Revista Cultura y Ocio

resaca de señor conejo

Por Calvodemora
a veces los pájaros acuden si los llamo, vienen en bandadas, se atropellan en el alféizar de la ventana, miran qué hago, observan los libros encima de la mesa, parece incluso que escuchan a wagner invadiendo polonia, pero en realidad no hay trama más allá de la impresión poética, no acuden si los llamo, están convidados por el azar, están sin que yo intermedie en ese prodigio, en otro modo de entenderlo todo, nosotros somos como pájaros, acudimos si nos llaman, vamos en tropel, nos atropellamos sin concierto, observamos qué hay detrás, si la cosecha o tan solo la semilla, si el final severo o el entusiasta acto de inicio, importa la trama, nos importa construir la memoria, tenerle a mano, conferirle el rango de libro y abrirlo en cuanto se nos ocurre, consultar, ver qué podemos hacer para que no sintamos el peso del mundo, que no es amor, hace tiempo que no es amor, lo fue, estuvo ahí el amor, codiciando amantes, copulando sin brida al modo en que lo hace la lluvia cuando lame el aire, invisible, puro, gozoso y alto, escribo porque soy un conejo, a veces me da por imaginar que no soy emilio calvo de mora villar, no tengo el ideal de la justicia, no tengo el sencillo amor a la vida, no comparto con los otros la alegría que en ocasiones me ocupa el pecho, soy un conejo, el señor conejo, voy de campo en campo, olfateo, sobre todo olfateo, siendo conejo he desarrollado enormemente el sentido del olfato, donde otros aguzan la vista, donde se esmeran en sublimar el gusto, yo he puesto toda mi sangre en el crecimiento de mi olfato, está grande mi olfato, estoy satisfecho de cómo funciona, salgo al campo, olisqueo sin parar, muevo los bigotes, nunca me he visto, comprendo que termine moviéndolos, los conejos tenemos esas cosas, las mujeres de wichita falls tendrán también las suyas, no conozco una sola mujer nativa de wichita falls, cabe la posibilidad de que alguna se me haya cruzado, pero no podido decirle nada, contarle la historia de mi vida, la breve historia del insomnio, el sonido que hace mi bigote cuando se me cruza una zanahoria, sobre la superficie herida de la zanahoria voy rindiendo diente a diente toda mi nerviosa boca, sé que me espera el manjar, cuanto más me espera, más intenso es el placer y más lo dilato, si vuelvo a mi condición humana no recuerdo nada de mi vida como señor conejo, no sé nada de mi promiscuidad de conejo, vuelvo a la mesura, escribo distraídamente en un banco de un parque, observo una iglesia, a lo lejos, la gente entra con respeto, entran animosamente, creo que luego dios los amonesta, secretamente los amonesta, dios censura, es un catón, es un terrible ojo imposible, pero los conejos no tenemos moral, no sentimos el peso del mundo, solo olfateamos, fornicamos, entendemos el mundo según lata el corazón más o menos aprisa, la vida como señor conejo tiene sus ventajas, no nos escandalizan los asuntos habituales, solo nos concierne la procreación, no se puede pensar en otra cosa, solo olfateamos, oteamos, nos encaramamos a la hembra y la cubrimos, cubrir es un verbo manso, uno cubre lo que puede, cubre sin apuro, un poco también desinteresadamente, sin caer en la cuenta de que se está cerrando un ciclo o de que se está abriendo, el hombre tampoco razona estos brincos del alma, no estoy hecho para llevar registro de todo lo que me sucede, quizá un apunte, un breve comentario, dejar constancia del prodigio del vino en la boca, constatando la brutalidad de las horas cuando la resaca te pasa por lo alto, el señor conejo ya no bebe como antes, escribe más, pero bebe menos, me cruzo con él en el portal de la casa, lo saludo, no parece conejo, no debe parecer conejo, siendo conejo no tendría los beneficios de ser hombre, soy hombre, tengo beneficios, soy conejo, olfateo, copulo, en la cópula se quintaesencia toda la prosa del señor conejo, el estilo barroco, el estilo ampuloso, el vuelo, el asalto al verbo, la certeza de que las palabras me abandonan, no es posible aprehenderlas enteramente, se escurren, no se avienen a que tú las sometas, tiene que haber un pie en el cuello del adjetivo, no hay que mimarlo, no hay que pensar que el adjetivo está ahí porque nosotros lo hemos llamado, como si fuese un pájaro, no acude si le llamamos, ahora estoy buscando un sentido a lo que digo y solo encuentro vértigo, el vértigo expandido, las palabras del señor conejo yendo y viniendo por mi boca, el sexo fugaz, la obra completa de mozart en un montón de cedés, la obra completa de benito pérez galdós en una caja  o en dos o en tres, en un trastero, cerca de la bicicleta de mi hijo, mi hijo estudia alemán, no sé cómo se dice conejo en alemán, no sé alemán, quizá sea tarde, no estoy por la labor, no sé a qué labor afiliarme, con cuál excederme, hace falta excederse, ver que se duele uno, apreciar el dolor, sale el texto del dolor mismo, si no hay sufrimiento no puedes ser escritor, escribes para cualquier cosa, pero no se te considera oficio, no entra en lo razonable que escribas porque no es posible eludir esa responsabilidad contigo mismo, el lector cae, se involucra, se afana a veces en entrar, pero la literatura está en otro lado, no en lo que registras, en el cuerpo orgánico del texto, en el conejo abatiendo a mordiscos la zanahoria, como si no tuviese otro cometido, como si eso que le encomendara lo aturdiese y no le dejara que la sangre fluyese por dentro, la sangre es el texto también, uno es la sangre de la herida, en la herida se intuye un aviso del texto que está por venir, algunos escribimos antes de la dentellada, no podemos esperar, nos falta la paciencia para ofrecer el texto una vez que el diente ha hecho cuartel en la carne, la carne libra entonces una batalla más alta, de más noble fuste, el conejo se encoge de hombros, se sienta en la sala de espera, mira a un lado, a otro, espera que lo entiendan, pero a los conejos no se les ve nunca como realmente son, es una pena ser solo conejo o ser solo walt whitman o ser solo eco, más allá de la voz, por encima de la sangre incluso, apartando la memoria, ser solo eco, el eco libertino, nuevamente izando banderas de placer en el aire recién libado, el aire convertido en luz misma, la luz mecida después por el eco, reverberándose, convocando el secreto numen de las cosas, pero ah emilio calvo de mora villar, estás saliendo del territorio del conejo, lo estás abandonando, no será posible después el ayuntamiento con su causa, morirá en un rincón, abandonado el conejo, vendrá el cáncer, se lo comerá entero, no quedará nada, no habrá un resto, el señor conejo será venerado, edificarán iglesias, la gran iglesia del conejo, tocarán fugas de bach, se escucharán desde lejos, incomodarán a los que no entienden qué lujuria los preñó, la carne libra entonces otra batalla más alta todavía, la voz se convierte en salmo, el señor conejo se retira a contemplar su obra
en realidad no es preciso velar durante toda la noche al conejo, señor conejo tuvo una vida admirable, un conejo feliz, el conejo al que los cuentos cortejan, en el que se observa la rotunda armonía del cosmos, no hay muchos animales en los que advertir esta evidencia de orden metafísico, ningún fabulista ha logrado hacer converger en un animal la filosofía antigua y la new age moderna, toda la sabiduría de los próceres del alma y toda la mierda patrocinada por los bancos, pero el mundo sigue, ah amigos, hemos estado aquí, mirando al conejo, observando cómo se arruga el gesto, aceptando que la vida es siempre una aventura involuntaria, he aquí al héroe, se agolpan en la puerta todas las amantes, vibran en escorzo, cimbrean la cintura, arquean el torso, ponen el alma en cada acometida de la sangre

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