Vale, reconozco que puede que penséis que esta reseña no es del todo objetiva porque tiende un poco al autombombo. Pero os aseguro que se trata de una antología que merece la pena tener en cuenta. Además, la autopromoción me da mucha vergüenza, así que hablaré más del resto de autores que la componen.
Barriopunk (Cazador de Ratas) es un compendio de relatos de varios autores. Todos parten de la misma premisa: usar el barrio de toda la vida, donde la mayoría de nosotros nacimos y crecimos (en mi caso Carabanchel) y donde sufrimos también, por qué no decirlo, sobre todo en la década de los ochenta, que ahora se recuerda por la Movida Madrileña o el Punk Radical Vasco, pero que también fueron años de drogadicción y de aparición del SIDA.
Pero además había que introducir en ese barrio un elemento fantástico. Todos conocemos aunque sea de oídas Carabanchel, Vallecas, El Raval, las Tres Mil Viviendas, etc., ya sea porque hemos leído sobre ellos en algún libro o más tristemente porque salen a diario en las noticias. Pues bien, catorce autores nos hemos encargado de sacar lustre a ese reducto vecinal, a esa comunidad que está desapareciendo ante la construcción de nuevas urbanizaciones cerradas y alejadas del centro.
Mi relato es el primero y quizá el más realista. Yo no lo viví, pero me gusta evocar el recuerdo de la noche que apareció Uri Geller en la televisión doblando cucharas. En mi casa hay varias historias sobre eso. Y una de ellas aparece mi modesta contribución, cuyas primeras páginas podéis leer aquí. Para mí ha sido un honor y un orgullo estar a la altura de autores y autoras como Pablo Bueno, Javier Font, Zahara C. Ordóñez, Adirán Osorno, Alicia Sánchez Martínez, Alicia Pérez Gil, Ekaitz Ortega, Jesús Juan Aranda, Josema Amigó/Pablo Lopera, Pedro Pablo González Bravo, I.S. Guinaldo, María Robledo Catalán y Carlos Gómez Gurpegui. Esto junto a un prólogo estupendo obra de Juan Manuel Santiago.
Y lo bueno es que si queréis más fantasía suburbana, tenéis la novela El triunfo de la alquimia, de Ludo Bermejo, y Miseria, cárcel, tumba y río de Juanfran Troya en forma de bolsilibros por su extensión.
En estas calles de los barrios de toda la vida se suceden aventuras en la peluquería de siempre, brotes zombies en las procesiones de Semana Santa, viajes al Inframundo, calles que se repiten en todo el mundo, ucronías, brujería en la Erandio de los ochenta, y sobre todo droga, mucha droga. Se nota que a esta generación se nos quedó grabada en la retina la imagen del yonki de barrio demacrado que siempre pedía cinco duros, o de los kinkis que nos perseguían a la salida del colegio (otras veces teníamos más suerte y veíamos a Rosendo Mercado).
Todo ello sazonado a golpe de rock y por supuesto, punk. Un viaje a las entrañas de las calles de ese país que no hace mucho tiempo recorríamos con pantalones cortos y costras en las rodillas, los columpios eran de hierro y la vacuna del tétanos una constante de nuestra infancia.