¿Es posible decir algo nuevo y original sobre H.P. Lovecraft en pleno siglo XXI, con todo el material que disponemos sobre él? La respuesta es que tal vez es difícil decir algo nuevo sobre el escritor de Providence, pero sí se puede ofrecer otra mirada sobre su figura, que sigue siendo aún objeto de controversia.
H.P. Lovecraft: el caminante de Providence (Ediciones El Transbordador) no es la primera biografía de Lovecraft en español, pero sin duda es la más objetiva. Leí hace tiempo la que se consideraba hasta la fecha la más completa, escrita por Sprague de Camp y la breve que publicó hace unos años el polémico Michael Houellebecq. La primera presenta un Lovecraft caricaturizado, odioso, misógino y ermitaño. En la segunda, el autor francés usa su figura de modo superficial.
Es difícil acercarnos a la figura de Lovecraft sin prejuicios. Aquellos que le amamos no podemos ser objetivos y los que le odian le consideran odioso. Pero sin duda, uno de los méritos de la biografía de García Álvarez es que sabe discernir muy bien entre el Lovecraft persona y el personaje. Asimismo, es especialmente notable el prólogo de S.T. Joshi, el mayor estudioso de Lovecraft.
Se nos ha dicho siempre que Lovecraft era racista y que eso no era producto de la época, ya que otros compañeros suyos no lo eran. En realidad, Lovecraft era más clasista que racista. Los herederos de los antiguos colonos formaron una especie de aristocracia en la que caló la idea de que un caballero no debía trabajar y sí dedicarse a actividades estéticas, como el arte. Sentían que el mundo les debía algo sólo por el hecho de existir. Lovecraft bebió esas ideas desde su más tierna infancia, alentado por su madre tóxica. No es extraño que considerara que esas masas inmigrantes recién llegadas no tenían los mismos derechos que él, porque es un pensamiento que todavía mantienen algunos americanos hoy en día.
Del mismo modo, es difícil pensar en un Lovecraft que vivía recluido entre sus libros y papeles cuando leemos que en cuanto tenía un poco de dinero se dedicaba a viajar y a visitar a los cientos de amigos con los que se escribía. Un Lovecraft que además llegó a presidir dos asociaciones de periodistas amateurs, lo que no casa con su imagen de antisocial.
A lo largo de las páginas de esta biografía, bien escrita y mejor editada, García Álvarez nos cuenta de forma pormenorizada cómo era Lovecraft a través de su escritura y las conversaciones con sus amigos. También incluye un albúm fotográfico en el que aparece con escritores de la Banda, ese grupo formado por Paul W. Cook, Frank Belknap Long, etc. Lo cierto es que su círculo de relaciones se extendía por toda América e incluye a otros escritores como Derleth (quien sería después su editor), Robert E. Howard (creador de Conan el Bárbaro), Whitehead, J.V. Shea, y varias escritoras.
Lovecraft consagró su vida al relato de terror. Al final de sus días él mismo se consideraba un fracasado, pero lo cierto es que no sólo sirvió de inspiración para escritores posteriores como Frank Lieber, Richard Matheson, Stephen King, Briam Lumley, Ramsey Campbell, etc., sino que nos ha dado a conocer a otras figuras del terror gracias a sus artículos y ensayos.Si hubiera que describir esta biografía con una palabra, sería humana. Nos trae un Lovecraft generoso, cercano, amable. Una persona fiel a sí misma hasta el final de sus días. Es difícil considerarle huraño y antipático, aunque sin duda tenía sus manías. Pero no muchas más que cualquier ser humano.