Cada día, al atardecer, el ruido de las cañerías anuncia el fin de las restricciones de agua y el comienzo de la vida en el asfixiante verano de 1963 en Granada. León Egea, alter ego imposible de Luis García Montero asiste a estos restringidos momentos como su salvoconducto a la libertad, al amor y al conocimiento personal.
Aconsejado por su profesor de Literatura, el joven León decide quedarse en la ciudad durante las vacaciones estivales, trabajando como vendedor de enciclopedias a plazos para la pequeña oficina provincial de una editorial. En ese verano iniciático, tratará de sobrevivir al calor, al tiempo inmóvil y a los cortes de agua, mientras nace dentro de él una inquietud política, descubre que la gente que le rodea no es como parece y persigue el amor en quien cree que ya pasó su tren en la vida.
Bocadillos a mediodía en el bar de debajo de la oficina, fiestas-guateques de barrio en los estertores del verano, salidas a la montaña huyendo del calor capitalino, amor oculto a ojos inquisidores… García Montero nos adentra en esa España interior en la que el tiempo no avanzaba entre junio y septiembre y nos desgrana personajes, nos describe situaciones con un tono poético que marca el ritmo de la narración y nos transporta a una juventud tal vez nunca vivida pero con un recuerdo claro, evocador.“Me llevo bien con los que mandan sin querer mandar y con los que no saben obedecer, aunque en muchas ocasiones tengan que morderse la lengua” piensa el protagonista al poco de conocer a alguno de sus compañeros de viaje de ese verano que marcará el tránsito entre la juventud y la madurez, la toma de conciencia política no buscada, sino como consecuencia de una ética personal cincelada desde su infancia. Ese florecer del compromiso político contrasta con su firme voluntad de convertirse en literato, labor que, asumiendo las indicaciones de su profesor de Literatura, sabe que sólo llegará a conseguir con trabajo, constancia y mucha observación.
Como conclusión, cabe recomendar la lectura de “Alguien dice tu nombre”, no como ejercicio de autodisciplina que el joven León Egea se autoimponía leyendo a los clásicos rusos en ese verano de 1963, sino para redescubrir elamor, la literatura y ese tiempo inmóvil con todas sus corrientes internas invisibles, que ya nunca volverán en este siglo XXI que, como el célebre Hayao Miyazaki se refiere, nos ha tocado vivir, pero no porque lo hayamos decidido, sino por el mero lapso del tiempo.Autor: Juan VR