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Reseña: “La elegancia del erizo” (Muriel Barbery)

Publicado el 25 marzo 2013 por Despiram @FrikArteWeb

Es difícil etiquetar este libro como drama, comedia o cualquiera de esas denominaciones que artificiosamente utilizamos para retratar una obra y reducir su complejidad.  Es humorístico, dramático, pero también ensayístico. La autora, Muriel Barbery, además de escritora es filósofa y esta doble condición se hace obvia en su narrativa. Las reflexiones de los personajes sobre cualquier cosa que se preste a ello ocupan un lugar importante y son, ora entrañables, ora inteligentes, pero, en la mayoría de los casos, irritablemente pretenciosas.

La Elegancia del erizo fue publicada en 2006 por la editorial Gallimard y pronto se convirtió en un éxito de venta en las listas francesas. El argumento es fresco y novedoso: dos personas excepcionalmente inteligentes conviven en el número 7 de la calle Grenelle. Una de ellas es Renée, la portera del edificio, una mujer de origen pobre que oculta su rico bagaje cultural por considerar que no es lo que se espera de su estrato social. La otra es una de las habitantes del inmueble, Paloma, una niña superdotada de doce años que esconde igualmente su destacada inteligencia para tratar de pasar desapercibida en medio de una sociedad que desprecia.

A través de estos dos personajes asistimos a una sátira de la sociedad occidental en general, y de la burguesía francesa en particular. Muriel Barbery ridiculiza algunos de los vicios más enraizados de la conformista, acomodada y superficial ciudadanía del llamado estado del bienestar. El problema es que lo hace desde una visión maniquea en los diversos niveles de lectura de la obra. Podemos encontrar en ella blancos y negros, pero difícilmente grises. Los personajes son, o bien, increíblemente idiotas, o bien, increíblemente inteligentes, sin ningún matiz entre ambos extremos. Esta frontera impermeable entre dos cualidades que en la vida real nunca podrían considerarse como excluyentes hace difícil la identificación del lector con unos y con otros.

Este maniqueísmo también está presente en la construcción de la crítica a la cultura occidental, basada en una continua contraposición con la oriental. Las comparaciones entre los valores de una y otra se sustentan en estereotipos facilones y simplistas, y se suceden a lo largo de todo el relato. Oriente tiene aquí su máxima representación en la cultura tradicional japonesa a la que se idealiza sin ningún tipo de reservas. La escritora destaca sobre todo la capacidad que tiene la cultura japonesa de encontrar la belleza en las cosas más simples, capacidad que occidente parece haber perdido en medio de la fastuosidad, el lujo, y todos aquellos valores que transmite la publicidad de masas. Pero parece olvidar que el contagio entre culturas en pleno siglo XXI es, afortunada o desafortunadamente, inevitable. Japón no es, ni mucho menos, un territorio ajeno al mundo de las apariencias, el consumo y la superficialidad con el que se identifica a occidente. Muriel Barbery hace un retrato parcial de la cultura oriental, seleccionando los elementos que más le interesan para el desarrollo de la historia y obviando el resto, por lo que el resultado es artificioso e inverosímil. Pero además, criticar el clasismo occidental idealizando a su vez una cultura tan clasista como la del antiguo Japón resulta poco menos que contradictorio. Durante el antiguo régimen la sociedad japonesa se caracterizaba por una estricta división en clases sociales y la obligación ética de obediencia a la autoridad, organización de la que todavía queda algún vestigio y que la autora de este libro se esfuerza, intencionada o inintencionadamente, en ignorar.

Se trata de una novela que puede despertar fácilmente contrariedades porque nunca insinúa sino que contesta a todas las preguntas con juicios categóricos, con lo que la única opción que deja al lector es la de estar de acuerdo o en contra. A través de dos personajes cuya inteligencia está por encima de la del resto de seres corrientes, se nos dice qué es el arte, qué es la belleza, qué es el lenguaje, sin dejar al lector ninguna opción de completar el cuadro por sí mismo.

En cuanto a sus puntos fuertes, está el hecho de que habla de algo tan simple y a la vez tan importante como es la amistad,  un tema frecuentemente olvidado en el mundo del arte frente a los grandes clásicos como el amor y el odio (y la heroicidad a la que ambos conducen). Olvidado quizá por ese carácter democrático del que está provista, por ser un bien fácilmente accesible y necesario a cualquier persona, de manera que adquiere cierto aire vulgar ante esos grandes acontecimientos que impregnan los libros y que están vetados a la mayoría de los mortales.

Pero en este libro la amistad es un pilar fundamental de la trama. Personas que se sienten diferentes al resto de la humanidad, con la desdicha pero también el orgullo que ese sentimiento conlleva, se encuentran y empiezan a descubrirse, a descubrir que, a pesar de todo, hay gente a la que merece la pena conocer y con la que merece la pena darse a conocer. Éste es un hermoso punto de partida; lástima que esté empañado por un tono descaradamente condescendiente, en el que no se tiene en cuenta una premisa fundamental en la construcción de unos personajes creíbles, esto es: que los seres humanos tienen derecho a ser estúpidos de vez en cuando, a decir estupideces de vez en cuando y a comportarse como estúpidos de vez en cuando, sin que ello abarque una mínima parte de la que es su característica esencial: su complejidad. Obviar esta complejidad en la literatura significa condenar a los personajes a la mediocridad.


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