Revista Espiritualidad
Reseña mía del libro de Thomas Nagel,
Igualdad y parcialidad. Bases éticas de la teoría política
(Barcelona, Paidós, 1996).
Publicada en Lateral, abril de 1997.
¿Cómo pensar la socialdemocracia sin pasar por Marx, sin recurrir a la lucha de clases, al materialismo, la dialéctica o el determinismo histórico? La respuesta puede hallarse en este libro de Nagel, en el que propone un nuevo concepto de justicia social acorde con las exigencias de las clases medias de los países más desarrollados. Si la modernidad proclamaba la supremacía de lo social (lo universal, lo imparcial) sobre lo individual (lo personal, lo parcial), el presente reclama una teoría que asuma el conflicto y logre cierto acuerdo entre ambas.
El libro de Nagel nos proporciona una visión panorámica de la condición actual de la filosofía política, obligada a renunciar al idealismo y prestar mayor atención a lo particular, a lo circunstancial, a los motivos personales. Se trata de conciliar el contractualismo idealista heredado del kantismo a través de su maestro, Rawls, con la realidad; compaginar el ideal según el cual todas las vidas son igualmente importantes con la constatación de que algunas son de facto más importantes que otras y sin embargo todas han de convivir en un espacio mutuo.
Al mismo tiempo el autor lleva a cabo una crítica de los excesos cometidos sobre la libertad de los individuos en nombre de ideales morales igualitaristas. Pero esta revisión del concepto de igualdad en absoluto pretende hacer concesiones al duro liberalismo contemporáneo, tan lindante con el darwinismo social, sino que busca conjuntar ambas fuerzas en una teoría que beneficie a los más desfavorecidos por el reparto de la riqueza común y no merme el nivel de vida de la mayoría social acomodada.