El infinito es una idea terrible, y lo es, por que, en el fondo, es inconcebible. La historia del pensamiento es la historia de cómo se acota, de cómo se racionaliza, lo ilimitado y de ahí la invención de todo un bestiario que ponga fin a una cadena inabarcable: “lo que mueve sin ser movido”, “el que crea sin ser creado”, “la causa sin causa”, son diferentes formas de expresar lo inconcebible y que, sin embargo, no desistimos en concebir, siempre cayendo en la trampa del lenguaje.
Ya que, a día de hoy, sigue sin haber un solo dato empírico que verifique la existencia del infinito, estamos como al principio, es decir, estamos como siempre. Si no hay evidencia de que el infinito exista ahí afuera, quiere decir que el infinito es una imagen terrible que forma parte de nosotros mismos, que es nuestra, es decir, profundamente humana, que donde se lee humanidad léase “sentir la infinitud”. El infinito es, por tanto, una visión que lo humano proyecta porque le desborda la piel, porque no le cabe en la entraña, y se vierte como un volcán inconsolable, invadiendo el silencio de la tierra muda.
Hemos dicho que el infinito habita dentro de nosotros. Pero ¿Dónde? Y Josep Maria Esquirol, en su libro “humano,más humano” responde: “en la herida”.
Una herida que tiene cuatro surcos a su vez infinitos: la muerte, la vida, el tú, y el mundo. Si la historia del pensamiento es el ocultamiento en la declaración explícita de la herida que nos constituye, Esquirol nos invita a estar cerca de ella y a obrar a partir de su vibración. Así, “música e infinito” puede reformularse en “vibración y herida”. Porque la voz es vibración, es decir, materialización finita a partir de una herida infinita. La herida nos ancla, nos sitúa, nos fraterniza con el otro que (más allá o más acá de su condición de rico o pobre, sano o enfermo, bárbaro o salvaje) también com-porta (lleva consigo, arrastra) una herida que le desborda. La herida es así com-portamiento, es decir que la herida nos orienta con su campo de acción. Una herida infinita por tanto pide un infinito consuelo. Y esto quiere decir mucho, así es que lo volveré a decir, porque vivir es re-petir la herida: consuelo infinito. ¿Y dónde encontrar un consuelo así?
Estamos en el nivel del subsuelo de lo humano: allí donde habita lo infinito. Allí, en el centro de la herida cruciforme también descubrimos el amor, que solo puede ser infinito porque solo puede responder a la infinitud de su vocación de dar amparo que a su vez brota de la infinitud de su herida.
Vivimos en una era que amenaza lo humano. Y acabaré indicando una de esas principales amenazas: la ciencia. La ciencia, en el mejor de los casos, es decir, cuando es buena ciencia, no es más que un discurso que quiere explicar lo humano, pero que se instaura con el ímpetu de la totalización del mundo y de la totalización del otro. Quiere tener la última palabra. Su explicación es infalible y su fórmula es tan exacta que todo lo contiene. Todo lo absorbe. Todo. Pero cuando calla, algo en el interior se rebela porque sabe que no todo está dicho. Este es un momento crucial. Es el momento del naciente. De lo humano, que nace. Y es un momento clave donde nos jugamos todo. No podemos errar el tiro. Esquirol nos recuerda que, frente a esta explicación totalizante, es crucial no buscar otras explicaciones, sino desexplicar, desbrozar, desembargarse para dar con la esencia. Esencia que coincide con el acontecimiento del nacer, con la génesis. Y que este vivir naciéndose, es un comprender la herida infinita que nos atraviesa y un vibrar a partir de ella, en el regalo del tú, en el abrazo de la vida, en el roce de la muerte, y en el asombro del mundo. Porque no todo tiene sentido y por eso mismo, no podemos renunciar al sentido. Porque, mientras la pregunta por el sentido es una pregunta que abre mundos y nos hace partícipes de su exploración, la ciencia es la explicación que los cierra y nos excluye. Porque el sentido está en hacernos humanos, más humanos. Y para ello, debemos desembarazarnos de lo que nos explica, para reunirnos al calor de un enhebrar con sentido y en congregación. Porque no se puede dominar lo que no tiene explicación, y por eso, la explicación está siempre del lado del poder, mientras la comprensión está del lado del relato que se cuece a fuego lento y que está lleno de pausas y de asombro. Mientras la explicación es la fórmula que predice y controla conductas, la comprensión es el conjuro que abre el com-portamiento. El experto explica. El hermeneuta escucha. Y tras la escucha, unas manos que se abren atentas, que se extienden, que se descubren y, sobre todo, que callan. Un callar que es amparo. Un callar que nos devuelva a la esencia.
Versión sonora de esta entrada aquí.
Paco Martinez Granados (bajo la inspiración de Esquirol y con todo mi reconocimiento)