LA FRUTA MÁS NEGRA
Título: La fruta más negra.
Autor: Wallace Thruman (Salt Lake City, 1902- Nueva York 1934), escritor, periodista y dramaturgo afroamericano, estudió periodismo en la Universidad de California antes de trasladarse a Nueva York a principios de los años veinte, atraído como tantos otros por el resplandor del Renacimiento de Harlem. Brillante, culto e irreverente, pronto se convirtió en el enfant terrible del Renacimiento. En 1926 fundó, junto a Langston Hughes, Aaron Douglas y Zora Neale Hurston, la revista Fire!!, que en su estética rompedora y sus textos vitriólicos amenazó con tumbar los pilares más conservadores de la sociedad de Harlem. En 1927 sorprendió con La fruta más negra al retratar de forma implacable los prejuicios raciales en los propios afroamericanos. Su desmedida adicción al alcohol fue minando su salud, ya se encontraba en un estado muy desmejorado cuando, en 1913, escribió la novela considerada como epitafio del Renacimiento, Infants of Spring. Murió de tuberculosis en 1934. Tenía 32 años.
Editorial: Defausta.
Idioma: inglés.
Traductor: Susana Prieto Mori.
Sinopsis: Emma Lou Morgan, una joven negra de piel oscura, nacida en una familia de afroamericanos de piel clara, sufre la discriminación de su entorno a causa de su color de piel. En busca de un lugar donde pueda sentirse acogida e integrada, decide acudir a la Universidad de los Angeles, donde se encuentra con la misma situación de exclusión social. Hastiada, abandona sus estudios y se traslada a Harlem, Nueva York, donde lucha por encontrar un lugar en el mundo se recrudece.
Su lectura me ha parecido: dura, controvertida, amena, valiente, ágil, rompedora en su momento, vigente 91 años después, toda una sorpresa...La historia de la humanidad, como todas y todos sabemos, se ha definido por las acciones de una serie de personajes importantes. Reinas/es, revolucionarias/os, científicas/os, escritoras/es, políticas/os, guerreras/os, pintoras/es...Todos y cada de uno de ellos, desde sus respectivos ámbitos, han pasado a la historia de forma inmediata. Sin embargo, en el transcurso de la misma y en el firmamento de los acontecimientos, una serie de estrellas fugaces atraviesan el cielo hasta desaparecer en la inmensa oscuridad. Su paso es efímero, rápido, pero su recuerdo permanece en nuestra memoria. Este símil se le podría aplicar a ciertos personajes de la historia, que, a pesar de haber fallecido a una edad demasiado temprana, su aportación a la historia política, económica, social y cultural sigue recordándose a día de hoy. Una de esas personalidades fugaces en el terreno de lo exclusivamente artístico-cultural, y con permiso del club de los 27, es Wolfrang Amadeus Mozart. Niño prodigio casi desde la cuna y autor de las óperas y piezas más recordadas de la música clásica. ¿Quién no ha tarareado la sinfonía número 40? ¿Quién no se estremece ante las primeras notas del Réquiem? ¿Quién no ha intentado cantar en la ducha la aria de La Flauta Mágica sin dejarse la voz y la dignidad por el camino? Tuvo la mala suerte de morir demasiado joven, a los 35 años, y en su época prácticamente olvidado por todos. Sin embargo, su aportación a la historia de la música es especial, por lo que a día de hoy se le homenajea, respeta y estudia. Con tres años menos, a los 32, falleció el autor del libro que hoy tengo el placer de reseñar. Otra estrella fugaz de la que nunca sabremos qué más podría haber escrito si las consecuencias de sus excesos con la bebida no nos hubiesen privado de su talento. La fruta más negra: en busca de un lugar en el mundo, en busca de un refugio contra el racismo.
La historia de como La fruta más negra llegó a mis manos es bien sencilla, pero en esta ocasión, como en tantas otras, es necesario comenzar por el verdadero principio. No es la primera vez que en este espacio reseño un libro de este tipo, concerniente a los problemas de la segregación racial en Estados Unidos, y por consiguiente, no es el primer libro que me leo sobre el tema. Este interés y acercamiento a la literatura afroamericana tiene su origen, si mal no recuerdo, en unas clases de la maravillosa asignatura Historia de los Estados Unidos. Como en toda clase de historia que se precie, no había día en el que no nos adentrásemos en algunos textos, en documentos de importancia histórica que en última instancia sirven para contextualizar y para que los conocimientos de la teoría quedasen más asentados y se comprendiesen mejor. Uno de aquellos primeros textos fue, contra todo pronóstico, un texto literario, se trataba en concreto de un fragmento de La cabaña del Tío Tom, escrito por Harriet Beecher Stowe y publicado en 1852. Un libro en el que se aborda el tema de la esclavitud desde una actitud crítica y contraria a la misma, destacando su carácter inmoral y la maldad que puede suscitar en quienes la defienden. Un texto que, por circunstancias que ya comenté en su momento, no escogí para el trabajo final de la asignatura. La mística de la feminidad de Betty Friedan pudo entonces con la segregación racial de mediados de siglo XIX. Sin embargo, a lo largo de los siguientes años, fueron varios los libros de estas características, aunque esta vez si escritos por autores afroamericanos, los que pasaron por mis manos. Los más memorables: Doce años de esclavitud y Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado. El primero, de Solomon Northup, me acercó al tema desde la autobiografía y el segundo, de Maya Angelou, me hizo apreciar el tema de la segregación racial desde una perfectiva de género. Por lo que había, en ese sentido, cubierto dos campos muy importantes para aproximarse a un tema concreto. Pero entonces, y de manera inesperada, apareció ante mis ojos La fruta más negra, libro del que jamás había oído hablar y cuyo autor desconocía por completo. Una vez supe quién era el escritor, su biografía, la época en la que se publica la novela, pero sobre todo, su sinopsis, no me lo pensé dos veces. Necesitaba descubrir que era aquello del Renacimiento del Harlem y como todo ese movimiento, tan famoso en lo musical, se trasladaba al terreno novelístico. En cuanto lo tuve en mis manos lo degusté, despacio, al son de lo que su lectura, conduciendo a un resultado de lo más satisfactorio aunque con matices.
En lo que respecta a la crítica propiamente dicha, comenzaremos diciendo que La fruta más negra presenta una lectura rápida, ágil y veloz me atrevería a decir. A medida que devoras un capítulo tras otro, el lector tiene la sensación de que este libro no se corresponde con la época en la que fue escrito, finales de los años 20 del pasado siglo, sino con la fast literature tan típica de los tiempos que corren. En momentos en los que no te apetece pensar y si lo que pretendes es despejar la mente, La fruta más negra puede ser la solución. Sin embargo, no nos engañemos. Esa rapidez en cuanto a ritmo se complementa con dos factores fundamentales que elevan el estatus de la novela: la construcción de la protagonista y el ambiente espacio-temporal en el que se desarrolla la trama. El primero de ellos, concerniente a la presentación y descripción de la protagonista, es una absoluta pasada. Emma Lou, así se llama nuestra heroína, natural de Idaho, sufre en sus propio entorno la doble discriminación: la de ser mujer y la de ser negra oscura en una familia de negros de piel clara. Una adolescente que, vistas las pocas expectativas de futuro que le ofrece Idaho, decide emprender un viaje en busca de un lugar en el que no se le discrimine por su color de piel y su sexo. Pero la búsqueda se complica y su periplo la llevará primero a la Universidad en California y posteriormente al barrio de Harlem en Nueva York, lugar en el que esa misión parece estancarse y tornarse más difícil a pesar de estar inmersa en un autentico movimiento cultural como fue el Renacimiento del Harlem. Ese deseo de sentirse acogida e integrada le empujará de la inocencia adolescente a una madurez casi desesperanzadora, por tanto, nos encontramos, una vez más, ante una novela de viaje. Un viaje interno y que vertebra por completo la novela. Esto, unido a la empatía que desprende el personaje de Emma Lou, capaz de traspasar el papel, son elementos más que suficientes para que una novela de este estilo funcione. A esa abrumadora presencia de una protagonista bien construida y empática, se añade, en segundo lugar, los diferentes escenarios en los que se desarrolla la novela, siendo el barrio de Harlem, Nueva York, el más icónico y mejor tratado de todos. Es obvio, si nos vamos a la biografía de Wallace Thurman, podremos comprobar que sabía de lo que hablaba y constatar que el Renacimiento del Harlem es trascendental en su breve producción literaria. Aquel renacer del arte negro en la comunidad de afroamericanos residentes en el neoyorkino barrio de Harlem durante los años 20 ayudó a que una serie de músicos, pintores y novelistas viviesen su particular edad de oro. Thurman fue, como muchos otros/as, partícipe de todo aquel movimiento cultural, pero a su vez, también supo captar las debilidades del mismo. Pues, al igual que le sucede a la protagonista, en medio de aquel ambiente de fiesta, jazz y literatura, no consigue sentirse plenamente integrada al existir la doble discriminación de la que antes hemos hablado. La fruta más madura, por tanto, se anticipa a lo que Maya Angelou denunciaba en Yo sé por qué canta el pájaro enjaulado, retratando a la sociedad afroamericana plagada de prejuicios hacia sus propios miembros. Desmitificando de este modo, esa cohesión social tan fuerte que tantas veces hemos visto en las películas. Además de abordar una cuestión clave: el de que las mujeres afroamericanas también eran discriminadas por su sexo. Por último, si algo no queda del todo bien desarrollado en La fruta más negra son los personajes secundarios con los que Emma Lou se encuentra a lo largo del libro, abundantes en cuanto a numero pero carentes de complejidad, por lo que pasan sin pena ni gloria por la novela, sin poder competir con la excepcional construcción física y psicológica de la joven de Idaho.
Adentrándonos en territorio puramente reflexivo, en esta ocasión me gustaría dirigir el tema de debate y discusión hacia un territorio algo polémico pero de necesaria meditación por parte de todos. No hay duda que el Renacimiento del Harlem es uno de los temas centrales de La fruta más negra, un movimiento cultural que se desarrolló durante las primeras décadas del siglo XX y que contribuyó, no sólo a la difusión del arte en todas sus expresiones realizado por personas de raza negra, también a cimentar en el mundo occidental reconocimiento del mismo, el cual, como todo, al final acabó cayendo en el estereotipo clásico del afroamericano tocando el saxo, cuando en realidad se realizaron muchas otras cosas más allá de la popularización del Jazz. Durante el Renacimiento del Harlem se compuso, se tocaron instrumentos, se cantó, se escribió, se inauguraron rompedoras revistas culturales, se pintó, se vendió arte, se bailó, se inauguraron míticos clubs nocturnos, se pusieron sobre la mesa los temas que preocupaban a los afroamericanos de entonces, se reflexionó sobre el papel de la comunidad en la sociedad...Una autentica revolución en definitiva, pero, como toda revolución cultural, condenada a desaparecer. Cuando hablamos de revoluciones fracasadas inevitablemente pensamos en el ejemplo de Mayo del 68, cuyo espíritu e influencia arrasó en muchos países occidentales y que acabó disipándose con el paso del tiempo. Algo parecido sucedió con la llamada Movida Madrileña, más parecida en lo cultural al Renacimiento del Harlem, que marcó la década de los 80 en España y que con el cambio de década pareció desinflarse. Sin embargo, y en contra de muchos que creen, muchas de las cosas que aportaron estas revoluciones siguen hoy en día vigentes. Sin el Mayo del 68 el 15M, las Primaveras Árabes, el movimiento ecologista, el feminismo de segunda y tercera ola, el "No Future" del movimiento Punk, la lucha por los derechos LGBT+, el "Ocupy Wall Street" entre otros no hubiesen tenido lugar. Como tampoco el movimiento Hippie en EEUU, la Primavera de Praga, las protestas contra la matanza de Tlatelolco en México o la famosa imagen de un hombre plantándole cara a los tanques durante las protestas en la plaza de Tiananmén en 1989. Con la Movida Madrileña lo mismo. Sin ella nombres como Fernando Colomo, Pedro Almodóvar, Alaska, Fernando Trueba, Martirio, Ana Juan, Nacho y José María Cano, Vicente Molina Foix, Patricia Gadea, José María Sanz Beltrán "Loquillo", Antonio y Nacho Vega, Tino Casal, Ana Torroja o Agatha Ruiz de la Prada hoy nos sonarían a chino. Y muchos de nosotros no habríamos hecho nuestros auténticos himnos como el "A quién le importa" de Alaska y los Pegamoides, "La chica de ayer" de Nacha Pop o "Enamorado de la moda juvenil" de Radio Futura. Y por último, volviendo al Renacimiento del Harlem, sin él, Louis Amstrong no hubiese pasado a la historia como uno de los mejores trompetistas de la historia y probablemente, no se hubiesen asentado las bases del movimiento en favor de los derechos civiles que los definiría en las décadas venideras. En el terreno literario es ahora, en pleno siglo XXI, cuando las editoriales están empezando a traducir y editar los libros clave de este movimiento, entre los que La fruta más negra brilla con luz propia. Las revoluciones culturales nacen, viven intensamente y mueren demasiado pronto. Pero su espíritu, como acabamos de comprobar, sigue vigente, prendiendo la mecha de nuevas reivindicaciones, agitando las conciencias, despertando el espíritu crítico. La fruta más negra: una historia de desorientación, búsqueda, jazz, fiestas, juventud, racismo...Una novela que ha venido para quedarse.
Frases o párrafos favoritos:
"En un momento se los tragó el torbellino del jazz. Era imposible dar pasos largos. Había demasiadas piernas buscando moverse en libertad en aquella zona abarrotada. (...) No se dijeron nada el uno a la otra. Ella se fijó en que el rostro de compañero parecía animado por un éxtasis interno. "Debe ser la música", pensó Emma Lou. Luego le llegó una bocanada de su aliento cargado de licor."
Película/Canción: para homenajear mejor a lo que fue el Renacimiento del Harlem ¿qué mejor que hacerlo al son de Louis Amstrong? Personalmente creo que no hay mejor tributo que su voz y el sonido de su inseparable trompeta.
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Defausta Editorial