Siempre había tenido curiosidad por leer algo de Agota Kristof, pero no sabía por cuál empezar. Y los amigos de Dentro del Monolito, como si me hubieran leído la mente, publicaron la reseña del libro Da Igual: los veinticinco cuentos despiadados de Agota Kristof (Editorial Alpha Decay). Vamos, que conociéndome, el título me resultó más que atrayente.
Y vaya descubrimiento. Son veinticinco cuentos de longitud variable, pero todos extraños e inquietantes. En el primero, una mujer intenta explicar a la policía cómo su marido se ha caído sobre un hacha afilada; un niño abandonado por sus padres espera todos los días una carta de estos; un hombre responde con amabilidad a las llamadas telefónicas que recibe por equivocación, porque de otro modo se aburre; un marido le prepara una fiesta de cumpleaños a un ama de casa; otra mujer echa de menos no haber podido caminar de la mano de su padre mientras va camino de su funeral; un escritor intenta decidir sobre qué debería escribir, etc.
La escritora Agota Kristof abandonó su tierra húngara y se refugió en Suiza. Allí se sintió impelida a escribir de lo que fuera, y este libro es el resultado. El mérito es que no los escribió en su lengua natal, sino en suizo, idioma que había aprendido apenas un año antes. Tal vez de ahí surja esa sensación de extrañamiento ante la vida diaria, de inquietud, de escalofrío.
El mundo no aparece como un lugar amable, sino como un ambiente turbador donde tienen lugar las más sutiles pesadillas. Kristof, poetisa de lo bárbaro, sabe como nadie coger una esena cotidiana y retorcerla hasta extremos terroríficos, de tal manera que nos resulta extraña y perturbadora.
Aquí no vamos a encontrar cuentos de terror, pero sí literatura siniestra. La autora se vale de todos los medios expresivos a su alcance para mostrarnos un mundo desarraigado, donde la bondad no tiene cabida. Tal vez su huida a otro país tenga mucho que ver con ese sentimiento surrealista que se refleja en algunos de sus diálogos y que rodea como una mortaja toda su escritura. A nosotros como lectores nos corresponde encontrar un atisbo de esperanza en sus textos.