Tras años de leer muy buenas críticas sobre El jilguero de Donna Tartt, al fin me llegó la hora de comprobar por mí misma el motivo del éxito de esta novela la cual, a pesar de su extensión (tiene más de 1100 páginas), se me ha hecho hasta corta de todo lo que la he disfrutado. Y es que este libro repleto de suspense y drama a modo de homenaje al mundo del arte, me ha tenido enganchada a la vida de su joven protagonista desde el primer capítulo. Una maravillosa trama urdida alrededor de un pequeño cuadro del siglo XVII que me toca compartir contigo.
El jilguero comienza con el trágico suceso que marcará un antes y un después en la vida de Theo: el atentado que acaba con la vida de su madre mientras ambos visitaban el museo Metropolitan de Nueva York para contemplar la exposición sobre arte holandés, la cual incluía la obra El jilguero del artista Fabritius. En medio del caos del cual Theo sobrevive de milagro, el chico recibe la última voluntad de un anciano moribundo de entregar un anillo al dueño de una tienda de antigüedades y, al escapar de la pinacoteca y en pleno estado de shock, decide impulsivamente descolgar el lienzo de Fabritius para llevárselo a casa. Una casa, por cierto, a la que ya nunca más volverá su madre y, con un irresponsable padre en paradero desconocido, a Theo le esperan por delante largas horas de incertidumbre, en el desconocimiento de qué harán con él los servicios sociales y dónde vivirá. Mientras todavía intenta procesar lo ocurrido, acaba siendo acogido por la familia de un amigo del colegio, la cual le procura todo lo necesario, pero no el afecto que necesita, y los días pasan con el oscuro secreto de tener en su poder una reliquia artística que ya buscan desesperadamente las autoridades. Y esta posesión ilícita que le causa placer y miedo a partes iguales, se convertirá en uno de los pilares fundamentales de su existencia, incluso cuando todo se derrumba y sucumbe a adicciones como el alcohol y las drogas.
Porque esta historia es, ante todo, bastante trágica y triste. A pesar de toda la belleza que la autora plasma en aspectos como la contemplación del arte y el mensaje de amor y amistad, la esencia de El jilguero radica en la pérdida no superada, un lastre que siempre llevará consigo Theo y que tiñe sus días de una oscuridad sólo perturbada por pequeños momentos de felicidad. Con un estilo que recuerda mucho a Dickens, Tartt nos muestra a un niño desamparado, casi huérfano al que la familia que le queda no quiere y que ve de un plumazo cómo la seguridad y el amor encarnados en la figura de su madre con la que mantiene vínculos emocionales muy fuertes, desaparecen de golpe. Resulta desalentadora, pero tremendamente realista, la manera en la que Theo se niega al principio a aceptar la muerte de su madre, aferrándose desesperadamente a un rayo de esperanza que le dice que ella ha sobrevivido a la explosión y volverá a casa, aunque las horas pasen sin que ella dé señales de vida. Y entonces todo se convierte para el chico en un incondicional imposible: si no hubiese llovido aquel día su madre estaría viva, si no hubiesen entrado en el museo no hubiese muerto, etc., etc. Algo que, admitámoslo, todos hemos hecho alguna vez, al lamentar en retrospectiva no haber podido prever o cambiar algún infortunio del pasado.
Como decía al principio de mi reseña, esta novela atrapa al lector quien, sin darse cuenta, se hace adicto a la vida de Theo, a su crecimiento, a todas las cosas que le ocurren, a sus errores y su inexorable declive y comparte junto a él desde las más inocentes travesuras de instituto, hasta su participación en actividades ilegales, pero también sus miedos, anhelos, sentimientos, frustraciones y dolor. Eso sí, el final se me ha antojado excesivamente reflexivo, algo que, en mi opinión, desluce un poco la historia que, en mi opinión, debería haber acabado de otra manera.
No esperes en El jilguero mucha acción, ni fantasía o ficción. Esta obra repleta de reflexiones es simple y compleja a la vez, cautiva por la carga humana, al desnudar completamente la esencia del protagonista y, eso sí, el suspense acerca del cuadro robado y ciertos cabos que van atándose poco a poco, ayudan a que la trama sea todavía más interesante. Yo me quedo con la sensación de que debería haber leído este libro mucho antes, pero con la satisfacción de haberlo hecho finalmente y de poder ahora recomendártelo con conocimiento de causa.
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