INCIENSO
Título: Incienso.
Autora: Eileen Chang (1920-1995) nació en el seno de una familia de clase alta de Shanghái. Su madre fue una mujer moderna educada en Inglaterra; su padre un adicto al opio de ideas tradicionales. El matrimonio terminó en divorcio y Eileen quedaría bajo la custodia de su padre, hasta que los maltratos a los que éste la sometía la obligaron a irse a vivir con su madre. Tras la invasión japonesa en Hong Kong en 1941, en cuya universidad estudiaba literatura, volvió a la también ocupada Shanghái, donde empezó a publicar en revistas los cuentos y nouvelles que la convirtieron en una famosa escritora. En 1944 se casó con Hu Lancheng, un político que colaboraba con los japoneses y del que se divorciaría tres años después. La llegada de los comunistas al poder la llevaría a EEUU en 1955, donde moriría cuarenta años más tarde sin haber vuelto nunca a China. Durante sus años en EEUU, Chang dio clases en distintas universidades y continuó escribiendo ensayos, narrativa y guiones para películas rodadas en Hong Kong, durante el régimen comunista sus libros quedaron relegados en la China continental por motivos políticos. En los años noventa, coincidiendo con la apertura del régimen y el ascenso de una pujante clase media, su obra fue redescubierta con gran éxito. Entre sus libros destacan La jaula dorada, La rosa roja y la rosa blanca, Incienso, Un amor que destruye ciudades y Deseo y peligro (llevada al cine por el oscarizado director Ang Lee en 2007).
Editorial: Libros del Asteroide.
Idioma: chino.
Traductora: Anne-Hélène Suárez.
Sinopsis: cuando Ge Weilong se presenta inesperadamente en casa de su tía, la señora Liang, para pedirle que la acoja y así poder proseguir con sus estudios en Hong Kong, no se imagina hasta qué punto ese encuentro cambiará su vida. La señora Liang le abrirá las puertas a un ambiente mundano, regido por la suntuosidad y la hipocresía, y Weilong tendrá que decidir si quiere formar parte de él. Así arranca la primera de las dos novelas cortas que contiene este volumen: un retrato esplendido de la decadente China colonial. Dos historias que, como apunta la narradora, se leen en el tiempo que tarda en arder un puñado de incienso.
Su lectura me ha parecido: sorprendente, bella, que te deja con ganas de más, metafóricamente interesante, con unos personajes interesantes en su construcción - sobre todo en lo que se refiere al primer texto - una foto del Hong Kong anterior a la Segunda Guerra Mundial en todo su esplendor y convivencia colonial... Existe el dicho de "somos lo que comemos" o el de "dime qué comes y te diré como eres". Ambos son muy parecidos, por no decir que los dos conducen a la misma conclusión salida, casi, de los universos multicolores de Mister Wonderfull. Yo, sinceramente, soy más del de "enséñame tu librería y te diré quien eres". Cierto, me lo acabo de inventar, está visto que últimamente reboso imaginación, hasta en los terrenos más insospechados. Dejando a un lado las mamarrachadas de turno, lo cierto es que, si nos paramos todas y todos frente a nuestra librería - en otras palabras, nuestro templo cultural más personal y en ocasiones intransferible - descubriremos que abundan lecturas de autoras y autores estadounidenses, españoles o franceses entre otras muchas nacionalidades. En mi caso, las y los ingleses ganan por mayoría, aunque en los últimos años la literatura latinoamericana, la norteamericana y la procedente de países tanto del norte como del este de Europa han aumentado con el paso de los años. Al igual que el color, de un tono crema normalito a un negro cada vez más azabache. Por decirlo de alguna manera, así describo últimamente mi deriva hacia lo oscuro, siniestro, turbulento. Más allá de eso, lo que de verdad me preocupó fue descubrir la poca representación que tenía en los estantes de literatura procedente de países como Japón, Corea del Sur, Vietnam o China por citar algunos ejemplos. Es más, estoy convencida de que a vosotras y a vosotros también os sucede. Y no, esos libros de Haruki Murakami que tanto has releído no compensan el olvido sistémico más allá de las editoriales especializadas de turno (cuya labor pocas veces es reconocida). En lo que a China compete - ya que es el lugar de nacimiento de la autora del libro que pasaremos a continuación a reseñar - el lector de a pie sólo se acuerda de Confucio - algunos, por desgracia, gracias al chiste fácil que me niego en este espacio de crítica y opinión a reproducir - o de Sun Tzu y su Arte de la guerra - actualmente sigue siendo el libro chino más traducido y trascendente en occidente - y para de contar. Afortunadamente , y desde hace unos años, Libros del Asteroide ha ido arrojando luz sobre una de sus escritoras menos conocidas para el público generalista. Una pluma que describió como nadie la época precomunista - con sus virtudes y defectos - aunque fuese finalmente condenada al exilio por el régimen de Mao Tse Tung en el año 1955. A pesar de que en los últimos años su escritura se viese influenciada por las formas occidentales, sus textos anteriores a la década de los 50 aún consiguen acercarnos como nadie a una época histórica trascendental en la historia de china, a esa convivencia entre el tradicionalismo y la modernidad y, sobre todo, a sus aromas. Incienso: la sencillez luminosa, incluso antes de extinguirse la llama.
Dividida en dos partes - Primer incensario y Segundo incensario - el libro de Eileen Chang asienta de alguna manera los parámetros literarios en los que la autora se va a desenvolver, como pez en el agua, a lo largo de toda su producción novelística. Ya lo vimos en Un amor que destruye ciudades (reseñada que podéis encontrar también en el blog) y lo volvemos a apreciar en Incienso, aunque con más lírica, menos contención y una aproximación más intensa al Hong Kong de entreguerras y previo al ascenso del Comunismo en China. Usando el símil del incienso, cuya fragancia se desprende tras la chispa provocada por una cerilla, Chang va poco a poco adentrando al lector en su mundo, desde una pasmosa sencillez y unas descripciones realmente embriagadoras. Llama especialmente la atención su forma de aproximarse a la cotidianeidad de las situaciones, así como la inclusión de una paleta de colores tan fascinante como abrumadora. A través de ellos, Chang nos describe un vestido, un plato de comida tradicional o una estancia con la misma facilidad con la que puede evocarnos la incomodidad, la pobreza, la envidia, el amor o la enemistad. Partiendo de los que todas y todos conocemos: azul intenso, rojo resplandeciente, esmeralda o amarillo crema. Pero también de otros completamente desconocidos para mí como el cardenillo - similar al turquesa y que se forma al rededor de objetos de cobre o latón por culpa de la humedad - otorgando, de este modo, mayor originalidad a ambos textos. Por otro lado, al igual que sucede, al parecer, en lo que conocemos de su corpus narrativo, Chang siente especial fijación por retratar, visibilizar y poner sobre la mesa como era la vida en el Hong Kong cosmopolita - rara vez observamos otra realidad que no sea esa - y en especial las relaciones entre sus habitantes y las influencias anglosajonas que, por culpa de la colonización, acabaron por implosionar en la cultura, sociedad y costumbres de un país, tradicionalmente, muy apegado a lo tradicional. En relación a esto último y como autora, Chang se posiciona de forma muy crítica en el Segundo Incensario, elaborando un relato lúcido y en el que se plantea una situación bastante comprometida. Seguidamente, ambos textos quedan irremediablemente marcados por otro de los grandes intereses de su autora: el de visibilizar la realidad de las mujeres chinas en este contexto tan determinante. Si en Primer Incensario el lector sigue los pasos de Ge Weilong - una joven que se debate entre ir a la escuela y después buscar un trabajo o llevar una vida cómoda estrechamente unida a los placeres - , en el Segundo Incensario es el estilo de vida colonialista y la falta de educación sexual en las mujeres lo que hará que, tras la boda de Roger y Susie, se desencadenen los inesperados acontecimientos. Si me tengo que quedar con uno, me inclinaría por el primero. Weilong es un personaje fascinante, el de la tía odioso pero al que no puedes evitar querer, esa aproximación a la vida acomodada (con tradiciones ancestrales y desdén a las doncellas incluidos) así como la reflexión final de Weilong - tan triste como comprensible si tenemos en cuenta el contexto en el que nació el relato - merecen un lugar destacado en mi memoria lectora.
La vida de Eileen Chang - la cual hemos empezado a conocer gracias a la traducción de sus novelas al Español y a la encomiable labor de Libros del Asteroide de traerla por primera vez a las librerías de este país - parece no distanciarse mucho de las tramas de sus novelas. Ya desde sus primeros años de vida podemos captar una de sus influencias, al ser educada por una madre moderna y viajera y por un padre de ideas tradicionales y adicto al opio. Uno la maltrataba, la otra le dio la oportunidad de ver mundo una vez aquel matrimonio tocó a su fin. De ahí su preocupación por hacer hincapié en las problemáticas relaciones entre lo autóctono y las influencias extranjeras, entre una sociedad todavía anclada en valores reaccionarios a unas costumbres que, si bien arrasaron con parte de la idiosincrasia del país, para algunos supuso toda una fuente de inspiración. A los 23 años, que se dice pronto, Eileen Chang ya era toda una afamada escritora, sin embargo, dicho estatus no la libró de las duras críticas por parte de algunos colegas de profesión al ofrecer un estilo muy liviano y casi complaciente de la ocupación colonial. Época en la que, por cierto, muchos autores dejaron de escribir como protesta ante la invasión. Perdidamente enamorada de Hu Lancheng, hombre de dudosa reputación y ministro de propaganda del gobierno pro Japonés de Wuhan (sí, la mismísima Wuhan, no es una broma), Eileen Chang escribió sus obras más importantes al tiempo que tenía lugar la invasión nipona y los escarceos de su marido con otras mujeres. Divorciada de Lacheng - tras tres años de larga espera - vivió con incomodidad la llegada del comunismo a su país. De la noche a la mañana, Chang pasó de reputada escritora a una presencia incómoda para el régimen de Mao. No es de extrañar que tras la llegada del Maoísmo al poder, decidiese exiliarse a los Estados Unidos, lugar en el que ejerció como profesora en diferentes universidades y puso un pie en la industria hollywoodiense gracias a su talento como guionista. Sus textos, desde entonces, se vieron irremediablemente empapados del occidentalismo estadounidense pero jamás dejó de mirar más allá del océano Pacífico, más allá de la gran Muralla a ese país que literariamente tanto le aportó. El final de Eileen Chang fue triste, muriendo en Los Angeles en la década de los 90 sin haber podido volver a China, y aunque en los últimos tiempos se haya reivindicado, por fin, su literatura dentro del panorama literario de su tierra, eso no nos libra del amargor de saber que, de haber vivido un poco más, tal vez sus ojos hubieran sido testigos del éxito, tardío, pero éxito. La importancia de Chang, además del redescubrimiento de una autora desconocida traducida por vez primera al español, radica en su biografía, en sus ideas implícitas y en su valioso testimonio literario. ¿Os imagináis que hubiese cambiado de opinión? ¿Qué se hubiese unido a sus compañeros escritores y hubiese dejado de publicar durante la época colonial? A estas alturas se me antoja imposible.
Incienso: dos historias de tradición, modernidad, independencia, tutelas, sofisticación, choque colonialista, relaciones de poder, domesticidad, interiores... La sinestesia hecha literatura.
Frases o párrafos favoritos:
"La calle era un caos de fuegos artificiales y petardos volando en cualquier dirección. La pareja tenía que hacerse a un lado cada dos por tres para evitar las cometas rojas y verdes (…) Frente a todo este gentío, toda esa luz, todas esas mercancías, se extendían, sombríos, el cielo y el mar - una desolación, un espanto sin límite - igual que su futuro."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Libros del Asteroide