ALICIA EN EL PAÍS DE LAS MARAVILLAS
Título: Alicia en el País de las Maravillas.
Autor: Charles Lutwidge Dodgson, Lewis Carroll (1832-1898) fue un diácono anglicano, lógico, matemático, fotógrafo y escritor británico. El polifacético autor inició su educación en casa, sufrió tartamudeo, sordera y fue un brillante profesor de matemáticas en la Universidad de Oxford. Su carrera literaria se inició con un éxito discreto entre los años 1854 y 1856, tiempo en el que publicó poesías y cuentos en revistas como The Comic Times o The Train, en las que comenzó a firmar como Lewis Carroll. Pero no fue hasta el 4 de julio de 1862, durante una excursión por el Támesis, cuando el propio Carroll improvisó para las hermanas Liddell una narración que entusiasmó a las niñas. De aquella experiencia y gracias a la insistencia de una de las hermanas, Alicia Liddell, salió el libro Las aventuras subterráneas de Alicia. Años más tarde, movido por el interés que el manuscrito había suscitado entre sus lectores y su agente literario, el libro se revisó y pasó a titularse finalmente como Alicia en el País de las Maravillas, publicado con ilustraciones de John Tenniel. Fue tal el éxito que Carroll decidió escribir una continuación titulada Alicia a través del espejo. Además de otros títulos como Silvia y Bruno o el poema satírico La caza del Snark, Carroll es autor también de numerosos libros de matemáticas, lógica y geometría.
Editorial: Alianza Editorial.
Idioma: inglés.
Traductor: Jaime de Ojeda.
Sinopsis: escrita en 1865, Alicia en el País de las Maravillas es una obra que con el correr del tiempo se ha liberado de su estrecho ámbito original, vinculado a la literatura juvenil. Popularizado por las decenas de versiones que de él se han llevado a cabo, el relato que el reverendo Charles Dodgson, verdadero nombre de Lewis Carroll, escribiera para la niña Alicia Liddell, de diez años, es un delicioso entramado de situaciones verosímiles y absurdas, metamorfosis insólitos de seres y ambientes, juegos con el lenguaje y con la lógica y asociaciones oníricas, que hacen de él un libro inolvidable que habría de tener una secuela equiparable, cuando no superior, en Alicia a través del espejo.
Su lectura me ha parecido: interesante, amena, imaginativa, onírica, inteligente, hermosa, única, inmortal...Como todos bien sabréis, la literatura juvenil esta plagada de toda clase de libros, cuyas historias han logrado traspasar la frontera del tiempo. Ya pueden estar escritas hace más de 100 años, si rebosan de originalidad y han tenido alguna que otra ayudita por el camino, éstas de seguro que se encuentran entre las lecturas preferidas de generaciones enteras. Sus tramas suelen contener problemas típicos, toques de irrealismo, de magia, ecos de una originalidad que pocas veces encontramos en la novela más convencional. Sin embargo, muchas veces se nos olvida que lo que hoy catalogamos como literatura juvenil, también, ha logrado derribar la barrera de la edad, pues, son también los adultos los que han sucumbido ante este tipo de novela. Ya sea por nostalgia o por alejarse de las lecturas más convencionales, los adultos acaban por adentrarse en este tipo de libros con la misma energía que la de un joven que empieza a dar sus primeros pasos en el mundo de la lectura menos infantil. Su magnetismo es contagioso, y esto nos debería hacer pensar, ser conscientes de lo que hoy llamamos literatura juvenil, puede que ésta no lo sea tanto. Basta con investigar un poco para darnos cuenta de que libros tan clásicos como El mago de Oz, Peter Pan o Tom Swayer son más profundos de lo que parecen, hasta el punto de convertirse en todo un pretexto para criticar, mostrar o burlarse de la sociedad que parió dichos textos. Del libro que hoy tengo el placer de reseñar se han hecho millones de interpretaciones, conjeturas y teorías de lo más variopintas. Exitoso desde el momento de su publicación, elevado a la categoría de imprescindible gracias al cine y finalmente consagrado por la cultura popular. Nadie pone en duda el atractivo que ha suscitado este breve relato a lo largo de los años, cuya protagonista ya pertenece por méritos propios al olimpo de los grandes personajes literarios, junto a Frankenstein o Hamlet entre otros. Estamos hablando, por supuesto de Alicia en el País de las Maravillas: la lógica dentro de la locura.
Alicia en el País de las Maravillas llegó a mis manos hace unos cuantos años, sin embargo, una servidora ya se había adentrado en el universo de Lewis Carroll mucho antes de que me decidiese, por fin, a leer el libro. El primer recuerdo que tengo de Alicia en el País de las Maravillas, y me imagino que a muchos os pasará lo mismo, es de cuando era pequeña. Gracias a aquella magnífica película de la factoría Disney, muchos de los que hoy rondamos los veintipocos, conocimos por primera vez a Alicia, al conejo blanco, al gato Chesire, al Sombrerero Loco y por supuesto a la malísima Reina de Corazones. Frases como "¡son más de las tres!" o "¡que le corten la cabeza!" acabaron formando parte de nuestra vida y de nuestros recuerdos de niñez. Años más tarde, me volví a reencontrar con la historia y sus personajes gracias a un bellísimo libro ilustrado. No se si se publicó por el aniversario del autor, pero lo que si que sabía era que aquel fue uno de los libros más bonitos que había visto nunca. Evidentemente se trataba de una adaptación, pero eso no quitaba que una servidora disfrutase de su lectura, así como de las maravillosas ilustraciones que poblaban el libro. Y justo antes de que la versión original acabase en mi abarrotada estantería, no pude pasar por alto la interesante, que no fiel, adaptación del maestro Tim Burton. Tras verla y aunque el resultado no fue el que esperaba, la película logró acrecentar mi más profunda admiración por la originalidad y la desbordante imaginación del director norteamericano. Así, de esta forma tan curiosa, después de haberme empapado durante años y años de Alicia y de sus icónicos personajes, llegamos al día de mi cumpleaños. No recuerdo exactamente cuantos años cumplía, pero si que se que el regalo estrella de aquella celebración fueron tres libros: Viajo sola de Samuel Bjork, Las uvas de la ira de John Steinbeck y como no, el Alicia en el País de las Maravillas de Lewis Carroll. Tapa blanda, portada amarilla y editado por Alianza Editorial; era imposible que pasase desapercibido ante mis ojos. Tardé un tiempo en animarme a leerlo, pero cuando lo hice, ya no había vuelta atrás. Acababa de redescubrir una historia no sólo mítica, también, todo lo que un cuento tan conocido puede esconder bajo una infantil apariencia.
En lo que respecta a la crítica literaria propiamente dicha, comenzaremos diciendo que Alicia en el País de las Maravillas presenta una lectura ligera, rápida y sorprendentemente amena. Lo que en cierto sentido es sorprendente, pues, no debemos pasar por alto que esta novela se publica en pleno periodo victoriano, un tiempo en el que encontramos a figuras como Charles Dickens, cuyas novelas no se pueden describir precisamente como amenas. Pero es cierto que durante esta época, libros como el que hoy reseñamos tendrían bastante cabida entre el público menos especializado y más popular, a pesar de la extraordinaria profundidad que éste manifiesta. En relación precisamente con esto último, os recomiendo que si algún día os decidís por leer Alicia en el País de las Maravillas, lo hagáis con calma, aunque la propia dinámica del libro obligue al lector a pasar aspectos por alto. Leer a contracorriente, con detenimiento, fijándoos en todo, pues, éste es uno de esos libros que esconde muchas sorpresas. Centrándonos en la historia que se narra, que duda cabe que todos la conocemos, o al menos hemos oído hablar de ella. No existe lector que no haya visualizado en su mente alguna de las partes más famosas del libro. El cine tiene parte de culpa, pero también, la elevación de sus personajes a mitos inmortales de la literatura y de la cultura popular. No obstante, y he aquí la paradoja, a través de estos canales de difusión, se ha promovido una visión de Alicia en el País de las Maravillas que dista ligeramente de lo que se narra en el libro. Es cierto que a raíz de este fenómeno cinematográfico ha aumentado el interés por el relato y son muchos los que han acabado sucumbiendo a su lectura, pero, a pesar del paso del tiempo, todavía seguimos asociando la Alicia de Lewis Carroll con la Alicia de Walt Disney. No quiero quitarle mérito a Walt Disney, pues, de seguro que sus películas han logrado promover la lectura de ciertos cuentos infantiles, pero, hay que mirar más allá del dibujo animado. Dejando de lado esta pequeña apreciación, insistimos en que Alicia en el País de las Maravillas muestra más de lo que nos han querido vender. Este es un libro profundo disfrazado intencionadamente de una apariencia maravillosamente onírica. Aspecto que no podemos evitar asociar con ese lado infantil que todos tenemos en nuestro interior. Pero lo cierto es que Alicia en el País de las Maravillas es lógica, es contundencia, es firmeza, es matemática pura. Como un puzle en el que poco a poco van encajando las piezas, una máquina que hay que ir construyendo poco a poco. Si lo leéis lo entenderéis perfectamente, aunque, y ahí reside lo maravilloso de este libro, se presta a diferentes y de lo más variadas lecturas. Todo depende del ojo con el que se mire. Por último, no podía dejar de lado un aspecto crucial dentro de este libro, y es que sus personajes, desde Alicia, icónico personaje, hasta la última carta de la guardia personal de la Reina de Corazones, pasando por el Conejo Blanco o el Gato Chesire, merecen un exhaustivo análisis. Nadie duda de su importancia ni de las interpretaciones que se han hecho de cada uno de ellos. Sin embargo, y por no extenderme más en este apartado, pues se han dicho ya muchas cosas, sólo me queda decir, queridos lectores, que sólo vosotros podéis sacar conclusiones de esta lectura. Merece la pena adentrarse en ella, no sólo por su calidad literaria y la capacidad de Carroll para crear mundos inventados, también por las interpretaciones que podáis extraer de su lectura. Interpretaciones como la que una servidora os expondrá en el último párrafo.
Como ya he comentado, no puedo marcharme sin antes, en el pequeño espacio que me queda, dedicarlo a reflexionar sobre Alicia en el País de las Maravillas. Es cierto que en más de una ocasión los debates que me he planteado tras leer un libro han sido en relación con algún aspecto de rabiosa actualidad, otras veces éstos han sido más abstractos y sólo cuando era estrictamente necesario, se han ceñido a una interpretación personal de la lectura finalizada. Pues bien, ya que nos encontramos ante un texto de gran importancia literaria y popular, no he podido evitar decantarme por ésta última. Como todos bien sabréis, o al menos lo conoceréis por oídas, Alicia en el País de las Maravillas es un libro machacado, analizado al milímetro y que por consiguiente, ha servido como base de estudio, dando lugar a mil y un interpretaciones, cada cual más diferente. Sin pretender ser pretenciosa, pues cualquier lector es libre de dar su propia opinión, ni me voy a decantar por aquellas visiones simplistas ni por aquellas que sugieren que el propio Lewis Carroll tenía una oscura obsesión por Alicia Liddell, la niña que inspiró al autor y cuya foto podéis contemplar al principio de la reseña. En su lugar, prefiero decir que Alicia en el País de las Maravillas, como relato publicado en una época muy concreta de la historia, sugiere una alocada y cuerda crítica a la sociedad de su tiempo. El momento en el que nace Alicia en el País de las Maravillas resulta ser un tiempo de marcados contrastes. Por un lado la expansión colonialista británica por medio mundo provee al país de riqueza y de poder dentro de las relaciones internacionales, pero por el otro, como consecuencia de la Revolución Industrial, la miseria se extendía por todas las zonas industriales, incluyendo la capital, creando auténticos barrios marginales, hostiles y desamparados. Si el longevo reinado de Victoria I aseguraba estabilidad frente a posibles reveses, la población estaba sujeta a una serie de normas moralizantes que no hacían sino constreñir aún más los derechos de sus ciudadanos. Todo sea dicho, la sociedad británica, incluso la de nuestro tiempo, no deja de lado ciertas costumbres ya famosas por antonomasia, tales como el té con pastas o la puntualidad tan universalmente conocida. Dicho esto, lo que pienso sinceramente es que Carroll, Dodgson al fin y al cabo, no estoy tan segura si conscientemente, pues el punto de partida del libro es bien distinto, consiguió que le saliese algo más profundo. Todo ese colorido, esa fantasía, esos animales que hablan, ese sombrerero chalado, esa monarca despiadada...No es más que una crítica a esas costumbres impuestas o que hacemos por inercia. Ya no sólo hablamos de las típicamente inglesas, pues se hace explícita referencia a ellas, también se puede extrapolar a todas ellas en general, además de un canto a un cierto tipo de libre albedrío. Ese en el que tienen cabida todo tipo de locuras dentro de un orden milimétricamente calculado. Tras esto, me gustaría pensar que algo así podría tener cabida en nuestro subconsciente, de hecho, todos llevamos a un loco dentro que se muere por salir al exterior de vez en cuando. Por ello, creo que Alicia en el País de las Maravillas es un canto a la despreocupación, a la desinhibición, al caos, claro está, dentro de un límite. Algo que sinceramente, deberíamos practicar todos de vez en cuando. Alicia en el País de las Maravillas: una historia de imaginación, locura, ingenio, lógica, metáforas, sonidos, profundas reflexiones, frases memorables...El libro que todos debemos tener en nuestra estantería.
Frases o párrafos favoritos:
"Estás loco, pero te diré un secreto: las mejores personas lo están".
Película/Canción: aunque la más famosa es la versión de Disney, estrenada en 1951, existen otras adaptaciones. Desde la primera fechada en 1903, hasta la versión de Tim Burton en el 2010, pasando por la de 1999 que adaptó el clásico a formato televisivo. Sin embargo y debido a mi pasión por las bandas sonoras, os adjunto una pieza extraída de la adaptación de Tim Burton cuya magia se nota desde el primer minuto. Disfrútenla.
¡Un saludo y a seguir leyendo!