Mi editor Román Piña le envió Los insignes a Fran G. Matute, uno de los artífices del estupendo blog de reseñas literarias Estado Crítico. Cuando Fran leyó Los insignes estuvo haciendo algunos comentarios en Twitter y me acabó comentando que el libro le había gustado y que se había reído bastante con él, que además se lo iba a pasar a Antonio Rivero Taravillo, que suele comentar la poesía en el blog, y que quedaría más propia la reseña si la hacía él.
Antonio Rivero Taravillo ha leído Los insignes y ha escrito esto sobre la novela:
Esta novela parte de dos extremos, bien ensamblados
contra todo pronóstico en un aliño que une agua y aceite. Uno, hiperrealista,
que es moneda corriente, el pan nuestro de cada día: un poeta desconocido
español traba amistad y mantiene videoconferencias conKim Jong-un, el
monarca comunista de Corea del Norte. El otro es absolutamente inverosímil, y
el autor le ha echado mucha imaginación: esa idea genial de que en las
editoriales de poesía españolas pudiera haber corruptelas ligadas a los premios
y posibilidad, qué hallazgo, de que la promoción de cierto autores poco tenga
que ver con la calidad de estos. Con esos mimbres, uno casi deGaldós, y otro a loRay Bradbury,David Pérez Vega consigue
una novela entretenida y ágil, en la que cuenta la frustración creciente de un
poeta que tiene que lidiar en la selva de ‘jam sessions’, poetisas cuyos únicos
acentos bien puestos parecen ser los de sus pezones, licenciados en Filología
Hispánica que no leen jamás un libro, editores tan avispados como desaprensivos
y reseñistas falsos, interesados, hipocritones, aupados al púlpito de un
suplemento.
Curiosamente, Pérez Vega reparte pocos palos en esta
piñata a la que él llama editorial Bisonte, fácilmente reconocible, y que es la
que más y desvergonzadamente premios controla, para cargar en cambio contra
otra, Hipérbole, y especialmente contra una tercera llamada Moby Dick,
identificable como las anteriores. Lo bueno es que los rasgos de unas y otras
están algo desfigurados, y hay elementos que, siendo por ejemplo de la primera
(ese sonido ch del nombre de pila del editor), se trasladan a la tercera. Con
ello, más que de ajuste de cuentas con un pecador en particular se trata de
señalar el pecado bastante extendido. También aparecen algunos políticos
municipales, y sus enjuagues y tejemanejes que hallan, tal para cual, a menudo
la complicidad de los editores. Hay episodios que algún lector recordará porque
saltaron a la prensa, y quizá podría haber abundado más el autor en otros
asuntos como los festivales, pero tiene esta novela la ventaja de su ligereza:
se lee con rapidez y no cansa.
Como divertimento, con humor bien medido y prosa a
ráfagas brillante, esta novelita ejemplar no cuenta nada que no se sepa en el
medio poético, pero lo hace desde la efectividad de no ponerse seria, engolada,
solemne, a diferencia de esos poemas glosados del querido Líder Supremo con los
que se nos regala de pasada al final del volumen.
Muchas gracias, Antonio
La reseña en Estado Crítico se puede leer aquí.