KUESSIPAN
Título: Kuessipan.
Autora: Joan Fontaine (Uashat, Canadá, 1987) es una escritora canadiense perteneciente a la nación algoquiana innu. Nacida en la reserva de Uashat, con siete años se trasladó junto a su madre a la ciudad de Quebec, donde terminó su formación, realizó estudios universitarios de creación literaria y actualmente vive junto con su hijo. Ha publicado dos novelas: Kuessipan, que tuvo un gran impacto, con una mención al Premio de los Cinco Continentes de Francofonía, y Manikanetish, inspirada en sus alumnos adolescentes de la reserva de Uashat. Es coodirectora de la antología literaria de las Primeras Naciones Tracer un chemin: Meshkanatsheu. Fue una de las "mujeres del año" de la edición quebequesa de Elle y "revelación del año" de la revista especializada Les Libraires.
Editorial: Pepitas de Calabaza.
Idioma original: francés.
Traductora: Lucia Lucuix
Sinopsis: Kuessipan evoca la vida cotidiana en la reserva innu de Uashat. Con una escritura altamente poética, luminosa, de una sensibilidad muy femenina y con un componente reivindicativo exento de cualquier tipo de cólera, Naomi Fontaine habla de lugares, de rostros conocidos y amados. De cazadores nómadas. De pescadores nostálgicos. De vidas al rededor de una bahía que refleja las cosas de la tierra. De liebres. Del pan tradicional. De rituales. De tambores de piel de caribú. De niños que crecen. De ancianos que se reúnen para recordar el pasado. De salmones. De abetos. De barreras invisibles e invisibles. De placeres efímeros. Del alcohol que todo lo mata. De viajes en tren. Y, sobre todo, de la certeza de que la vida es un conjunto de piezas que hay que ensamblar para que surja la magia.
Su lectura me ha parecido: cruda, intensa, de lectura pausada, fragmentaria, dura en su desnudez, bella en sus vaivenes poéticos, ligeramente reivindicativa, como congelada en el tiempo... Este año, más que nunca, las ganas de marcharme a un lugar solitario han aumentado. Un sitio en el que el bosque quedase a pocos kilómetros. En donde los frondosos senderos se abrieran ante mí como mágicos pasillos sacados del cuento más hermoso. Donde el agua formara un espejo cuando el invierno azotase con toda su rabia. Donde las hojas cristalizasen, las piedras temblaran y las chimeneas humearan. Un lugar donde la tierra creciera, dejando al descubierto una paleta de colores que los urbanitas desconocen por completo. Con esos tonos anaranjados, verdes, ocres y violetas cuando la primavera decide abrir la puerta. A veces me despierto con la humedad del campo pegada a la nariz en una de las muchas alucinaciones somnolientas, esas que no consigues probar su veracidad o falsedad, esas que tanto deseas en el fondo pero que se escapan, como dientes de león, entre tus manos. Sorbes el café, frente a ti, la ventana te ofrece un campo de hormigón armado. Pero tú ansías ver un manto mojado, la lluvia resbalarse por entre las hojas y los atisbos de una incipiente niebla. Un fantasmagórico paisaje que, en lugar de atemorizarte, inunda de regocijo una tarde de escritura altamente productiva. Mi Cumbres borrascosas ideal, sin Heathcliff y sin todo el melodrama, sería algo parecido a las Highlands escocesas o las Hébridas. Esas islas en el fin del mundo, aisladas de cualquier peligro, problema, temor. Con el faro que tan bien describió Virginia Woof en una de sus más logradas novelas como guía y las rocas de Storr arañando el grisáceo cielo. Así son los sueños, bonitos, perfectos, idealizados hasta la extenuación. A la hora de cogerlos de la mano, bajarlos a la tierra, sumergirlos en las aguas del barreño y observar la aplastante soledad que te rodea, de pronto ya no ves con malos ojos las vistas al patio interior o al descampado inundado tras la tromba de agua. Nada como un buen baño de realidad para entender que los lugares más fríos, remotos y con tradiciones aún entroncadas con un pasado tan remoto como las leyendas que pueblan su imaginario no están exentos de su lado menos atractivo y áspero. El turismo y el capitalismo nos han educado así y tal vez, sobre todo en los tiempos que corren, ya va siendo hora de volver a atrás y deshacer lo aprendido para ofrecer una perspectiva más realista y, por supuesto, con el conocimiento de la realidad y del día a día de quienes habitan dichas zonas. En esta reseña no os voy a hablar ni de las Orcadas, ni de la isla de Skye, sino de algo menos conocido: la reserva de Uashat. Un pedacito de tierra canadiense donde cazadores nómadas e instrumentos antiquísimos conviven con una cotidianeidad bañada por el poco reconocimiento, la nieve, la depresión y los sueños de quienes sólo desean prosperar fuera de sus invisibles muros. Kuessipan: una canción helada, un testimonio ardiente.
Al asomarse por vez primera a esta novela fragmentaria - de una libertad estructural alucinante y que ya va siendo habitual en la literatura en general - una tiene la sensación de estar viviendo un autentico privilegio al alcance de muy pocos. Es como si la propia Naomi Fontaine - autora del libro - no pusiera resistencias a la llegada de inquietos lectores al lugar de donde proceden sus más profundas raíces, pero con una importante advertencia previa. Para que éste sea consciente de que lo que está a punto de leer no es la imagen más idílica ni de la nieve, ni del frío, y por supuesto, ajena a cualquier tipo de blanqueamiento de la situación de su comunidad dentro del grandísimo país como es Canadá. Sin embargo, lo que te encuentras nada más lees la primera página es poesía, denuncia también, pero sobre todo poesía, encerrada en un témpano de hielo, pero lírica al fin y al cabo. Su estructura en pequeños párrafos (algunos de ellos no llegan a ocupar la página entera) narrándote en cada uno de ellos la cotidianeidad o pequeñas historias ambientadas en Uashat - reserva innu situada en Quebec y a la cual pertenece la escritora - ayuda a que los recursos propios del verso fluyan de manera ágil a ojos del lector. Sintiéndose, por un lado, abrumado ante las emociones que Fontaine es capaz de transmitir a través de un magistral talento para la ambientación y la condensación de lo mejor y lo peor del alma humana, y por otro tristeza, impotencia, una pelota de lana en el estómago. En Kuessipan, Fontaine no busca la lágrima fácil - aunque algunos de sus relatos bien podrían merecerlas - sino una emoción en pequeñito, íntima, pero cuyo carácter trascendental acaba provocando un torrente de sensaciones gratificantes en el lector. La dualidad modernidad-tradición están muy presentes en la novela, hasta el punto de que considero que ese y no otro es el verdadero vehículo del texto, lo que lo engrandece, en otras palabras, su razón de ser. Rimando, de este modo, con una de las corrientes literarias de más actualidad. En los últimos años ha acontecido una especie de boom de lo que se conoce como "literatura rural" o "ruralismo literario". Movimiento literario que, aunque por desgracia ha acabado derivando en una moda que no ha hecho sino banalizar o tirar por tierra la grandeza estilística de los primeros libros, ha conseguido revitalizar temas que creíamos arcaicos o superados como la vida en el pueblo, el trabajo en el campo, la idea de ruralidad, lo determinante de los orígenes, el éxodo (esta vez a la inversa, de las ciudades al campo), las relaciones intergeneracionales (en especial con los abuelos) y evidentemente la reivindicación de estos lugares no sin su correspondiente baño de realidad y crítica a las costumbres más intolerables. En otras palabras, y por poner como referencia a nuestro país: los Delibes de la generación Millenial. Respecto a Naomi Fontaine, si bien por edad correspondería de pleno con esta nueva ornada, en cuanto a estilo se aleja del costumbrismo casi cañí - al que aquí le hemos puesto un altar desde el punto de vista tanto literario como cinematográfico - para ahondar en la introspección, en la fragilidad y en lo inquebrantable, como ese hielo que no parece derretirse, como esos tambores de caribú, como esas leyendas que sobreviven al paso de los siglos, como esos ancianos que, nostálgicos de tiempos pasados, se niegan a abandonar las costumbres de su pueblo, las cuales la metrópoli trató en su momento de arrebatarles. En Kuessipan los niños maduran demasiado pronto, las adolescentes se quedan embarazadas antes de la mayoría de edad, los cazadores aún son nómadas, los árboles parecen conversar con los humanos, la depresión inunda la mente de quienes no soportan vivir allí y la soledad se torna en la compañía más desasosegante. Como veis, nada que ver con lo nuestro, con ese carácter extrovertido, el color o el sello "typical spanish" pero, al mismo tiempo, entroncados en lo que no se ve o no queremos ver.
Lejos de una mirada autocompasiva o extremadamente beligerante, Naomi Fontaine - a pesar de ser ella misma una escritora indígena nativa de la reserva de Uashat - ha decidido enfocar su Kuessipan hacia, en primer lugar, la desmitificación de la vida en lugares como el que la vio nacer, mostrando su realidad desde la más absoluta franqueza (no exenta de una exquisita poesía, como ya hemos comentado), y en segundo lugar, homenajear todo aquello que hace único a Uashat. Su texto parece congelado en el tiempo, tanto en su brevedad como en su intencionalidad expositiva, en unos recuerdos de niña y adolescente, en historias verídicas o procedentes de la imaginación cuyo deshielo sólo compete al lector de turno. Para ella, el legado de su pueblo es universal: desde las manos hundidas en la masa de pan hasta los secretos que esconde la bahía, pasando por los muchos rituales o el pequeño riachuelo congelado por el frío. A su vez, Kuessipan se alza como una novela altamente política, en su implícita crítica, no tanto al colonialismo o a la pérdida de la identidad, como a esos hombres y mujeres perdidos, habitantes de un mundo cada vez más cambiante, rápido, globalizado que busca la renovación constante antes que la pausa. Una disociación que se critica a través de la inexistencia o fracaso del Mito del Buen Salvaje. De este modo Naomi Fontaine ofrece una panorámica en la que asistimos a una idea caduca del romanticismo nómada frente a una supervivencia cada vez más desesperada. Como si estos hombres y mujeres viviesen en una capsula temporal y al mismo tiempo en una realidad que les impide día a día ejercer sus trabajos - por muy rudimentarios, duros o desfasados en tecnología que sean - o incluso manifestar su identidad cultural. No debemos olvidar que los Innus fueron los primeros pobladores de Canadá y que de un tiempo a esta parte, son los principales afectados laboralmente, políticamente, económicamente y hasta psicológicamente de las consecuencias adversas de la reubicación. Porque todo sea dicho, a los Innus, al igual que tantas y tantas tribus indias de Norteamérica, fueron invadidos por los colonos - en este caso Franceses - en algunos casos masacrados y posteriormente expulsados de sus tierras ancestrales para vivir en reservas alejadas de sus lugares de origen. De hecho, dadas estas circunstancias, no me extraña que en muchos de estos lugares la depresión y el alcoholismo estén casi a la orden del día. Al mismo tiempo que existe esta frustración como comunidad, también podemos observar como los problemas de la globalización afectan más si cabe a su forma de vida, como el paulatino declive de la pesca y la caza tal y como las habían ejercido tradicionalmente, así como los efectos de la contaminación y un exacerbado ocio hacia el nido, sobre todo por parte de los más jóvenes o de los que quieren escapar de ese microcosmos antes de darse a la bebida para evadirse de su desgracia. Sin embargo, en todo paisaje helado el sol acaba saliendo, aunque sea tras los blancos tejados, rebotando en los lagos, entrando por puertas y ventanas. En definitiva, que la ternura se antepone a la dureza de la vida, o eso es lo que Naomi Fontaine quiere que extraigamos de Kuessipan. No es un mensaje extraído del último best seller de autoayuda, tampoco una frase motivadora con la que podemos toparnos en redes sociales. Simplemente es una pequeña esperanza, un reconocimiento un bello optimismo que el observador - o lector - más inteligente podrá hallar en el lugar más deprimente. En el invierno más crudo, asfixiante, expectante al surgimiento de una nueva primavera.
Kuessipan: una historia de identidad, tradición, cazadores, ancianos contadores de historias, botellines de cerveza, existencias desorientadas, paso del tiempo, amistades, maternidades, cabañas en medio del hielo... Un libro para masticarlo, digerirlo, pensarlo y repensarlo.
Frases o párrafos favoritos:
"Los recalcitrantes se cierran en banda, se enfrentan a la autoridad. Su combate: criar a la carne, educarla para que se conviertan en hombres, en mujeres, en una nación que se les parezca, que no dominará, que subsistirá, que vivirá. El anciano de piel blanca se ha vestido con sus plumas y sus ropas de colores. Se ha puesto sus mocasines. lo que hace de él un indio. Pipa en mano, irá a parlamentar con el jefe del Estado."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Pepitas de Calabaza