De esta forma una persona en Buenos Aires puede observar todo lo que hace una adolescente mexicana. O un anciano puede observar a un niño de Roma. No hay intimidad con un kentuki. No se puede apagar y sólo se desconecta una única vez, sin posibilidad de recuperarlo.
El kentuki está presente en los malos momentos y en los buenos. Hay amas de casas que manejan uno de estos bichos y que presencian cómo su ama es maltratada por su nuevo amor. O chicas que se desnudan frente a uno, sin saber quién está al otro lado. Porque lo que hace fascinantes a los kentukis es eso, observar la vida ajena.
Samanta Schwebling hace en Kentukis (Random House) una crítica feroz a la tecnología usada sin control y sin cabeza. Nos asusta como lectores leer historias sobre que un desconocido observe tu vida diaria. Detrás de uno de estos bichos puede estar cualquiera: un pederasta, un asesino, un pervertido. Pero muchas personas cuelgan su vida en las redes sociales sin saber quién lo está leyendo. Ese es el paralelismo inquietante del que se vale la autora.
Por supuesto, la novela da para más. Algunos buscan liberar a los kentukis, aduciendo que llevan una vida de esclavitud. Mientras tanto, las relaciones sociales reales se resienten, las casas se quedan sin limpiar y los deberes sin hacer porque la gente encuentra más fascinante ejercer esta especie de voyeurismo a kilómetros de distancia, sin ser descubiertos. Los artistas los usan para sus obras, salvo cuando se cargan, y entonces su forma queda quieta unas cuantas horas.
Y por supuesto, también hay quien se aprovecha de los vacíos legales de la tecnología, lo que se ve en la figura de un hacker que intenta montar un negocio a costa de estos bichitos. A su modo lucha para que la persona que maneja el kentuki no sea un completo desconocido y se pueda elegir con ciertas garantías.
“Las nuevas tecnologías llegan antes de la regulación, que al final es decidir quién saca beneficio de ellas. Hasta entonces, se pueden hacer cosas maravillosas con ellas. También terribles”Schwebling, que ya había ganado hace años el Premio Ribera del Duero, se revela como una de las mejores narradoras en lengua castellana. Sus historias son potentes y están llenas de posibilidades, lo que la autora consigue explorar con un estilo sencillo y poderoso.
La novela engancha desde el principio y se devora. La trama es ágil y la autora sabe muy bien cómo pulsar nuestras teclas para suscitar diversas reacciones. Nos muestra un futuro inquietante sobre todo porque es posible.