Revista Cultura y Ocio

Reseña #328. American Gods, de Neil Gaiman

Publicado el 15 marzo 2019 por Zeleza @AtardecBajoArbo
Portada de la novela American Gods, de Neil Gaiman, donde se ve un bosque de noche, en un fondo azul y una luna arriba.

American Gods


Título original: American gods
Traductor: Mónica Faerna
Editorial: Roca
Páginas: 560
Encuadernación: Tapa blanda
ISBN: 9788499185422
Precio: 19'95€

Sinopsis
Sombra, un recluso encarcelado por turbios motivos, ve sus ilusiones desaparecer de un plumazo el día de su puesta en libertad. Pensando sólo en volver a ver a su mujer y en comenzar a trabajar en la empresa de su mejor amigo, se entera de que ambos han muerto en un accidente de tráfico... mientras ella le estaba siendo infiel con él. Sin objetivo ni ilusiones, acaba cediendo a las demandas de un misterioso personaje que se hace llamar Sr. Wednesday, que aparentemente le sigue y acosa insistiendo en que trabaje para él. Este trabajo lo convertirá en su chófer, en su guardaespaldas, en su esbirro, en su confidente, en su testigo, en su hombre para todo en definitiva, mientras ambos recorren buena parte de Estados Unidos siguiendo los misteriosos designios de su empleador, y conociendo a sus no menos extraños amigos. A medida que el viaje se prolonga, Sombra comienza a ser cada vez más consciente de que su compañero de viaje y sus allegados ni siquiera son humanos. Son algo más. Son viejos dioses.
Haciendo gala de su gran dominio de la narrativa, Neil Gaiman nos sumerge en un mundo crepuscular que actúa como crisol entre la realidad y la mitología, la vigilia y el sueño, el presente y el pasado, el facto y la creencia. Tomando hábilmente elementos de multitud de folklores, y siendo además un nexo de unión con otras obras anteriores y posteriores del propio autor, American gods aprovecha su intrigante y complejísima trama para reflexionar acerca del poder, del impacto real, de las creencias del ser humano en sí mismo y en su entorno.
Reseña
Una novela fantástica rebosante de inteligencia y cultismos, que refleja de manera muy completa las inquietudes y el peculiar metaverso de uno de los grandes escritores del género todavía vivos.
Es francamente difícil, siendo asiduo del género fantástico, no haber oído siquiera el nombre de Neil Gaiman. Siendo uno de los principales remozadores del género durante las últimas cuatro décadas, su aportación ha sido vital a la hora de redefinirlo y dotarlo de una nueva profundidad. Y lo ha hecho desde múltiples frentes: además de la literatura, su carrera ha abarcado con enorme éxito otros campos como el cinematográfico o el del cómic. En todos ellos ha hecho gala de un camaleónico talento, adaptándose al medio e incluso a personajes e historias que no eran de su autoría para, sin traicionarlos en ningún momento, poner toda su potencialidad a su servicio y hacerlos suyos. Obsesionado con el impacto en la realidad del folklore, la creencia y la imaginación, muchos de sus trabajos han girado en torno al poder transformador de la fantasía tanto a nivel interno como externo.
Estas particulares constantes suyas las comparte con quienes podrían considerársele sus dos grandes mentores. El primero es Alan Moore, nombre imprescindible para entender el cómic moderno, pues su novela gráfica Watchmen marcó un antes y un después en el medio, y transformó completamente su industria, amén de tener en su haber algunos de los cómics más brillantes jamás publicados. En él ya vemos una patente obsesión por el misticismo, la magia y el impacto de las entelequias puras en la psique humana. Fue él quien aconsejó a Gaiman que se dedicase a escribir para el medio, y fué él también el artífice de su llegada a Estados Unidos, un hito clave en su carrera. A mediados de los 80, Moore se encargaba de los guiones para los cómics de La cosa del pantano, personaje de DC que en sus manos pasó a convertirse en todo un fan favorite, gracias a sus historias adultas y complejas. Su editora, Karen Berger, en vista del apabullante éxito del escritor, tomó dos acertadísimas decisiones: por un lado, crear el sello DC Vertigo, una nueva línea de publicación de la editorial para historias más ambiciosas y maduras; y por otro, contratar a otros escritores británicos para que remozasen viejas cabeceras de la editorial y creasen nuevo contenido para la recién nacida Vertigo. Moore, a parte de otros nombres como Grant Morrison (Arkhan Asylum, Animal Man, Doom Patrol, Los Invisibles) o Jamie Delano (John Constantine: Hellblazer), mencionó al de su antiguo pupilo Gaiman. La llegada de estos autores a DC, en especial Gaiman, tendría un impacto que escaparía a los más locos sueños de cualquiera, y abriría la puerta del medio a otros grandes autores británicos que entrarían después, como Alan Grant (Lobo), Garth Ennis (Hit-man, Predicador) o Warren Ellis (Transmetropolitan).
Gaiman se llevó para su aventura americana a Dave McKean, dibujante e ilustrador al que había conocido durante un rodaje y con el que ya había publicado un cómic en Gran Bretaña, Casos violentos, con bastante éxito. Allí, y tras ganarse un renombre remozando a Orquídea Negra, personaje de la casa que bajo su trabajo cobró nueva vida, se prepararon para dar un auténtico do de pecho. Con McKean encargándose de las portadas, Gaiman lanzó la obra que lo llevaría al estrellato absoluto, y probablemente la cabecera de cómic más rica, más querida y más influyente de todos los 90: The Sandman. Sus protagonistas, los Eternos, son representaciones antropomórficas de los poderes universales que conforman tanto la realidad como la mente de los hombres: Destino, Muerte, Sueño, Destrucción, Deseo, Desesperación y Delirio. Como ya se intuye, Gaiman comienza aquí a convertir en literatura su peculiar objeto de interés, el poder transformador de la creencia, y lo haría con tan mayúscula fortuna que acabaría por convertirse en una celebridad mundial.

Protagonista de The Sandman, Sueño.

Sueños, de los Eternos, principal protagonista de The Sandman


Su otro mentor, el literario, fue Terry Pratchett, maestro británico de la sátira y una muy entrañable y querida figura del mundo de las letras, a quien tristemente perdimos el pasado 2015. Conocido principalmente como creador del universo literario de Mundodisco, del que publicó la friolera de 40 novelas, y sobre el que se han hecho miniseries de televisión, videojuegos, y adaptaciones teatrales y radiofónicas. Fue nada menos que con esta figura con quien Gaiman coescribió su primera novela, Buenos presagios, una parodia del clásico del cine de terror de 1976 The omen, y sobre la que se rumorea que será en breve adaptada a serie de televisión. Gaiman encontró en Pratchett no solo a alguien que afinó y perfeccionó sus ya considerables dotes como escritor y creador de historias, sino a un alma afín que, como él, creía en el poder del pensamiento como definidor y creador de realidades.
Pongamos un ejemplo práctico: en su libro Dioses menores, perteneciente al ciclo de Mundodisco, Pratchett juega con la idea de que todos los dioses son, al principio, pequeñas voces que se insinúan a los humanos, buscando quien predique sus mensajes. Alimentados por la creencia, los dioses adquieren forma y crecen en poder a medida que más gente cree en ellos, y pueden llegar a desaparecer si son olvidados por los hombres. Así, los dioses dependen en realidad de la humanidad y de su capacidad de imaginar, de creer en una idea pura, mientras que la propia creencia, en formas como la religión, cambia a esas mismas personas y al mundo que las rodea. Ésta, como veremos, será también la intuición básica de American Gods: es difícil decir si fue Pratchett quien se la transmitió a Gaiman durante la redacción de Buenos presagios, o viceversa. Lo que sí es cierto, sin embargo, es que desde esa primera novela ambos no dejaron de influirse mutuamente, retroalimentándose con ideas y conceptos a explorar en sus ficciones.
Reseña #328. American Gods, de Neil Gaiman

«Además, ni que decir tiene que las personas, vivas, muertas o en cualquier otra condición, que aparecen en este relato son imaginarias o han sido usadas en un contexto imaginario. Sólo los dioses son reales.»
Recogiendo el espíritu de todos estos y otros trabajos previos, «American gods» surge como la primera síntesis definitiva del universo interno de Gaiman, y de su particular manera de enfocar el mundo. En él trabaja la idea de que la creencia genera al dios, o al ser mitológico, o a cualquiera que sea la figura maravillosa que sea imaginada, en vez de ser al revés. Así, es la mente humana la que otorga corporalidad al concepto metafísico, que adquiere su esencia conforme la creencia compartida por muchos individuos la insufla de poder. Todo esto parte de un principio teórico muy interesante: el ser humano experimenta la realidad mediante los conceptos que usa para descifrarla, para clasificarla y entenderla. Esta verbalización de la experiencia de lo real convierte su percepción por parte del hombre en un relato, y lo equipara a cualquier otro constructo mental puro, que no deja de ser otro relato. Y, al fin y al cabo, estos otros relatos acaban por influir en las personas y en la realidad tanto como éstas influyen en ellos, ya que cualquiera que crea en ellos firmemente modificará su comportamiento de acuerdo a esta creencia, y esto acabará afectando a la realidad que lo rodea de alguna u otra manera. El concepto de «real», por tanto, abarca también a cualquier cosa creída, pues ésta tiene un impacto en ella: es la razón que hay detrás del acto que la modifica. Aunque esta razón sea la creencia en un ser divino.
Y son precisamente estos seres, los creados por la creencia y la imaginación humanas, los principales actores de los hechos del libro. Con Norteamérica como telón de fondo, Gaiman usa esta tierra que es crisol de culturas de todo el resto del globo para jugar con una vasta plétora de deidades de muy diversas religiones y folklores. Figuras de las tradiciones nórdicas, eslavas, germánicas, célticas, británicas, irlandesas, africanas, indias, griegas, egipcias, del medio oriente y muchas más se dan cita en el libro, como parte de la facción de los «viejos dioses», seres que están desapareciendo del mundo por la falta de fe en ellos. Son figuras que representan las creencias morales, los deseos, los anhelos, las cosmovisiones que reinaron durante siglos entre los antepasados de la humanidad actual, y cuya presencia ha llegado, aunque pálida y sin la fuerza de antaño, hasta nuestros días.
Frente a ellos, en oposición, encontramos a los «nuevos dioses», modernas encarnaciones de fe. Dinero, Tecnología, Medios de Comunicación, Transportes, Ciencia... manifestaciones de todas aquellas cosas que acaparan la esperanza y la confianza de la humanidad actual, y que desean barrer por entero a las antiguas deidades para reinar supremos tanto en el mundo como en los corazones y mentes de aquellos que los engendraron. Es en base a esta dicotomía, y a la guerra abierta que acaba surgiendo entre ambos frentes, que Gaiman apuntala su ficción. Dedicando capítulos a representantes de uno u otro bando, crea todo un universo ficcional en que se dedica a explorar el auténtico impacto transformador que puede tener la creencia en algo, la fe pura en un concepto, y cómo esto acaba por ser la más grande fuerza que mueve las acciones humanas y cambia el mundo mismo.

Fotografía de Neil Gaiman de perfil, vistiendo una chaqueta oscura, camiseta negra. Detrás hay una estantería con libros.

Neil Gaiman

«La gente imagina y cree: y es esa creencia, esa creencia firme como la roca, la que hace que las cosas sucedan.»
Entre ambos bandos es donde encontramos al protagonista de la novela, Sombra. Frío, prácticamente sin emociones, esculpido por una vida dura, se ha convertido en un ser que no cree en nada. Ese rasgo, paradójicamente, le hace capaz de aceptar, de creer, todo lo que experimenta a lo largo de su viaje por unos Estados Unidos metafísicos y repletos de maravilla y poder. Desde su prisma de completa impiedad, contemplamos como lectores todo ello, sin sorpresa ni duda. En contraposición al socarrón y pícaro Sr. Wednesday, su contraparte a lo largo de la mayor parte de la novela, su visión serena dota de un cierto grado de realismo a una novela repleta de seres y temas fantásticos, lo que en cierta manera la hace única, una rara avis en su propio género.No voy a ahondar mucho más en la trama, pues temo privar a cualquier lector que se decida a comenzar la lectura de este libro de alguna de las muchas y mayúsculas sorpresas que le esperan. 
En cuanto a la narrativa, diría que es una novela que se hace lenta a veces, sobre todo por la perspectiva tan sobria y poco emotiva que le imprime Sombra. Por otro lado, tiene un gran equilibrio entre la acción directa, la descripción contemplativa (tremendamente profusa en ciertos casos) y la exploración de la psique de los diversos personajes, siendo en eso muy balanceada.
Para cerrar este comentario, quisiera comentar un par de cosas periféricas a la propia novela. La primera es que también existen una serie de televisión y una colección de cómics adaptándola, con bastante acierto y buen gusto (no por nada el propio Gaiman ejerce un control suficiente sobre ambas producciones). La segunda es que, como es costumbre de su autor, American gods recoge ecos de sus obras anteriores y a la vez los emite a varias de sus producciones posteriores. Así, aquellos versados en los hechos de The Sandman podrán reconocer a dos personajes muy familiares deambulando por cierta parte de la novela, mientras que aquellos que quieran saber más de Sombra pueden encontrarlo por ejemplo en un relato corto de Gaiman titulado El monarca de la cañada, perteneciente a la recopilación Objetos frágiles. También, otra novela del autor, Los hijos de Anansi, podría ser considerada una especie de continuación espiritual del mundo de American gods. 
Huelga decir que estas obras citadas, a su vez, ramifican y conducen de alguna manera a otros títulos de Gaiman, así que los potenciales lectores estáis advertidos: comenzar alguna de las obras de este hombre puede significar perderse en un enorme laberinto de maravillas. Un laberinto, sin embargo, en el que es muy gozoso deambular, y al que espero haberos convencido a entrar.

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