Aleksy es un pintor que recuerda el último verano que pasó junto a su madre. Entonces estaba recluido en un hospital psiquiátrico y se sentía feliz junto a sus amigos Jim y Kalo. Cualquier cosa con tal de no ver a esa madre a la que odia, esa madre que nunca le ha amado y que se ha aferrado al recuerdo de una hermana muerta.
El verano que pasan en un pueblecito de Francia resultará ser una catarsis donde afloran todos los resentimientos, todos los silencios, todos los abrazos no dados. Madre e hijo tendrán tiempo de poner en orden sus afectos y de analizar su relación y en qué momento el protagonista se convirtió en el pintor que es hoy en día.
Normalmente las familias están llenas de grietas. La de Aleksy no es una excepción: un padre que les abandonó, una madre a la que considera imbécil, una hermana muerta y una abuela ciega que intenta hacerse cargo de todo. Sin embargo, a lo largo de ese verano, Aleksy podrá poner orden en la relación con su madre.
Es un libro duro, pero maravilloso, con saltos hacia delante y hacia atrás en el tiempo. El verano en que mi madre tuvo los ojos verdes (Editorial Impedimenta) es un libro que convierte la elipsis en arte. Hay una presencia siempre palpable en torno a los dos protagonistas, pero la autora nunca nos explica qué es.
Merece la pena destacar también la cuidada traducción de Marián Ochoa de Uribe, que consigue traernos con exactitud un texto que a priori, no parece demasiado fácil.