Colega, ¿Dónde está mi cuñado?
El otro día fui al cine a ver Resacón 2, ¡Ahora en Tailandia!, cuya primera entrega me había sorprendido gratamente y con la que me había reído bastante más de lo esperado en un principio. Resacón en las Vegas se estrenó en 2009, resultando ser uno de los títulos sorpresa de ese año y se acabó convirtiendo en la comedia más taquillera de la historia del cine de Estados Unidos. Estaba claro que la secuela era tan solo cuestión de tiempo. Fui al cine, pues, con la esperanza de que esta nueva entrega resultara igual de entretenida que su antecesora y con el valor añadido de que era el día después de la verbena de San Juan y me había levantado con la cabeza un poco más turbia de lo habitual, con lo que entré en la sala arrastrando, todavía, una resaca que ya empezaba a languidecer. ¿Cómo se le llamaría a esto? ¿Metacine?
Resacón 2 es una de esas secuelas en las que la frase más repetida es "nos ha vuelto a pasar" y cuyo objetivo final no es el de pretender que la historia avance en ningún sentido sino, más bien, el de repetir la fórmula que tan buenos resultados había conseguido su antecesora con el propósito de lograr llenar los bolsillos de los productores de fajos de billetes, lo que, en el caso de producirse, aseguraría una nueva entrega donde toda la maquinaria se volvería a activar y así, sucesivamente, hasta que el público, a la larga, perdiera interés. ¿Cual es, entonces, el reclamo para que las masas vuelvan a acudir a las salas de cine para ver algo que ya habían visto? Pues, sencillamente, ofrecerles lo que ya conocían aumentado y corregido. En ese sentido, las respuestas a las preguntas que todo el mundo que pretenda ir a ver la película se estará formulando son: Si, es por momentos más bestia y salvaje que su antecesora; y no, no és más divertida que la primera entrega.
En la película volvemos a reencontrarnos con los protagonistas de la parte anterior: Alan, el orondo y extraño niño grande de papá; Phil, el guapo del grupo y juerguista profesional; y Stu, el cortarrollos y cerebral de la pandilla. Los tres viajan hasta Tailandia, junto con su amigo Doug (el novio al que perdían en la primera entrega y que aquí vuelve a tener un papel completamente residual, lo que me hace suponer que los guionistas deben tenerle una manía especial al actor), para asistir a una nueva boda, la de Stu. ¿Porque Tailandia? Porque la novia de Stu es originaria de allí (aunque no es más que un pretexto para situar a nuestros chicos en un entorno más extremos, si cabe, que el de Las Vegas). ¿Porque la novia de Stu está tan cañón si él es más bien tirando a feo y rarito? Eso amigos míos, nunca lo sabremos.
Total, que dos días antes de la boda los muchachos se despiertan en una extraña y sucia habitación de Bangkok, con una resaca de seis pares de narices e incapaces de recordar qué demonios pasó la noche anterior ni cómo han llegado hasta ese lugar. Lo único que parece claro es que se fueron de juerga con el hermano menor de la novia, de dieciséis años de edad, al que perdieron la pista en algún momento y que no aparece por ningún lado. Deberán entonces esforzarse en recordar qué pasó, volviendo sobre sus pasos, para intentar encontrar al joven antes del día de la boda. Cada nueva pista les deparará una nueva sorpresa sobre lo sucedido. Por lo demás, la película sigue el patrón de su antecesora. Es cierto que en esta ocasión no hay ningún bebé al que cuidar, pero hay un mono muy divertido, y eso siempre suma puntos.
A este paso, el director de la peli, Todd Phillips (Road Trip, Aquellas juergas universitarias, Salidos de Cuentas) podrá hacer una cátedra sobre comedia gamberra made in USA. Repite en la dirección de la misma forma que también repiten todos los actores, incluídos la mayoría de secundarios. De este modo nos volvemos a encontrar con Zach Galifianakis, auténtico descubrimiento de la primera parte y uno de los actores de comedia de moda del momento gracias a su personaje en el film; Bradley Cooper, cuya carrera pasó de estar anclada en personajes secundarios sin demasiado interés a revitalizarse con varios protagonistas en títulos de mayor peso y convirtiéndose en uno de los galanes del Hollywood actual; y Ed Helms, quizás el actor del trio protagonista que menos ha rentabilizado el éxito, pero que ya cuenta con algún personaje protagonista en otros films. Se une a la fiesta Paul Giamatti en el papel de un peligroso mafioso del lugar.
No se trata de que esta segunda parte pueda recordar en algunos momentos al film original. No es eso. Se trata de que esta segunda parte es exactamente igual que el film original, reproduciendo la misma trama (grupo de amigos con resaca chunga que deben reordenar sus ideas sobre lo sucedido la noche anterior a la vez que buscan a un compañero de la juerga), personajes, situaciones e, incluso, gags. Evidentemente, sin el factor sorpresa de por medio, la cosa pierde mucha fuerza y frescura, lo que se intenta solventar a golpe de mala leche y elevando notablemente el grado de casquería y depravación. Y para ello, qué mejor que Tailandia. Porque el cambio de localización termina resultando ser la única novedad realmente relevante que logra multiplicar el grado de hilaridad y el tono erótico festivo. Por lo demás los tres protagonistas, con sus roles perfectamente aprendidos, se encargan de que las bromas funcionen y de que los engranajes de la cinta sigan perfectamente a punto. El resultado final consigue entretener a pesar de algún que otro altibajo, pero en ningún caso consigue, ni de lejos, igualar lo conseguido con su antecesora.
Resumiendo: Nueva resaca con idéntico patrón y diferente localización. En ese sentido Bangkok no parece un lugar tan divertido como Las Vegas, pero sí mucho más peligroso y pervertido.