Reseña de «Tumba de dioses» de Jay Kristoff: la sangrienta e irreverente segunda entrega de «Crónicas de la Nuncanoche»

Tumba de dioses es la segunda entrega de Crónicas de la Nuncanoche, la trilogía de fantasía de Jay Kristoff que, en mi opinión, vale su peso en oro. Con mucha más sangre, acción, peligros y giros inesperados en la trama, esta novela está pensada para volver a hacer las delicias de los lectores que buscamos una historia original e irreverente y que, aunque siga el patrón de la literatura juvenil actual, se salga un poco de la norma. Kristoff se aplica muy bien el cuento y nos ofrece otra vez un libro casi frenético, extraño y, sobre todo, completamente adictivo de principio a fin. ¿Volvemos a las sombras?

Antes que nada, advierto, si vas a leer esta reseña sin haber leído Nuncanoche debe ser bajo tu cuenta y riesgo, puesto que es imposible hablar de Tumba de dioses sin comentar un poco los hechos narrados en la primera novela. Si sigues adentrándote en las sombras, deduzco que es porque vienes con los deberes hechos. Así que, vamos allá…

Tumba de dioses nos devuelve a nuestra querida protagonista, Mia Corvere, y su sed de venganza, la cual no quedó ni de lejos saciada en Nuncanoche. Como la Iglesia Roja no le permite asesinar al corrupto cónsul Scaeva y el cardenal Duomo (los responsables de la muerte de su padre y caída en desgracia de su familia), la joven “hoja” decide cambiar de estrategia y, ni corta ni perezosa, se deja capturar por una esclavista para ser vendida como gladiadora (o gladiatii), con el único (y casi imposible) propósito de llegar con vida al torneo final para estar cara a cara con los asesinos de su padre y así poder al fin lanzar un par de puñaladas mortales. Como podrás imaginar, conseguir esto es incluso más difícil que superar las pruebas como discípula en la Iglesia Roja, puesto que en cada enfrentamiento deberá luchar en la arena a vida a muerte con adversarios más fuertes o grandes que ella y, lo que es casi peor, ver sangrar y morir a sus nuevos compañeros de combate. Así, en un ambiente que de pronto recuerda muchísimo al Imperio Romano, nos encontramos con un sinfín de cruentas peleas en las que Mia tendrá que darlo todo y acudir una y otra vez a su don de manipular las sombras para ir sobreviviendo un día más.

Pero no todo iba a ser combates y acción. En el transcurso de este relato, la chica intentará también descubrir más sobre sus extraños poderes y, cuando conoce a un chico cuya presencia parece trastocarla, no parará de hacerse preguntas e investigar más sobre este misterio. Para lograr sus objetivos, Mia contará nuevamente con la ayuda de su daimon no-gato, a quien ahora se une la no-loba del fallecido Casio, así como otros aliados totalmente inesperados. Por supuesto, no faltarán las revelaciones de esas que te caes para atrás (sobre todo al final) y el humor negro, la ironía, la irreverencia, y los vaciles al lector tan característicos del autor van a estar presentes continuamente, en contraposición a la epicidad de muchas de las escenas. Y es que una cosa no quita la otra…

Creo que Tumba de dioses me ha gustado incluso más que Nuncanconoche (que ya es mucho decir) porque, aunque la historia está más o menos al mismo nivel, la forma del autor de desarrollar las escenas y los personajes me parece mucho más elaborada y madura narrativamente hablando. Nuevamente, Kristoff recurre a la fórmula de presentar acontecimientos actuales con los hechos del pasado que han llevado a ellos, una técnica que al principio desubica un poco, pero que pronto se convierte en un recurso que funciona a la perfección.

Podría escribir mucho más acerca de esta novela, desgranar más pasajes y teorías y alabar la maestría de su autor, pero considero que Tumba de dioses es un libro del que, cuanto menos sepas, mejor, porque merece la pena ser disfrutado a pelo, desde los capítulos más tranquilos hasta cada sorpresa y revelación. Por mi parte, ya estoy rondando la idea de hacerme con el tercer y último volumen, pero estoy esperando por si en el Black Friday lo pillo con algún descuento. Ya se sabe que, lo bueno, se hace esperar.