Son malos tiempos para los superhéroes de Netflix. Con Iron Fist y Luke Cage canceladas, nuevos rumores apuntan a un cada vez más mermado interés en los miembros de los Defensores. Pero como dirían en Astérix, ¿todo son malas noticias? ¡No! Hay todavía un irreductible enmascarado que resiste. Y es que ese tipo es un hombre sin miedo.
El hijo pródigo ha vuelto. Y de qué manera.
Con el fin de no estropear una experiencia que bien seguro será memorable, esta reseña está libre de spoilers. ¿Listos? Bienvenidos a (la cocina del) Infierno.
Eso es exactamente lo que debió pensar Erik Oleson, el nuevo showrunner de esta temporada. A Oleson le conocemos ya por su trabajo en Arrow. Escribió algunos episodios de la tercera temporada del arquero de DC, pero en dichos libretos no pudimos atisbar lo que se nos venía cuando dio el salto a Daredevil.
Y es que ahora mismo, Daredevil es probablemente la serie más enforma del momento. Es un thriller intenso, con un ritmo endiablado y que, sorpresa, no se olvida de sus personajes. Más bien al contrario. Los mima de la mejor manera que puede hacer un guionista: llevándolos al extremo. Haciendo que lo pasen mal, que vivan una agonía. Oleson ha puesto toda la carne en el asador con esta temporada, y el resultado es incluso superior a la ya célebre primera etapa.
Atrás quedan esos coqueteos con lo sobrenatural del segundo tramo de esta serie. Oleson desecha todo lo relacionado con Elektra y pone el foco en lo urbano, en la corrupción que pudre todo aquello que toca. Recuerda por momentos a Infiltrados, esa obra maestra de Martin Scorsese que juega de manera magistral con la figura del agente doble. Porque Daredevil no es una historia de superhéroes, como tampoco lo fue El Caballero Oscuro. Ambos son thrillers. Y, perdónenme el atrevimiento, pero poco tiene que envidiarle este Daredevil a la cinta de Christopher Nolan.
Todo, absolutamente todo en esta temporada funciona. Es un placer ver cómo se nos narra la mejor historia de Daredevil posible, una historia que no nos deja ni despegarnos del asiento. El retrato que se hace de los personajes, protagonistas y secundarios, es crudo, vil por momentos y muy, muy humano. Matt Murdock es ese héroe que se nos prometió cuando los enmascarados dieron el salto a la televisión, pero que hasta ahora había quedado en eso, más en promesas vacías que en hechos reales.
Ya no. Es un equilibrio siempre difícil, el hacer que el héroe sea vulnerable y a la vez un líder. Que su carisma no quede eclipsado por los secundarios, o que simplemente se le retrate como alguien predecible para enaltecer así a un villano que suponga una amenaza. Pero aquí el equilibrio es perfecto. Todo el elenco actúa, razona, siente y se comporta de una manera increíblemente coherente, a la vez que sorprendente y lógica.
Es un gozo ver como este Daredevil también deja salir a sus demonios, cómo consigue meterse en la cabeza de sus enemigos y derrotarlos más en el plano psicológico que en el físico. Y ocurre también a la inversa. Estos trece episodios son un toma y daca constante, donde la iniciativa cambia de manos de capítulo a capítulo.
Wilson Fisk, siempre magistralmente interpretado por Vincent D’Onofrio, consigue eso que parecía imposible: superarse. Aquí, Fisk es una amenaza tan real que los responsables de la serie consiguen algo que no había ocurrido hasta ahora en el género: transmitir la sensación de que cualquiera -y me refiero a cualquiera- pueda morir. No hay nadie intocable. Ni Matt, ni Karen, ni Fisk, ni nadie.
Es como si los escritores, amén de los directores y productores, hubieran querido narrar cada escena intentando siempre ir más allá. Los diálogos, la puesta en escena o las ya archi famosas coreografías usan elementos nuevos, siempre sorprendentes, logrando cotas de perfección solo alcanzables por inconformistas. Nuevos movimientos de cámara, juegos de luces y sombras, el uso del entorno en esos combates a muerte… la lista es larga.
Y todo ello sin desdibujar a los personajes. Matt es más Matt que nunca, con un conflicto interno que lo devora por momentos, con un Charlie Cox en el papel de su vida. Fisk se erige como el villano perfecto. Karen brilla como nunca, incluso con un episodio (el mejor) casi enteramente dedicado a su figura. Uno pensaría que centrar buena parte del capítulo en Karen, fuera de Nueva York, sería un despropósito. Bueno, pues tengo noticias: Deborah Ann Woll se come la pantalla.
Pero el punto clave es el que siempre suele fallar en los superhéroes de Netflix, pero que aquí consiguen hacer brillar con luz propia: me refiero, claro está, a las nuevas incorporaciones.
Es casi una constante en los Defensores de Netflix. Los cuatro héroes por separado consiguen (con mayor o menor acierto) congregar a su alrededor un puñado de secundarios atractivos, pero en temporadas posteriores los recién llegados no alcanzan las cotas de calidad exigidas. Hay alguna excepción (como Frank Castle), pero esa fue la tónica con Elektra, con la madre de Jessica y con muchos más.
Pero no en la tercera temporada de Daredevil. Oleson y su equipo consiguen que nos impliquemos emocionalmente con la historia del agente Nadeem y su familia. La hermana Maggie roba cada plano en el que aparece, pero la palma se la lleva el “agente” Ben Pointdexter, A.K.A. Bullseye.
Wilson Bethel, el actor que da vida a Pointdexter (Dex), fue un serio candidato para encarnar a Steve Rogers en el cine. Como ya sabemos, al final Chris Evans se llevó el gato al agua, pero eso no ha impedido que Bethel irrumpa en Marvel por la puerta grande. Literalmente (y si no, echadle un ojo a su escena en la iglesia).
Dex es la mayor y más grata sorpresa del retorno de Daredevil, porque la aproximación al personaje es increíblemente verosímil y muy, muy perturbadora. Bethel encarna a un psicópata de una manera brillante, con una presencia aterradora. Y no es un decir. Cada sonrisa suya, a veces con los labios manchados de sangre ajena, es una imagen que permanece en la retina. Ahora sí, lo sentimos Colin Farrell, pero ya tenemos a Bullseye.
Si todavía estás leyendo estas líneas, quizás es que no me he expresado bien, esta temporada es una maravilla. Lo más sensato en tu lugar sería parar de leer y dedicar unas doce horas a descubrir uno de los mejores thrillers jamás escritos. Tras esto, uno no puede más que sentir cierta lástima por el pobre diablo que se encargue de una hipotética cuarta temporada, sea este Erik Oleson u otra persona. Va a ser prácticamente imposible igualar (no digamos ya superar) lo logrado aquí.
Por cierto, muy atentos a ese plano secuencia al que nos tienen acostumbrados ya en esta serie. Tiene lugar en el cuarto episodio. Y, cómo no, es aún mejor que los dos anteriores.
Aquí os traemos tan sólo la primera mitad de dicha escena. Sí, así es. Porque este plano secuencia dura más de (atención) diez minutos. Obviamente, hay spoilers, pero nada que os arruine la diversión. Es Matt haciendo lo que mejor sabe hacer: repartir hostias.
Realmente hay que tener valor para intentar superar tamaño reto. Y encima lograrlo. Como decía, Oleson es el Hombre sin Miedo.