demócrata -es decir, que no es golpista- para ser de izquierdas. Y se equivoca. Eres de izquierda cuando quieres superar un sistema que genera desigualdades, violencia, que nos convierte a todos en mercancías, devasta el planeta, necesita guerras y que anula la humanidad y la empatía de los seres humanos.
Haga lo que haga la izquierda para congraciarse con las élites, no se lo van a agradecer. Porque en tiempos de crisis, las élites tienen miedo. Porque, si las mayorías se enfadan, pueden perder sus privilegios. Y se adelantan a ese riesgo.
Llegado el momento, puedes ponerte del lado de los chalecos amarillos, de los desahuciados, de los precarios, de las minorías marginadas, de los que no llegan a fin de mes, de los pobres, de los expulsados de la universidad por la subida de las tasas, de los expulsados de una vivienda digna, de los hacinados en el transporte, de las violentadas y las maltratadas, de los perjudicados en una oposición amañada, de los engañados en una estafa, de las víctimas de los bancos, de las víctimas de la violencia policial. O ponerte del lado del mensaje que lanzan los medios para no molestar. Y así, aullando con los lobos, intentar que no te insulten en la televisión, que no te persigan los jueces, que no se inventen pruebas los policías contra ti, que no te acusen de ser "pro Putin".
Pero las élites seguirán teniendo miedo y solo conseguirás saber que te han derrotado y que estás dejando solos a los que aún tienen coraje. Podrás rezar implorando la compasion de Dios mientras los hombres fusilan la bondad pero, como a Mosés Millán, te perseguirá la ignominia y sabrás, cuando suenen las campanas, que no suenan por ti porque no te las mereces.