Dioses
Nos educaron para huir de nosotros mismos. Lo que ha hecho la pandemia es recluirnos. Contra la voluntad de entrar está siempre la de salir, la del distraerse. Nos distraemos en casa. Ahora escucho a Bach, ahora leo a Ruben Darío (ayer martes hice ambas cosas), ahora friego los platos, ahora corrijo ejercicios de inglés. Quien no piensa, vive mejor, dice K. Qué de tiempo que no invito a K. por aquí. Tendré que tener más consideración en adelante. Pensar en hacer acostumbrada su visita, como antaño. Pensar solo da quebranto. Todo en ese plan. Un plan triste, un plan deprimente. Y no habrá quien no comparta que la vida se vive siempre más dulcemente si se la esquiva, si no se entra en honduras y se deja uno llevar, mecer, yendo de un cansancio a otro, de la resaca severa a la siguiente. Cada resaca es un comprobante de que se ha estado vivo. Mi amigo J.M. decía que las resacas eran un asunto entre él y Dios. Se ponía ceremonioso, hablaba impostando la voz (ebrio, pero elocuente) y explicaba a su alocada manera que la divinidad le concedía esos excesos porque no pedía otros. Es una concesión liviana, comparada con la que estipulan otros, creo escucharle decir, pero no serían esas sus palabras. La memoria lo corrompe todo. Como si pensar mucho, más que aliviar, dañase; como si la felicidad consistiese en no saber nunca mucho de algo. Ni de dioses sabemos, a pesar de que los nombramos a diario desde que pusimos el pie en esta tierra.Caballos
Ahora pienso en caballos, no hace falta que se pierdan en una tormenta, también esos vendrán. Al caballo, al jalearlo a que corra, no se le ve nunca flaquear: es cuando hinca las rodillas y hocica en el suelo cuando advertimos que está extenuado. Y ese vivir como caballos no conforta, en el fondo. Se prefiere la mesura, que no siempre acude si se la precisa; se desea un control en los materiales que intervienen en la trama, una especie de gobierno razonable en donde las emociones no terminen corrompidas por los imprevistos. Son esos, los imprevistos, los que malogran el conjunto. Es el cansancio, el cansancio forzado, el cansancio rutinario, el que descompone la figura resultante. Estoy que no me conozco. Es el resultado de no haber hecho escrito nada hoy o de no haber leído nada hoy. Es el discurso habitual. El conocido. Leer, escribir. Cuando me faltan, padezco, me entenebrezco, no hay más verbos que se me ocurran que se afilien a esa rima sonora. Ahora voy a retirarme a mis aposentos. Mi amigo M. me dijo el otro que yo era Felipe II. Le solicité alg que me concedió con su amabilidad y eficacia de siempre. ¿Qué hago yo?, le dije. Nada, tú eres Felipe II. Sólo firma. M. tiene esas ocurrencias geniales.