Estamos en la Caracas del año 1921, cuando los gobiernos y las revoluciones se suceden en muy poco tiempo, dando lugar a la dictadura de Juan Vicente Gómez. Allí vive Diana Gutiérrez, una joven de catorce años y un hermoso cabello pelirrojo. Su padre es prestamista y se junta con lo mejor de la sociedad, por lo que no debería costar trabajo concertar un buen matrimonio para su hija, especialmente si se trata de algún magnate del petróleo. Las potencias extranjeras están comprando concesiones y es un gran momento para invertir.
Sin embargo, a pesar de su aspecto angelical, Diana esconde un oscuro secreto: es hematófaga. O según la llama despectivamente su madre "malasangre". ¿Y qué es eso? Pues es una persona que desarrolla una condición (no quieren llamarlo enfermedad) que les hace querer consumir sangre de manera compulsiva. No es vampirismo, porque no tiene ningún rasgo sobrenatural, sino una obsesión como cualquier otra, aunque más peligrosa.
La adolescente nació con esta condición por herencia paterna, que se acostó con una prostituta cuando estaba en el ejército y se lo contagió. Por eso, aunque las perspectivas de contraer matrimonio son halagüeñas gracias a la belleza de la chica, ese oscuro secreto puede echarlo todo a perder.
Vampiras, siempre divinas
Si buscas una novela de vampiros al uso, este libro no es para ti. Y casi mejor que no lo sea, porque el tema de los vampiros está tan manido que es muy complicado aportar un toque de originalidad. Y esta novela lo consigue, puesto que además de narrar la historia de la Colombia de la época (que está profundamente enredada en la trama), nos presenta otro punto de vista sobre la condición de la mujer casadera de la época. Una criatura a la que sus padres crían como si fuera ganado para luego entregarla al mejor postor.
De manera simbólica hay otras analogías, como la presencia de la sangre como lujuria. A pesar de su condición, Diana tiene que llegar al matrimonio virgen. Por eso no puede elegir con quien sale ni a dónde va sin que estén sus padres presentes. Una vida de pecado es la única forma de aliviar su tentación, pero es algo imposible cuando hay que vivir de cara a la galería para buscar un pretendiente.