A LA DERIVA
Título: A la deriva.
Autora: Penelope Fitzgrald (1916-2000) de soltera Knox, era hija del editor de Punch, Edmund Knox y sobrina del teólogo y novelista Ronald Knox, el criptógrafo Willy Knox y del estudioso de la Biblia Wildfred Knox. Fue educada en caros colegios de Oxford. Durante la Segunda Guerra Mundial trabajó para la BBC. En 1941 se casó con Desmond Fitzgerald, un soldado irlandés, con el que tuvo tres hijos. Durante algunos años vivió en una casa flotante en el Támesis. Autora tardía, Penelope Fitzgerald publicó su primer libro en 1975, a los cincuenta y ocho años, una biografía del pintor prerrafaelista Edward Brune-Jones. En 1977 publicó su primera novela, The Golden Child, una historia cómica de misterio ambientada en el mundo de los museos. A lo largo de los siguientes cinco años publicó cuatro novelas vagamente autobiográficas, que la consagraron como una de las figuras más importantes dentro de la nueva narrativa inglesa. Con La librería, publicada en 1978, fue finalista del Booker Prize, premio que finalmente consiguió con su siguiente novela, A la deriva. Siguieron Human Voices y At Freddie´s. En este punto, Fitzgerald declaró que ya estaba cansada de escribir sobre su propia vida, y se decantó por la novela que desvelaba hechos y acontecimientos del pasado, desde un punto de vista histórico. La primera de ellas sería Inocencia, desarrollada en la Italia de los años 50 y que narra la historia de amor entre la hija de un aristócrata arruinado y un médico comunista. En 1988 publicó El inicio de la primavera, que tiene lugar en el Moscú de 1913. Siguieron La puerta de los ángeles y La flor azul, esta última centrada en la vida del poeta alemán Novalis.
Editorial: Impedimenta.
Idioma: inglés.
Traductor: Mariano Peyrou.
Sinopsis: Nenna James, una joven canadiense sin medios para alquilar una vivienda en Londres de principios de los 60, vive con sus dos hijas en una barcaza anclada en el Támesis. Ninguna de las tres "pertenece ni al agua ni a la tierra firme", y comparten su existencia con unos vecinos que se encuentran, como ellas, a la deriva: Willis, un artista que intenta vender su decrépita nave a pesar de su pésimo estado. Richard, que vive a bordo del Lord Jim con su mujer, Laura, aunque ella preferiría mudarse a otro sitio, O Maurice, que ni siquiera protesta cuando la barcaza empieza a llenarse de objetos robados. Todos ellos van a contracorriente, en un espacio en el que podrían primar la sencillez y la libertad de la vida excéntrica, pero que se ve salpicado por los pequeños reveses de cualquier existencia humana.
Su lectura me ha parecido: delicada, ágil, triste, con una reflexión capaz de ablandar al corazón más duro, poderosamente autobiográfica, con unos personajes memorables...Queridas lectoras y lectores, como muchos ya sabréis, sobre todo si estáis atentos a las redes sociales, que hace unas semanas emprendí el que es hasta el momento mi segundo viaje a tierras inglesas. A pesar del retraso de dos horas que enturbió gran parte de aquella primera jornada, eso no impidió que el resto de días que pasé allí no resultasen inolvidables. Para mi siempre es un placer pisar suelo británico, ya que como historiadora me siento bastante conectada a la tradición intelectual de este país, al igual que a su historia a lo largo de los siglos. Por no hablar que su literatura, la cual desde siempre me ha fascinado. Durante este viaje tuve la oportunidad de conocer el Támesis, el río más importante del país y que atraviesa la capital, desde dos perspectivas muy diferentes. Primero desde la más habitual, es decir, desde el plano más urbano. Todos los que han visitado Londres habrán cruzado algunos de sus famosos puentes, en especial el de Westminster (con vistas al parlamento y al London Eye) y el Puente de la Torre (el más emblemático de la ciudad y que conduce a habitantes y turistas a la Torre de Londres, uno sus monumentos más importantes declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO). Y no se hasta que punto los visitantes no quedan impresionados por la bravura y anchura del Támesis, en el que incluso se pueden apreciar pequeños remolinos de agua en ciertos puntos de su paso por la capital británica. El río destaca entre una ciudad en la que las iglesias barrocas o victorianas se mezclan con rascacielos de cristal y en donde, a pesar de toparnos con pequeñas playas (una de ellas a la altura de El Globo), éstas son inmediatamente engullidas por la marea (de hecho una servidora pagó las consecuencias de acercarse demasiado a la orilla con una chopada de pies). En segundo lugar sólo hay que alejarse del centro de la ciudad para contemplar el Támesis más bucólico, tranquilo e idílico incluso. A la altura de Isleworth, un barrio situado en el conocido como Gran Londres, pude pasear a escasos metros de su orilla sin peligro a mojarme. Rodeada de patos, cisnes palomas y demás logré incluso mojarme los dedos y observar la imponente naturaleza semisalvaje que al otro lado se erigía. Fue en ese momento cuando entendí la importante influencia que el Támesis ha tenido tanto en la historia como en la cultura del país, además de trasladarme, casi en el acto, a una de mis lecturas más recientes y que hoy tengo el placer de reseñar y recomendar. A la deriva: historias de desarraigo ancladas en el Támesis.
La historia de como A la deriva acabó instalándose de forma permanente en mi apreciada y cada vez más nutrida librería tiene todos los ingredientes de una novela de amor. La primera vez que vi un libro de Penelope Fizgerald, como ya expliqué en su momento, fue hace mucho tiempo, ni siquiera recuerdo bien en qué momento anímico me encontraba ni el contexto en el que se produjo dicho acontecimiento. Pero la cuestión es que sucedió, y todo lo que vino después no pudo ser más maravilloso. Aquel libro de Fizgerald no podía ser otro que La librería, éxito de critica y de ventas recientemente popularizado en este país gracias a la adaptación de Isabel Coixet (vencedora de los Premios Goya de este año). Mi relación con La librería fue todo un viaje lleno de obstáculos, empezando por esa primera lectura de la sinopsis, pasando por una sanción de la biblioteca pública durante las pasadas vacaciones de verano (pues su lectura se alargó más de lo esperado y se me olvidó por completo renovarlo por internet) y finalizando primero con un sentimiento de tristeza total (pues no os imagináis lo que me apenó estregárselo a la bibliotecaria tras una de las mejores experiencias lectoras que recuerdo) y segundo con la euforia de poder reseñarlo gracias a Impedimenta. A día de hoy, La librería reposa en el cuarto estante de mi biblioteca particular, desde donde contempla la vida pasar y mis momentos de regocijo a la hora de escoger una nueva lectura. Un privilegiado lugar del que sólo ha partido cuando una servidora ha necesitado de su terapéutico poder, ese poder que sólo las palabras tienen y que tanto bien hacen a quien necesita desesperadamente levantar el ánimo. Por eso, en cuanto me enteré que Impedimenta iba a traducir y publicar una nueva novela de Penelope Fitzgerald no me lo pensé dos veces. Sin embargo, como buena crítica literaria que se precie, me pasé por su catálogo para conocer más detalles de ésta. Su título, A la deriva, así como el carácter autobiográfico que parecía tener me conquistaron, hasta el punto de que la impaciencia se apoderó por unos segundos de mi carácter habitualmente tranquilo y sosegado. Había disfrutado tanto con La librería, con sus personajes, con su planteamiento, con su sensibilidad, con esa reflexión entorno a los libros y a las librerías. Había sentido tantas cosas que no podía dejar pasar la oportunidad de revivirlas de nuevo. Y aunque la sinopsis de A la deriva revelaba una temática bastante diferente a la de La librería, estaba convencida de que se convertiría también en una experiencia lectora inolvidable. A la deriva llegó en un sobre, junto con un completísimo dossier, pero con ella también llegó esa lectura que tanto tiempo había esperado y que al poco pude disfrutar durante mis largas noches de mayo.
Pasando a abordar en este tercer párrafo el apartado más crítico de la reseña, comenzaremos apuntando que A la deriva presenta una lectura amena, sencilla, sin barroquismos de ninguna clase y que discurre, cual río (como el Támesis) de forma pausada, a la vez que torrencial, hasta el final. A la deriva voló literalmente entre mis manos, hasta el punto de que en tan sólo una semana terminé de leerlo, algo que no me pasaba desde hacía muchos meses. En ese momento, y lo digo con total sinceridad, estaba necesitada de una buena lectura, que no fuese demasiado extensa en cuanto a páginas pero que estuviese bien escrita y pareció que A la deriva llegó en el momento más oportuno. A día de hoy muy pocos dudan del don de Penelope Fizgerald para contar historias, y digo contarlas en vez de escribirlas porque a medida que el lector se adentra en alguna de sus novelas tiene la sensación de que está ante un cuento, algo más largo de lo habitual, que perfectamente puede leerse en voz alta ante un reducido número de asistentes. Es tal la intimidad y la delicadeza que Fitzgerald consigue en sus novelas que el que se adentra en ellas siente el corazón lleno, rebosante de esa sensación que solo los lectores conocen y que parece tatuar una sincera sonrisa en el rostro durante unos segundos, aunque su contenido sea lo más triste que haya leído en mucho tiempo. Por otro lado, es imposible obviar el carácter autobiográfico que acompaña a las novelas de Fitzgerald. Si en La librería esa huella es importante, en A la deriva lo es todavía más, ya que si nos detenemos en su biografía el lector puede pensar y asociar su etapa en la que estuvo viviendo en un barco sobre el Támesis con lo que se narra en la presente novela. Penélope Fitzgerald es el mejor ejemplo de que la experiencia es la mejor fuente de inspiración, algo que es completamente cierto, pues todos los que se dedican al noble arte de la escritura acaban tirando de experiencias personales para poder o bien crear personajes o como temas principales de la trama novelística. A la deriva narra una historia con diversas lecturas. Estamos ante una protagonista, Nenna, una canadiense que vive con sus hijas, Martha y Tilda, a bordo del Grace, anclado en el río Támesis. Los problemas económicos y la negativa de su marido inglés a vivir con ella y las niñas serán los ejes sobre los que giran estos tres personajes a lo largo de la novela. Pero Nenna, Martha y Tilda no están solas, pues el Grace comparte espacio con otros barcos habitados por sus particulares inquilinos. Por un lado está Richard Blacke, el único con un buen trabajo, que junto con su esposa Laura viven en el Lord Jim (claro homenaje a Joseph Conrad). Un matrimonio que sortea muchas dificultades, entre las que se encuentra la negativa de ella a seguir viviendo en un barco. Por otro nos topamos con Sam Willis, un artista bohemio especializado en marinas que quiere vender su "Acorazado" antes de que se hunda en las aguas del Támesis. Y por último el lector se encuentra con Maurice, un ave nocturna ávida de buena conversación que sin alterarse reacciona cuando un día descubre la nave de su barco, el Rochester, llena de objetos robados. Unos secundarios de lujo que, a pesar de los errores que cometen a lo largo del libro, el lector no puede evitar amarlos, al igual que a Rayada, la gata de Nenna, mentalmente inestable según palabras de la protagonista y que protagoniza algunos de los momentos más divertidos del libro. Por no hablar de Martha y Tilda, las espabiladas y deslenguadas hijas de Nenna que iluminan la historia cada vez que hacen acto de presencia. Como habéis podido comprobar, A la deriva se caracteriza, además de por unos personajes inolvidables, también por esa extraordinaria y equilibrada balanza entre el humor y el drama. Empezando por los nombres de los barcos (que reflejan la personalidad de sus dueños) hasta las situaciones cotidianas que se producen a bordo. No debemos olvidar que todos ellos viven en el Támesis por una razón, por una historia que arrastran y que en algunos casos es realmente dramática, pero es ahí donde Fizgerald actúa con maestría al dotar algunas escenas de un finísimo humor, un humor típicamente británico con la ironía como protagonista. Consiguiendo de este modo que el lector pase de la sonrisa a la seriedad más reflexiva. Por último es necesario dedicar unas líneas a alabar la atmósfera que envuelve esta novela y que en ocasiones roza la sinestesia total. El lector puede oler y sentir la humedad del Támesis, al mismo tiempo que lucha por encontrar el equilibrio si éste discurre ligeramente embravecido y mientras contempla, a lo lejos, los privilegios de quienes pueden permitirse vivir fuera del agua.
Como bien expone Allan Hollinghurst en el prólogo de esta edición, el pasado y el presente están muy presentes a lo largo de la novela, sobretodo en relación al Támesis, río que sustenta los barcos de los personajes y que en ocasiones actúa como el verdadero protagonista de esta historia. Un Támesis que se extiende parte en dos la capital británica favoreciendo con el tiempo la aparición de nuevos barrios y la construcción de monumentales puentes. Es cerca de uno de ellos, el de Battersea. donde se ubica la historia de Nenna y el Grace. Una zona, la que rodea al Battersea, que ha experimentado muchísimos cambios a lo largo de su historia. Empezando por el astillero Graves, cuya existencia se extendió durante todo el siglo XIX y en el que trabajaron como barqueros notables pintores británicos como Turner o Whitsler entre otros, pasando por las viviendas de protección oficial post-victorianas que se alzaban sobre serpenteantes callejuelas y apiñadas frente al río, hasta finalizar con las imponentes y modernas construcciones erigidas a finales del XX principios del XXI que han convertido los barrios de Battersea y Chelsea (unidos por el famoso puente) en los más pijos de la capital. Las ciudades evolucionan, al igual que sus habitantes, sin embargo, lo que parece no desaparecer del todo es el terrible sentimiento de desarraigo, de sentirte lejos del lugar en el que en realidad quieres estar, de observar como tu existencia transcurre a través de medios de vida alternativos y nada seguros. Todo eso parece experimentarlo Nenna, la protagonista de A la deriva, convirtiéndose su caso en el ejemplo paradigmático. Canadiense y acostumbrada a otro tipo de vida, se resigna a vivir en una barca en el Támesis ante los problemas económicos y un marido que no quiere ejercer las responsabilidades que la paternidad exige. Una mujer que se siente mal por vivir en el hueco que nadie quiere pero que al mismo tiempo se niega a abandonar esa forma de vida, pues, en algún momento de su vida ella lo ha llegado a considerar suyo y de nadie más. Un modelo de personaje femenino que, por cierto, ya encontramos en La librería, pues su protagonista llega también a un lugar desconocido para ella con la intención de hacer su vida allí, a pesar de la guerra silenciosa y el boicot hacia su negocio y a su persona. El desarraigo en todas sus vertientes, por tanto, parece ser la temática predominante de la literatura de Penélope Fitzgerald, y no es de extrañar, pues de ese tiempo a esta parte éste no ha desaparecido del interior del ser humano. Cada vez que éste sale de su área de confort, ya sea de su casa, de su grupo de amigos, de sus tareas cotidianas o de cualquier actividad que implique o se asocie a estabilidad, éste no tarda en experimentarlo. Unos de una manera menos evidente, tragándose de golpe su orgullo, y otros, los más humanos, de forma más explícita, tanto que necesitan compartir sus sensaciones con los demás. El desarraigo produce añoranza, tristeza, resignación, impotencia...Y que no sólo se puede sufrir si vives en un país extranjero, también lo puedes experimentar hasta en tu propio barrio al no tener la oportunidad de ser parte del sistema y tener que vivir al margen de este porque directamente te han expulsado salvajemente. Vivir en un barco, como los personajes de A la deriva, es una alternativa, pero en la época era sinónimo de fracaso y pobreza. Actualmente eso ha cambiado, pues muchos asociamos la vida marítima con el romanticismo, lo bohemio o el lujo desmedido. Todo hipocresía al fin y al cabo. Una hipocresía que no deja ver y que nos ciega de lo verdaderamente importante: que el desarraigo no ha desaparecido, aunque éste ya no se pasee por la cubierta de un barco anclado en el muelle de cualquier ciudad del mundo. Si algo nos enseña esta novela son las diferentes y duras caras de la moneda en cuanto a esta cuestión y que el desarraigo, a pesar de todo, produce solidaridad colectiva, una solidaridad muy particular y que el sistema jamás aceptaría. A la deriva: una historia de amistad, historias personales, desavenencias, humor, tristeza, incomprensión, belleza, optimismo...Una lucha por mantenerse a flote.
Frases o párrafos favoritos:
"- Bueno, me siento como si estuviera en el paro. No hay nada tan solitario como estar en el paro, aunque estés en una cola con miles de personas. No sé en que voy a pensar si no tengo que estar todo el tiempo preocupada por él. No sé que voy a hacer con mi mente. - Una vaga melancolía se apoderó de ella - Tampoco estoy segura de qué hacer con mi cuerpo."
Película/Canción: a la espera de que alguna directora o director se anime a adaptar A la deriva, os dejo con la pieza de BSO que me ha acompañado durante la redacción de esta reseña. Simplemente preciosa, y encima impregnada del universo literario de Penélope Fitzgerald.
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Impedimenta