Revista En Femenino

Resaca de San Valentín (por Isa)

Publicado el 17 febrero 2014 por Imperfectas
Resaca de San Valentín (por Isa)Salió dando un portazo.
Aún con la respiración agitada y las piernas temblorosas me dejé caer en el sofá. Derrumbada y deshecha sobre esa tapicería suave que tantas otras veces nos había acogido a los dos con ternura o con deseo. 
Dejé que las gotas brotaran de mis ojos mansamente sin hacer ruido en una contradictoria pugna entre la cascada inagotable del llanto y los sollozos inaudibles ahogados en mi propio estupor. 
Se había ido. 
Y yo aún no me sentía capaz de asimilarlo. 
Ni capaz ni dispuesta. 
Porque a medida que me iba vaciando de lágrimas, iba saliendo poco a poco de mi estupefacción y una rabia insólita se iba apoderando de mí. Se había marchado, sí, quizá para siempre, y no había sido lo suficientemente hábil como para impedirlo.
Aún no había conseguido asumir su ausencia cuando apareció de nuevo, hecho una furia. Toda su envergadura mastodóntica agitándose fuera de sí, gritando, blasfemando, increpándome... primero desde una distancia segura y, después, acercándose cada vez más, de forma que puedo apreciar su ira en primer plano, con un detalle que no había sabido captar hasta ese momento: El sudor acumulándose en el escaso pelo de su nuca, marcándole esos infames tirabuzones de querubín obeso, la mirada implacable de unos ojos pequeños y saltones, los párpados enrojecidos sin apenas pestañas, los iris fosforescentes de pura rabia, las venas del cuello tensas, henchidas, como canales de lava subterráneos a punto de estallar…
"¿Qué me miras, puta? ¿Creías que me iba a ir así como así? ¿Que iba a desaparecer sin más? ¿Que iba a dejar que te quedaras tan tranquila? ¿libre para hacer lo que te dé la gana? Eso es lo que te gustaría. Lo sé. Estás deseando que me vaya. Pues ya te puedes ir olvidando. Sé que no eres más que una perra. Pero esta perra es mía, como todo lo que hay en esta casa".
Su violencia verbal ya no me intimida, pero su braceo enérgico me hace estar alerta, pese a todo. Uno de sus enormes brazos llega hasta mí. Me alcanza, y me eleva sobre sí mismo sin aparentar ningún esfuerzo. Trato de zafarme, pero es inútil. Es mucho más fuerte que yo. Me aprieta contra su cuerpo, húmedo y ardiente tras las descarga de energía. Su peso me aprisiona, me inmoviliza. Apenas puedo respirar.
Intenta besarme. Sus labios se ciñen a los míos sin simbiosis, sin pasión. Su lengua serpentea como un anfibio fuera de su hábitat, en un intento vano de penetrar en mi cavidad bucal. Pero mi boca se prensa tozuda como la de un niño al que tratan de colarle una cucharada de jarabe amargo. Su mano presiona mi mandíbula hasta lograr introducir sus dedazos en una pequeña oquedad, desgarrándome las encías con sus uñas sucias. Finalmente consigue acceder con su lengua desproporcionada en mi boca sangrante. Y en ese momento cierro los dientes, apretándolos como si en ello me fuera la vida, sintiendo el fluido denso resbalar por mi barbilla, mientras él aletea indefenso tratando de desasirse de mí, de ese vínculo doloroso que tan burdamente había tratado de perpetuar.

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