EL VIENTRE VACÍO
Título: El vientre vacío.
Autora: Noemí López Trujillo (Bilbao, 1988) reportera y feminista, ambas cosas gracias a su madre, Lourdes, obrera del hogar. López escribe desde pequeña inspirada por su padre, José María, quien se declaró a Lourdes por carta, aunque lo hace de manera profesional desde 2011, tras licenciarse en Periodismo por la Universidad Carlos III de Madrid. Desde entonces ha pasado por las redacciones de varios medios como ABC, 20minutos, El Español, y ha colaborado de manera habitual en eldiario.es, La Marea y El País. También ha publicado en otros medios como El Confidencial, Jot Down y El País Semanal, y ha dirigido su propia sección en los programas radiofónicos Un alto en el camino (Onda Cero, 2018) y La Ventana (Cadena Ser, 2019). En diciembre de 2017 publicó en Podium Podcast (Radio Prisa) Lo conocí en un Corpus, un documental sonoro que investiga el asesinato de Ana Orantes veinte años después del crimen machista. En noviembre de ese mismo año, obtuvo el Premio de Periodismo Joven sobre Violencia de Género que otorga el Instituto de la Juventud de España (Injuve) por sus reportajes sobre violencia machista en El Español. López es también coautora del libro Volveremos. Memoria oral de los que se fueron durante la crisis (2016). Actualmente escribe reportajes de temática social, siempre desde una perspectiva de género, en la productora y agencia Newtral.
Editorial: Capitan Swing.
Idioma: español.
Sinopsis: A menudo les pregunto a mis amigas como se ven dentro de diez años. Sabemos qué haremos la semana que viene, pero no dentro de tres meses. ¿Tendré trabajo? ¿Me echarán de mi casa? ¿Habré conocido a alguien? La capacidad de predecir cómo serán nuestras propias vidas no existe porque la precariedad ha dinamitado la posibilidad de visualizar nuestro futuro. Las dinámicas se han configurado para que todo dure poco: compra lo que vas a cenar hoy, ya veremos como comes mañana; quizá en un mes no tengas trabajo; recuerda que en un año acaba el alquiler de tu piso. La incertidumbre que ha generado la crisis ha hecho tambalear no sólo nuestras expectativas, sino también nuestras certezas más primitivas, aquellas que pensé que siempre se mantendrían incluso cuando no tuviese nada material a lo que aferrarme: un hijo, por ejemplo. Un panorama en el que no se permite nada más que el pensamiento cortoplacista, la pura supervivencia. Un escenario donde plantearse tener hijos da pánico. Pero no tenerlos, cuando lo deseas tanto, también. Este libro trata sobre el retraso en la edad de maternidad en la generación que va de los 25 a los 35. También de las que cuando iban a lanzarse a tener un bebé, se quedaron sin curro. Reflexiona sobre el miedo a tener hijos y sobre el miedo a no tenerlos jamás. Un relato colectivo que habla sobre nuestros cuerpos atravesados por la precariedad. Y sobre todo en un paréntesis hasta no sabremos cuando.
Su lectura me ha parecido: breve, interesante, oportuno, necesario desde su perspectiva de género, ameno, autobiográfico, testimonial y muy duro, durísimo... Hubo una época, que también es la de ahora, en la que cada vez que hablabas con una amiga/o o conocido las miradas se dirigían directamente al suelo. Un tiempo en el que la curva de la sonrisa se tornó de una amargura perpetua, en el que el ir sin rumbo fijo se había convertido en el deporte de moda, en el que el pájaro de la pesadumbre parecía sobrevolar las cabezas de aquella generación que ahora roza la treintena. La mayoría de ellos sin techo propio, conviviendo aún con los padres, los hermanos, la abuela, en paro indefinido o soportando trabajos ultraprecarios con tal de poder aspirar a algo más. Jóvenes que, habiendo terminado sus estudios con dieces, se ven abocados a un cortoplacismo insoportable, a malvivir como falsos autónomos o a aceptar condiciones laborales que, lejos de ser las más justas, acaban por desembocar en frustración, insatisfacción, tristeza. ¿Dónde quedan aquellos sueños que tanto nos prometieron? ¿Queda algo del "si te esfuerzas conseguirás todo lo que te propongas"? ¿En qué lugar se ha escondido el Misterwonderfulismo del que, consciente o inconscientemente, nos hemos ingenuamente empapado? ¿Podemos afirmar que, a no ser que hayas nacido en el entorno más privilegiado, todos estamos en, con perdón, mierda más absoluta? Porque ahora, por mucho trabajo que tengas, nada te garantiza esa seguridad perenne de la que tanto nos hablaron si éramos buenos, estudiábamos lo que quisiéramos y encima con las mejores calificaciones de toda la clase. Nadie te prepara, por otro lado, para recibir cien veces no cuando, se supone, que eres lo más de lo más. Nada es suficiente, ni las carreras, ni los postgrados, ni los idiomas si la experiencia previa es lo más importante. En esta encarnizada batalla individualista a la que el capitalismo más salvaje nos ha abocado, parece que eso de dar primeras oportunidades no se estila, son más de segundas, aunque con mil y un requisitos para los que necesitamos dos vidas más para conseguirlos. La angustia entonces se apodera de tu estómago. Comes poco. Te pesan las manos, los pies, el alma. Caminas hacia la cama una noche más. Te distraes un rato con la serie o libro de turno. Apagas la luz. Tratas de cerrar los ojos. El currículum, el Linkedin, el InfoJobs, el Trabajea, el inglés, el chino, el finés, el paquete office, la inexperiencia, los portazos, los silencios, casi 30 y aún viviendo con tus padres, el teléfono que no suena, el correo que no llega, el sí que se hace de rogar. La culpa asalta tus neuronas. Sigues sin dormirte. Son las tres y tus párpados no obedecen ninguna orden. A la mañana siguiente, pinchazo en el estómago. Posición fetal. El gotelé del techo te recuerda que sigues durmiendo en la habitación de tu infancia. Tienes veintisiete. A esa edad tu madre ya estaba casada. Tenía trabajo. Tenía planes. Quería tenerte a ti. Te acaricias la barriga. El dolor no remite. Primera lágrima del día. Aguantas un rato más tumbada. Desearías dormirte durante meses. O no despertar. Vivir en la inconsciencia de los sueños, donde parece que eres alguien. Pero algo te empuja a abandonar la quimera y metes los pies en las pantuflas. Una nueva jornada se abre ante tus ojos. Respiras la luz entrando por la ventana y te convences, o finges, de que todo va a ir bien. Aguja en el abdomen. Hubo una época, que también es la de ahora, donde la flecha de la precariedad atraviesa, perfora, hiere los sueños de algunas mujeres, hasta los más primitivos, esos que, como bien señala Noemí López Trujillo, parecían inquebrantables, como el hecho de ser madres. Deseo postergado, relegado, esperando la tan ansiada estabilidad que parece no llegar nunca. Vientre vacío: cuando la maternidad se retrasa.
Reconozco que no atiné bien a la hora de leer el presente ensayo de Noemí López Trujillo. Y es que aquellas semanas de abril de 2020 en las que estuvimos confinados y en las que ya podíamos avistar, desde nuestras ventanas, la enorme crisis económica que se nos venía encima no fueron, sin duda, las mejores que digamos. Sin embargo, una ingenuidad supina me empujó a adentrarme en sus páginas, como quien compra un libro sin haber leído previamente la sinopsis. El resultado no pudo ser más lacrimógeno, hasta el punto de tener que abandonar su lectura uno o dos días para retomarlo una vez vaciado el vaso de las lágrimas. Jamás pensé que un ensayo pudiera removerme tanto por dentro, y no precisamente por el tema de la maternidad (la cual ni siquiera me planteo) sino por ese retrato que la autora ofrece de la generación, mi generación, envuelta en lo que hoy se conoce como precariedad y sin visos de poder salir de ella, al menos a corto plazo. Cuando terminé de leerlo aún seguíamos aplaudiendo a las ocho de la tarde desde los balcones, y por supuesto, ya empezaba a hablarse de la mayor hecatombe financiera de nuestro siglo. Pasó lo que quedaba de primavera, aquel extraño verano enmascarillados y el otoño más raro. Ahora, a las puertas de la Navidad - la pesadilla para cualquier epidemiólogo - e imbuidos en una situación laboral todavía más compleja, me siento capacitada para hablaros de este libro que, como las buenas noticias, llegó a mi puerta para, en un ejercicio de masoquismo literario sin precedentes, abrir nuevas vías dentro del pensamiento feminista, y sobre todo, de la sociedad en la que, por suerte o por desgracia, me ha tocado vivir. Sorprende en primera instancia su estilo sencillo, cercano, capaz de acariciar al lector con cada palabra. Yo, que me esperaba algo más árido, en tiempos de reclusión, lo agradecí enormemente. Tal vez por eso su principal tesis - la imposibilidad de que las mujeres que desean tener hijos no puedan tenerlos por culpa del pensamiento cortoplacista y la inestabilidad en el trabajo entre otras muchas causas - llegue tanto. Por eso y por la fuerza de los testimonios que la autora aglutina alrededor de dicha idea. Voces cercanas que prestan sus palabras al servicio de quienes ansían leerlas, con la fortuita desventura de reconocerse en ellas. Vientre vacío es como un espejo, liso, sin imperfección alguna, en el que las mujeres podemos vernos reflejadas. Donde la autora fuerza a que te enfrentes a él, con dureza, sin contemplaciones para después. una vez dada la espalda, sentirnos acompañadas, respaldadas, comprendidas. "No estamos solas" parece gritar Vientre vacío desde la trascendencia de unas pocas páginas.
Si tuviera que definir Vientre vacío con una palabra sería "fotografía". Y es que este ensayo es precisamente eso, una foto, una instantánea de la sociedad española ante, durante y tras la crisis económica de 2008 en toda su crudeza, reflexión y consecuencias. De ahí que, más allá del tema central, cuya vigencia en los tiempos del #MeToo y de un feminismo cada vez más globalizado gracias a la interconexión y sororidad a través de las diferentes redes sociales, Vientre vacío se alza como un texto estático, anclado a un contexto muy determinado y a unas personas - testimonios - que viven en él. Todo ello sin descuidar ese estilo, insisto, muy próximo y que pretende meter el dedo en la yaga, en el problema, en ese paréntesis institucionalizado y por supuesto en esa siempre necesaria perspectiva de género. Porque la verdad sea dicha, el feminismo del siglo XXI ha hablado mucho de las mujeres que no quieren tener hijos, de como la sociedad - desde mil y un frentes - todavía exige esa preñez, del término "mala madre", de la ausencia del supuesto "instinto maternal" en muchas mujeres, de su idealización, de la violencia obstetricia... Pero poco se ha hablado de las que lo desean desde siempre, de las que quieren pero no pueden por culpa de la inestabilidad laboral, por la imposibilidad de volar del nido, por la simple razón de no poder ofrecer a la futura criatura un techo y una manutención adecuadas, por ese pensamiento cortoplacista que nos obliga (no sólo a las mujeres) a no saber qué haremos más allá de la semana, por la incertidumbre en la que se ha convertido nuestro día a día. En definitiva, porque, si no sabemos cuidar de nosotras mismas, ¿cómo narices vamos a ser capaces de cuidar de un hijo? Si es que por arrebatarnos, este sistema nos ha robado hasta la posibilidad de pensarlo si quiera cuando, en tiempos no tan lejanos, era una cuestión que se planteaba con total normalidad. A la gente, sobre todo de una determinada generación, que escucha estos razonamientos les parece impensable. Pero la realidad es que existen más madres que ejercen la maternidad a partir de los 40 que a los 25 o 30 años. Trayendo como consecuencia una caída demográfica en el número de nacimientos, lo que a la larga acaba repercutiendo en el numero de trabajadores y en el futuro de las pensiones. Que dentro de unos años la generación del Baby Boom (caracterizada, precisamente, por una explosión de bebes nacidos en las décadas de los 60 y 70) se jubila, y con estos datos tan preocupantes a ver quien garantiza la pensión digna a tantas y tantas personas. Por no hablar de que la precariedad, en última instancia, lleva aparejado un importante sesgo de género. Ya que las mujeres, al contrario que los hombres, no podemos esperar, tenemos los óvulos contados y nuestra cuenta atrás acaba demasiado pronto. Las opciones no tardan en abrirse paso: congelación, fecundación, adopción...Pero, ¿cómo afrontar todo ese abanico de alternativas si no podemos asegurar un alquiler a fin de mes, que nuestro trabajo dure más allá del año o si simplemente ante la imposibilidad de independizarnos? Noemí López Trujillo ha pulsado el botón de la cámara, el flash es cegador, pero el resultado no deja de ser un retrato de nuestra generación que ni el filtro Valencia logra maquillar en su angustioso realismo. Sólo espero que dicha foto se quede precisamente en eso, en una foto, que la sociedad española avance y supere lo retratado y a la que podamos volver no precisamente para reproducirla, sino para aprender de ella. No obstante, mi lado pesimista (afianzado a fuerza de recibir muchas veces un "no" como respuesta) me dice que esto va para largo y que como no pongamos solución pronto, los vientres vacíos serán más comunes en nuestro paisaje demográfico.
Vientre vacío: un ensayo sobre sueños frustrados, despidos, inestabilidad, aspiraciones rotas, maternidades aplazadas, mujeres que se lanzan a tener hijos y las echan del curro, mujeres que desearon serlo, mujeres que lo son en las peores circunstancias, mujeres que siguen esperando... Una radiografía de nuestra pobreza millenial.
Frases o párrafos favoritos:
"Noto la rabia arder dentro de mí. No, no tenemos todo el tiempo del mundo, ni siquiera tenemos nuestro propio tiempo. Estamos todos en una habitación a oscuras pasando la mano por la pared, a tientas, tratando de no tropezar."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Capitán Swing