Revista Maternidad

Réquiem por una madre española

Por Lamadretigre

Réquiem por una madre españolaA veces es nuestro reflejo en ojos ajenos lo que nos devuelve la imagen más nítida de nosotros mismos. No dejo nunca de sorprenderme ante la estampa que me devuelve impasible y delator el espejo en las raras ocasiones en que me acuerdo de mirarme de refilón. Dependo pues de mis escasas interacciones con adultos independientes para formarme una imagen más o menos fidedigna de la persona en la que me he convertido desde que dejé de tener tiempo para preocuparme de qué o quién soy. O mejor dicho, de qué o quién parezco ser. Por lo visto en este último examen saco mucha peor nota que en el primero.

Hace unos días, con ocasión de una de mis actuaciones como comité de acogida de expatriados españoles en Munich, tuve la oportunidad de comprobar con Stupeur et tremblements (no dejen de leer este libro de Amélie Nothomb) que soy una madre alemana. De pensamiento, palabra, obra y omisión. De española me queda el carnet de identidad y la costumbre de decir las cosas mucho más alto de lo estrictamente necesario. Poquito más.

La funesta realidad se hizo evidente el pasado martes cuando vino a casa una chica española recién llegada a Munich con su niño de un año. Típico escenario de amiga de una amiga de una amiga a la que le haces de cicerón encantada.  Hasta que aparece tan mona, tan conjuntada, tan planchada y con las mechas tan recientes que te da corte abrirle la puerta con los vaqueros de segunda puesta y la camiseta de hace dos temporadas que te compraste por nueve con noventa y nueve en Zara pensando que era un sport elegante muy digno y ha resultado ser la versión camiseta del chándal con tacones. Para que se hagan una idea el padre tigre la llama the I have my period t-shirt. Con razón. Y ella con bandolera de esa firma española que trabaja tan bien el cuero. Tierra trágame, piensas mientras te preguntas quién te engañó para dejarte crecer las mechas.

Luego se planta en tu casa con su Bugaboo de última generación como recién sacado del concesionario. Y tú no sabes donde esconder el tuyo para que no se percate de la población autóctona de migas, trozos de galleta chupada, curruscos de pan y churretes de plátano que luce el tuyo amén de esa rueda que tienes que recolocar a patadas en cada esquina. Del carricoche extrae con precisión quirúrgica un niño impoluto y conjuntado del botín de cuero reluciente a la polaina de cuadro príncipe de gales sin una arruga, ni una miga, ni un mísero lamparón. En eso aparecen tus retoñas como recién llegadas de la batalla de Waterloo. Las mayores despeinadas y manchadas de acuarela hasta las bragas. La Tercera con un atuendo de minifalda con deportivas verdes muy al estilo Chabelita Pantoja y la camiseta a rayas alternas de colacao y ketchup. La Cuarta viene a rebufo vestida con sobras de otra familia del barrio y las cejas cementadas con papilla.

Ella con una educación exquisita interioriza la estampa con templanza y comienza nuestro intercambio de aquí entre tú yo vamos a poner a parir a estos germanos. En mala hora. Fue un espectáculo doloroso verla encogerse a medida que se hizo evidente que a mí, como a las alemanas, se me pasan los días sin quitarle el pijama al bebé. A duras penas pudo ocultar el soponcio que le dio al comprobar que mis niñas también se bañan en días alternos. Alternando más nóes que síes por exigencias pediátricas. Poco a poco la vimos revolverse en su asiento preguntándose seguramente qué se encontraría si hubiera de levantar el cojín de sillón. Nada bueno. Ya se lo digo yo.

A puntito estuve de camuflar un chorrito de Hendricks en el té tan alemán que me estaba tomando para tragarme mejor tamaño descubrimiento: Soy una madre alemana. De las peores.

El día que deje de hacer las camas mi metamorfosis será completa.


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