LA BUENA LETRA
Título: La buena letra.
Autor: Rafael Chirbes (Tavernes de la Valldigna 1949-2015) estudió Historia Moderna y Contemporánea en Madrid. En 1969 se trasladó a París y años más tarde trabajaría como profesor de Español en Marruecos. A su vuelta a España trabajó como crítico literario y gastronómico en la revista Sobremesa y en El País. Chirbes es autor de ensayos como El viajero sedentario, El novelista perplejo, Mediterráneos y Por cuenta propia y de novelas como Mimoun, En la lucha final, La buena letra o Los disparos del cazador. Sin embargo, no fue hasta el año 2000, con la publicación de La larga marcha, cuando comenzó a posicionarse como uno de los mejores escritores contemporáneos españoles. A La larga marcha se le unirían una segunda parte, La caída de Madrid, y una tercera, Los viejos amigos. Tras ellas llegarían otros éxitos literarios como Crematorio, En la orilla y París-Austerlitz, publicada póstumamente. Chirbes tiene en su haber reconocimientos como varios premios de la Crítica Valenciana, el Librería Cálamo, el Dulce Chacón, el Francisco Umbral el ICON de Pensamiento y el alemán SWR-Bestenliste.
Editorial: Anagrama.
Idioma: castellano.
Sinopsis: Ana le cuenta a su hijo fragmentos de una vida de pequeñas miserias con las que se han tejido las relaciones personales y familiares. Sus palabras se convierten, por tanto, en duro legado para una nueva generación que quiere levantarse de la inocencia.
Su lectura me ha parecido: intensa, dramática, sencilla, bien escrita, rápida, durísima en su contenido, con una potente carga emotiva...Queridos lectores y lectoras, como bien sabréis en este espacio de crítica y opinión hemos reseñado toda clase de novelas, muchas de ellas escritas por autores provenientes de lugares muy recónditos del globo terráqueo. Aunque la mayor parte de los escritores que han desfilado por Jimena de la Almena en su mayoría son españoles, ingleses, franceses o estadounidenses; también hemos reseñado libros procedentes de plumas bielorrusas, finlandesas, japonesas o incluso norcoreanas. Sin embargo, y aunque reconozco que como lectora e historiadora, siento especial predilección por la literatura anglosajona, si que es cierto que debemos prestar atención, aunque sea de vez en cuando, a lo que se cuece cerca de nosotros, en nuestra propia ciudad. Ya no me refiero solo a que nos adentremos en la literatura española en general, sino en la producción de los autores que nacieron en nuestra comunidad autónoma correspondiente. En mi caso, tengo que ser sincera, no he sido una lectora muy asidua de escritores y escritores nacidos o residentes en la Comunidad Valenciana. Conozco a Miguel Hernández, a Max Aub, a Santiago Posteguillo y a Vicente Blasco Ibáñez; pero hasta hace unos meses que me atreví con el poeta del pueblo, no he sido de las que se ha interesado con estos y otros autores valencianos, castellonenses o alicantinos. La reseña del libro que hoy publico pretende enmendar ese error, pues, para mi sorpresa, su autor, nacido en Tavernes de la Valldigna en 1949, me ha descubierto un estilo peculiar y que se puede hacer literatura sin ser pretencioso. La buena letra: el polvo de lo que fuimos, la base de lo que somos.
La historia de como este breve texto llegó a mis manos es sencilla. Pero para contarla como corresponde, debemos remontarnos a cuando una servidora se encontraba estudiando el máster de especialización en Historia Contemporánea. Durante una clase referente a la época franquista, la postguerra y la transición, el profesor nos recomendó un libro que debíamos leer si estábamos interesados en este último tema. Reconozco que cuando alguien, sea desde el ámbito que sea, decide compartir una recomendación literaria, soy de las que abre las orejas lo máximo posible, y si ésta proviene de personas bastante instruidas, mi atención aumenta. El profesor nos habló de una novela cuyo título ya podía sugerir muchas cosas: La caída de Madrid, escrito por Rafael Chirbes. En aquellos instantes me sentí bastante ignorante, jamás había oído hablar de ese libro como tampoco de su autor. No obstante, y a medida que iban pasando los meses, la curiosidad fue en aumento, tanto que busqué aquel texto por todos lados, hasta encontrarlo en la biblioteca de la facultad, de donde podía llevármelo prestado. Sin embargo, una crítica que había leído días antes me disuadió de leerlo de buenas a primeras. En ella, se apuntaban datos como que su lectura era extraordinariamente densa y que abordaba temas muy complejos que no quedaban bien planteados en la novela. Me moría de ganas por leerlo, pero finalmente decidí posponer su lectura para más adelante. Aquel fue mi último contacto con Chirbes y su producción literaria hasta que de pronto, saltó en los medios de comunicación la noticia de su muerte y de la publicación de una obra que había finalizado meses antes del fallecimiento. Fue entonces cuando comprendí que Rafael Chirbes no había sido un escritor cualquiera y que no había pasado desapercibido para el público. Es más, Chirbes resultó ser uno de esos autores cuyo tirón e interés sigue intacto, incluso años después de su fallecimiento en su pueblo natal. Aún así, yo seguía sin atreverme con La caída de Madrid y durante un tiempo estuve buscando esa lectura que pudiese servirme de iniciación en su literatura. Fue así como di con La buena letra, un texto que se ajustaba perfectamente a lo que yo andaba buscando: no muy extenso, con un número de páginas muy asumible y con una historia que ya de por si invitaba a la lectura. A través de un préstamo bibliotecario logré hacerme con un ejemplar y devorarlo en cuestión de días. Y aunque al principio tenía mis dudas, La buena letra acabó por lanzarme de lleno a buscar otras novelas del autor y a que en próximas fechas inicie la lectura de La caída de Madrid.
Centrándonos en la crítica propiamente dicha, comenzaremos diciendo que La buena letra presenta una lectura rápida, amena e intensa al mismo tiempo, tanto que consigue que te sitúes al lado de los personajes, tanto que puedas incluso rozar su hombro. En este sentido tres factores juegan una importancia trascendental y que contribuyen a que la sensación de que se te desboque el corazón sea más aguda. En primer lugar, la sinestesia. No es muy habitual por desgracia encontrar lecturas donde al autor se le de bien meter, que no trasladar, al lector en la historia, en una época determinada del tiempo o como testigo de una escena, y mucho menos, que sepa transmitirte los olores, el tacto o el sabor de ciertos alimentos, objetos, espacios, entes vivos...Pues bien, eureka, Chirbes resulta ser uno de los afortunados en estas lides. No es que sea el mejor de todos, pero el que posea la capacidad de lograr que el lector huela el olor de las patatas hervidas, que sienta el tacto del lomo de una rata o que se estremezca con el sabor de las lágrimas no tiene precio, y el lector más exigente lo agradece. Además del manejo de la sinestesia, en segundo lugar, la novela no conseguiría esa relación tan íntima con el lector de no ser por la breve extensión de sus capítulos, compuestos básicamente por dos o tres páginas como mucho. Este estilo sólo lo había visto anteriormente en la aclamada Patria de Aramburu, y de hecho, los críticos aluden a este hecho como uno de los motivos por los que la novela del escritor vasco había tenido tanto éxito. Una fórmula perfecta pero que no sirve para todas las novelas. Cuanto más intensas son las emociones, cuanto mayor es la capacidad sinestesia, cuanto mayor es la implicación del lector en la historia, mejor funcionará y el equilibrio entre sentimiento y brevedad será más perfecto si cabe. En tercer lugar, y por si fuera poco, a Chirbes se le ocurre transmitirnos la historia desde una primera persona más desgarradora de lo habitual, cuya sinceridad nos abruma y atormenta. Una voz, femenina para más inri, que a la vez que narra suplica al interlocutor, su propio hijo, y al lector al mismo tiempo. Sinestesia bien empleada más capítulos cortos, más primera persona, igual a una experiencia lectora con mayúsculas. Seguidamente, una advertencia. Si estáis pensando leer esta novela esperando recibir a cambio algo bonito os equivocáis de pleno. En La buena letra, lo que ocurre es de todo menos hermoso. Es más, nunca antes una portada estuvo tan en consonancia con su contenido. Gris sería el color predominante y miseria el actor principal de la trama. La suciedad, el miedo, el hambre, la tristeza y la incertidumbre los secundarios, y la esperanza, porque para ella también hay hueco, como la revelación dentro de esta historia. Chirbes nos sumerge hasta el fondo de las emociones con una novela ambientada, como no podía ser de otra forma, en los años más duros de la postguerra y del franquismo. En esta historia nadie se salva de la desdicha, y aunque la guerra parece haberlo destruido todo, incluyendo los lazos familiares, existe un atisbo de optimismo, de arrimar el hombro, de seguir adelante, sin olvidar que viven bajo una tremenda represión. Muchos diréis que estamos ante una historia más sobre las consecuencias de la Guerra Civil Española, pero os equivocáis, pues La buena letra no pretende banalizar o desvirtuar el tema. Sino que, desde una perspectiva cuanto menos arriesgada, intenta ofrecer al lector verdad, pero también emociones contundentes que sientan como un puñetazo en el estómago. Y todo ello desde la humildad más absoluta, sin pretensiones de ningún tipo, sin querer aspirar a algo que no merece. Finalmente, me parece reseñable comentar que gracias a esa narración femenina podemos apreciar como era para estas la vida durante esa época. Aunque sinceramente, para conocer la situación de la mujer en franquismo, debemos remitirnos a otras autoras sobre todo, si que tengo que reconocer un trabajo extraordinario por tratar de captar los matices de una voz tan universal como la de Ana, representante de un tipo de mujer que le tocó soportar y sobrevivir.
Aunque la lectura de La buena letra haya suscitado en mi multitud de preguntas y debates, tales como la situación de los presos franquistas, la de la mujer o incluso se podría abordar el tema de la memoria histórica, lo cierto es que en esta ocasión mi reflexión discurrirá por otros derroteros. En la contraportada de la presente edición, se apunta que La buena letra se podría considerar deudora de la concepción balzaquiana según la cual la novela es la historia privada de las naciones, y la verdad es que razón no le falta. El género novelístico, en su concepción más tradicional, supone un modo de transmisión de ideas, pensamientos, pero también de la realidad de su tiempo o incluso de como se observa al pasado desde un determinado momento de la historia. En ellas, el autor puede plasmar sus mayores inquietudes, hasta las más íntimas, dejando la puerta abierta a muchas interpretaciones. Las novelas, en su mayoría, siempre se han analizado desde el campo de la filología, la psicología o incluso desde la filosofía, pero también, y os lo digo por experiencia, también pueden resultar útiles para comprender nuestra historia. Al fin y al cabo, las novelas no dejan de ser un canal de comunicación donde se representa una sensibilidad muy determinada y en la que podemos apreciar el ámbito privado, la vida de esos personajes que componen esa masa social que pocas veces se les presta atención y que también es importante para comprender la historia. La historia no sólo se escribió a base de grandes nombres, también gracias a sociedades enteras con actores anónimos pero igual de importantes y trascendentales. Sin embargo, y una vez entendida dicha concepción típica de las novelas de Balzac, es necesario darle otra dimensión a dicho planteamiento. Si la novela es la historia privada de las naciones, la novela también puede ser la historia de como estas naciones saben adaptarse, a pesar de las dificultades, a las circunstancias, a los nuevos tiempos, a tremendos cambios que afectan todos los ámbitos de la vida. Cada caso es diferente al anterior, eso lo sabemos, y la forma de enfrentarse a ello cambia a medida que avanzamos en el tiempo. En el caso de La buena letra, Chirbes nos ofrece uno de esos ejemplos de cambio traumático y de adaptación social forzado. Y aunque su mirada sea la de alguien que no ha vivido en primera persona todo aquel proceso, hay que tener en cuenta que esta novela se publicó en el año 2002 en plena época del conocido como "boom de la memoria", Chirbes refleja a la perfección esa mentalidad de superación y de seguir adelante a pesar de que las circunstancias no lo facilitan ese proceso, pues a los considerados "vencidos" se les hacía la vida imposible desde todos los ámbitos de la sociedad y desde las instituciones. La buena letra es el ejemplo perfecto de como una sociedad puede levantarse sobre las cenizas de la generación anterior. Bajo el sufrimiento y la desesperanza, el mecanismo de engranaje de la historia da paso a las nuevas generaciones, marcadas por lo sucedido pero abiertas al futuro que se abre ante ellos. No se olvida, pero si se sobrevive, aunque algunos pretendan convencernos de que debemos avanzar sin echar la vista atrás. La buena letra: una historia de valentía, miseria, postguerra, tensiones familiares, injusticia, supervivencia, rabia, impotencia...Una novela sobre los hombres y mujeres más valientes: nuestros bisabuelos.
Frases o párrafos favoritos:
"Al día siguiente me enteré que había muerto una de las niñas que vivían en la casa. <<Enterraron un pedazo de palo seco y retorcido>>, oí decir, y esa imagen - la de un palo seco y retorcido - y la ausencia fueron para mi, desde entonces, la imagen de la muerte.
Película/Canción: a la espera que algún director/a se anime a adaptar esta novela, os adjunto la pieza que me ha acompañado durante la redacción de esta reseña. Simplemente sublime.
¡Un saludo y a seguir leyendo!