Revista Cultura y Ocio

RESEÑA: La mejor voluntad.

Publicado el 05 marzo 2022 por Jimenada

 LA MEJOR VOLUNTAD

RESEÑA: La mejor voluntad.
Título: La mejor voluntad. 
Autora: Jane Smiley ( Los Ángeles, California, 1949) es autora de una veintena de obras de ficción y ensayo. Recibió el Premio Pulitzer de narrativa y el Premio Nacional de la Crítica por su novela Heredarás la tierra (1991). Entre otras obras, ha publicado La edad del desconsuelo (1987), Un amor cualquiera (1989), La mejor voluntad (1989) The Greenlanders (1988) y, en los últimos años, la trilogía formada por Some Luck (2014), Early Warning (2015) y Golden Age (2015). Desde 2001 forma parte de la Academia Estadounidense de las Artes y las Letras. 
RESEÑA: La mejor voluntad.
Editorial: Sexto Piso. Idioma original: inglés.
Traductora: Inga Pellisa. 
Sinopsis: Bob Miller ha creado el paraíso con el que siempre soñó: una granja en lo alto del valle, a cinco kilómetros del pueblo más cercano, donde él y su esposa Liz viven y crían a su hijo de siete años, Tommy, cultivando su propia comida, hilando y tejiendo su ropa, fabricando sus propios muebles. Él mismo construyó la casa en la que habitan, sin teléfono, ni televisor, sin automóvil, sin más conexión cotidiana con el mundo exterior que los viajes diarios de Tommy a la escuela. Allí viven, piensa Bob, y allí vivirán siempre. Bob y Liz se enorgullecen del estilo de vida autosuficiente que han escogido, pero si de algo se siente verdaderamente orgulloso Bob es de Tommy, ese chico entusiasta, receptivo, obediente y dispuesto a dejarse guiar por su padre. Por eso nunca habría imaginado que un día su hijo fuera capaz de agarrar dos muñecas de una compañera de clase y destrozarlas. Sin embargo, ese día llega y a Bob le recorre un escalofrío. Algo va mal, realmente mal, y él no lo ha visto venir. 
Su lectura me ha parecido: breve, intensa, económica en su descripción de los hechos narrados, actual, reflexiva, desmitificadora, paradójica, un cuchillo de doble filo que se traslada más allá de su oportuno título... En ocasiones me dan ganas de dejarlo todo y marcarme un Walden. Así de claro. Abandonar las comodidades propias de la ciudad o del pueblo grande y marcharme a una casita en medio del campo. Sin televisión, ni internet, ni ruidos propios de la megalópolis, sin la presencia de lo que mundialmente hemos convenido en llamar "ser humano" - hay quien creo que no debería merecer dicho honor - como a 50 kilómetros o más a la redonda. Yo, mis circunstancias, libros, papel, boli, gas, electricidad, agua corriente - por supuesto, que de burguesa tarda una en salirse, aunque en realidad un waldenista extremo renunciaría a estas tres cosas - y un pequeño huerto del que sobreviviría y que, mediante la ancestral técnica del trueque, me permitiría sobrevivir en medio de la nada para unos, en el paraíso terrenal para otros. Rodeada de monte, rocas, plantas silvestres, tal vez un riachuelo-lago-abundante río, insectos mil y algún que otro animal salvaje (con todo lo que ello conlleva). Por supuesto, y tras este breve exabrupto, sin duda producto de la beligerante actualidad a todos los niveles (y no solo en lo que, por desgracia, atañe a la invasión de Ucrania por parte de Vladimir Putin) me queda claro que liarte la manta a la cabeza y plantarte en medio de la naturaleza más agreste con la intención de construir un lugar donde poder habitar y subsistir a partir de lo que ésta ofrezca está al alcance de muy pocas y pocos. Por no decir que eso lo pueden hacer cuatro privilegiados y, bueno, los que siguen a pies juntillas las palabras de Thoreau en su imprescindible ensayo sin un ápice de espíritu crítico en dicha lectura. Con el riesgo de acabar como Christopher McCandless - protagonista de la película Hacia rutas salvajes y del libro de John Krakauer - en su "Odisea de Alaska". Retiros más o menos extremos a parte, lo cierto es que hay quienes lo consiguen, quienes logran - aunque con algunas comodidades indispensables y a las que cuesta renunciar como una cama en lugar de los gastados asientos de un autobús abandonado - con empeño y trabajo vivir al margen de lo que conocemos por "civilización" o mejor aún, de entornos que nos generan un desapego absoluto con la madre naturaleza y sus múltiples virtudes. Sin embargo, como bien plantea la novela que hoy tengo el placer de reseñar, ¿estamos dispuestas/os a llevar nuestras convicciones hasta el final? ¿Cómo se congenia eso de tener descendencia y querer inculcar en nuestra prole unos valores y una forma de vivir determinada? ¿Y si nuestra hija o hijo, de pronto, parece reusar todo ese saber y modo de vida aprendido desde la cuna? Y lo más importante: ¿se puede escapar de las garras del capitalismo por muy aislado que quieras estar de todo aquello que lo sustenta? La mejor voluntad: la libertad como espejismo y el materialismo como ese robusto tronco que no dudamos en abrazar. 
RESEÑA: La mejor voluntad.
Tras esa lectura algo desinflada de La edad del desconsuelo y la publicación, que no incursión, de Un amor cualquiera - novela a la que seguramente le acabe dando una oportunidad - regresaba a Jane Smiley con cierto escepticismo. Lo confieso, mi primer contacto con ella no fue del todo satisfactorio, por lo que me inquietaba pensar que, a pesar de mi pasión por la literatura estadounidense, no fuese para mí. No obstante y para mi sorpresa, Smiley acabó entrando por mis ojos como un torrente de aire fresco en un momento en el que necesitaba precisamente dejarme llevar y mecerme en unas formas que, si bien conocía de sobra, me ayudaron a desconectar de aquello que me perturbaba. Siguiendo un estilo muy parecido al de La edad del desconsuelo, pero con pequeñas sutilezas y, sobre todo, una trama que refuerza unas determinadas preocupaciones, Smiley nos acompaña a través de la palabra escrita en la historia de Bob, Liz y Tommy; padre, madre e hijo respectivamente. Una familia - los Miller - de las que, como he apuntado en el anterior párrafo, consigue realizar su sueño de vivir en una granja en lo alto de una colina, ser autosuficientes y libres de cualquier atisbo materialista - o lo que ellos consideran como tal - que perturbe su día a día. Sin televisor, teléfono, coche y con las salidas de su hijo al colegio y los libros que toman prestados de la biblioteca pública como únicos medios de conexión con el exterior. A través de la voz del padre iremos conociendo mejor tanto a la familia como su rutina en ese idílico paraíso entre el huerto y los remiendos de la ropa que tejen a mano. Así como el ensimismamiento en el que que Bob, ese progenitor férreo en sus ideales, vive respecto a Tommy, al cual considera su mejor creación. Un niño nacido y criado en dicho ambiente y asumiendo todas las enseñanzas y valores que, sobre todo su padre, vuelca sobre él, creyéndose la idea de que junto a su esposa han creado a un niño modelo y futuro ciudadano ejemplar. Sin embargo, un inesperado incidente en el colegio conseguirá tambalear los cimientos, no solo de la educación que dichos padres han dado a su hijo, también de los propios pilares sobre los que se asienta un matrimonio aparentemente perfecto y seguro de lo que han construido y de lo que querían cuando iniciaron dicho proyecto juntos. Sin ahondar en cualquier clase de spoiler - sobre todo para los más puristas en estas lides - simplemente me limitaré a comentar que, la eclosión del inesperado hecho, supone una reflexión para el lector más allá de las consecuencias que éste acarrea para a la unidad familiar. Y es que de una forma sutil lo que Smiley nos está tratando de hacer ver es que nada puede escapar del capitalismo. Por mucho que te aísles y te creas libre de toda atadura del sistema, lo cierto es que ambos modelos se sustentan en una constante comparación, creyéndose ambos la mejor opción al tiempo que se admiran mutuamente, ya que en última instancia, ambos mundos - el de la familia Miller y el que representa el resto de personas que forman la comunidad - acaban reconociendo carencias y deseos que solo pueden hallar si se pasan al otro bando. La libertad es un espejismo, parece sentenciar Smiley, capitalista en este caso, algo que ni - como reza su título - la mejor de las voluntades, ni siquiera la de ese padre que cree estar haciendo lo mejor para su hijo (también esta es una novela sobre los modelos de paternidad y maternidad) parece aplacar un problema sustentado en la confrontación, el individualismo o la falsa meritocracia entre otras muchos contrafuertes. 
La mejor voluntad: una historia de aislamiento, modelos de habitar el mundo, paradojas, desigualdad, grietas emocionales, ideales que se deshinchan, autonomía, autoridad, ruido pragmático... La prole como campo de experimentos y cubo rebosante de expectativas paterno y materno filiales. 
Frases o párrafos favoritos: 
"Me pregunto como sería criar a un niño con dinero. Toda su vida hemos estado inventando cosas para él; ha sido nuestro sujeto experimental, y reconozco que ha sido uno muy bueno, receptivo agradecido, flexible con esas ideas que pintaban bien sobre el papel pero que no funcionaron."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Sexto Piso

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