Diego Sánchez Aguilar ha
sido en 2016 el último ganador del Premio
Setenil de cuentos, que premio al mejor libro de cuentos publicado en
España durante el último año, con su libro Nuevas teorías sobre el orgasmo femenino.
He tenido la suerte de que Diego Sánchez Aguilar ha leído mi libro de
relatos Koundara y ha escrito una reseña sobre él. La dejo aquí:
«Este libro de relatos engaña al lector con su título y su portada. No
hay exotismo, no hay aventuras en estas historias realistas, cotidianas, con
las que David Pérez Vega nos cuenta la España de la clase (que fue, o se creyó,
o se cree) “media”.
Son siete relatos largos, de unas treinta páginas, una amplitud que permite que
los personajes se desarrollen, que los ambientes se enriquezcan, que los
elementos sociales, económicos, o laborales no sean un mero fondo desenfocado
sino parte esencial del relato. Una amplitud que, también, sirve para alejarse
del relato más convencional, de ese concepto de relato “canónico” en el que “no
ha de sobrar ni una palabra”.
Además de esa extensión, otro factor que ayuda a que Koundara se
convierta en un perfecto análisis de nuestra sociedad es la gran unidad que
encontramos en los siete relatos. Por un lado, en la elección de personajes,
parece que David Pérez Vega ha querido hacer un retrato no sólo social y
espacial (España), sino también generacional. Todos los personajes son “jóvenes
adultos”, en torno a los treinta años y, pese a que el libro se divide en dos
partes (los tres primeros relatos suceden fuera de España, en viajes realizados
por protagonistas españoles; los cuatro restantes se sitúan en España), la
unidad es total: la vida cotidiana de personas, de parejas, de familias, que no
viven grandes aventuras ni situaciones extraordinarias. Son pequeños dramas, de
esos que se viven en silencio, imperceptibles para casi todo el mundo, pero
reveladores de una forma de ser, tanto individual como social.
Por otro lado, esa unidad temática viene acompañada de una unidad formal y de
tono. Si bien se alterna el uso de la primera y la tercera persona en los
relatos, se trata siempre de narraciones que buscan un tono desapasionado, una
mirada analítica y sin estridencias sobre los acontecimientos narrados y, sobre
todo, con una ausencia total de subrayados innecesarios. No busca nunca el
autor construir el cuento con un final “en alto”, ya sea por una sobrecarga
emocional o por un giro inesperado de la narración. Suelen ser cuentos que
terminan como empezaron, en silencio, en actos cotidianos que, una vez que se
ha desarrollado el relato, se cargan de un sentido: el de la vida del personaje
en cuestión, con todas sus pequeñas miserias y miedos y ternuras.
Otra cosa que me ha gustado de Koundara es que se habla de
dinero y se habla, mucho, de trabajo. No es necesariamente un libro de la
crisis, ni sobre la crisis. Cuando digo que se habla de dinero y de trabajo
quiero decir que son partes indisolubles de la trama, de la construcción de los
personajes. Parece una obviedad, pero no es tan frecuente esa inclusión tan
natural de estas cuestiones, especialmente la cuestión laboral, en la narrativa
española que, o bien ha obviado el tema o, algunas veces, lo ha incluido de una
forma demasiado forzada, antinatural, como diciendo: “Mira, soy un novelista
realista y social, mira cómo hago que este personaje sufra por su economía”. En Koundara,
en cambio, el trabajo, las condiciones laborales, las remuneraciones, las
posibilidades de ganar o de perder dinero, de ganar o de perder calidad de vida
en relación con las horas de trabajo, todo aquello a lo que gran parte de
nosotros dedicamos gran parte de nuestros pensamientos y nuestras
conversaciones (y que, luego, generalmente, no consideramos “apropiado” para
construir narraciones, literatura), está siempre en primer plano: forma parte
de los personajes y es, en gran medida, lo que los define.
Me interesa mucho ese intento de neutralizar o matizar o
cuestionar el mito del “ser especial”, del “individuo excepcional” con el que
se ha forjado nuestra educación sentimental y artística y que, de una forma tan
perniciosa, ha utilizado el Neoliberalismo para convencernos de que todos somos
únicos, emprendedores, potenciales millonarios, genios, todo, cualquier cosa,
menos un grupo, una clase, una colectividad. Libros como este ayudan a
contarnos nuestras vidas, en las que (sí, vale, todos somos especiales, todos
somos “nosotros mismos”, claro, qué otra cosa podemos ser) el héroe, el
protagonista, es su trabajo, su pareja, su dinero, su familia, su barrio, su
intento de hacerse una vida con los elementos que tiene a mano. Pero que nadie
se asuste. No es este un libro político, explícitamente político al menos. No
hay ni una sola palabra sobre el tema, ni en los relatos en primera persona ni
en los que usan un narrador omnisciente. El tono, como he dicho, es siempre
objetivo, descriptivo, poco dado a análisis políticos de las situaciones
narradas, responsabilidad que recae sobre el lector.
Si le tuviera que poner una pega a Koundara, tendría que advertir
de que es una debilidad o manía personal, que me ha granjeado muchas
discusiones o conflictos con amigos “letrados”. Quiero decir, que los
referentes estéticos en la manera de narrar de David Pérez Vega se sitúan en La
Gran Novela Americana. Y, aunque esto sea un libro de cuentos, esa unidad de la
que he hablado le otorga en cierto modo esa intención de retratar una sociedad,
una generación, un momento de la Historia a través de la observación detallada
de la vida de algunos personajes. El problema al que me refería es el mismo que
tengo con esos grandes narradores norteamericanos como Philp Roth, Saul Bellow,
Franzen, etc, y es esa tendencia a relatar cada uno de los aspectos de la vida
de los personajes, de su pasado, de su infancia, renunciando casi por completo
a la elipsis, abarcando unos arcos temporales muy amplios que, indudablemente,
favorecen la creación del personaje, pero a mí siempre me hacen preguntarme si
son necesarios, si no hubiera bastado con centrarse en el presente de la
narración. No es algo que me haya pasado en todos los relatos, claro, pero sí
que es algo que he advertido en algunas ocasiones.
En cualquier caso, es una lectura absolutamente recomendable y una muestra de
que el realismo está muy vivo también en el género del relato, tan
frecuentemente colonizado por lo fantástico. Y es una muestra también de que
realismo no tiene por qué ser rutina, género literario, ejercicio de estilo
sobre un esquema dado e inamovible. El realismo, como tendencia literaria por
la que los elementos sociales e individuales se convierten en el material
narrativo esencial es polimorfo, cambiante, evoluciona continuamente. Porque
contarnos a nosotros mismos, mirarnos como seres sociales en un tiempo y un
espacio concretos, seguirá siendo una de las funciones elementales del relato,
de la literatura. »
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Puedes leer la reseña original en la revista El coloquio de los perros
pinchado AQUÍ.