Título: La mujer singular y la ciudad.
Autora: Vivian Gornick (el Bronx, Nueva York 1935). Tras estudiar en la universidad, comenzó a escribir en el Village Voice - donde empezó a darle voz al movimiento feminista hasta convertirse en una de las voces más reconocibles de los Estados Unidos en este campo -, y, posteriormente, en medios como The New York Times o The Nation. Es autora de un buen número de ensayos, textos críticos, periodísticos y memorias, siempre desde una clara perspectiva de género, que ha sido su rasgo clave como periodista y escritora. Es autora de Apegos feroces, un éxito de crítica y público, merecedor de sendos galardones. La mujer singular y la ciudad es el segundo volumen de sus memorias, nominado al National Book Critics Cirle Award en 2015.
Editorial: Sexto Piso.
Idioma: inglés.
Traductora: Raquel Vicedo.
Sinopsis: continuación natural de Apegos feroces, en La mujer singular y la ciudad Vivian Gornick sigue mostrándose como una mujer lúcida, sensible e insobornable que, siendo la realidad como es, no acepta su lugar en el mundo. La mujer singular y la ciudad es un mapa fascinante y emotivo de los ritmos, los encuentros fortuitos y las amistades siempre cambiantes que conforman la vida en la ciudad, en este caso, de Nueva York - una ciudad, nos dice Gornick, que hace soportable su soledad -. Mientras pasea por las calles de Manhattan, de nuevo en compañía de su madre o sola, Gornick observa lo que ocurre a su alrededor, interactúa con extraños, busca su propio reflejo en los ojos de un desconocido. Y se reconoce en su amistad de más de veinte años con Leonard - un hombre que vive su propia felicidad con sofisticación y que la ha ayudado "a comprender la misteriosa naturaleza de las relaciones humanas más que ninguna otra relación íntima que haya tenido" -, pues ambos comparten la necesidad de encontrar un agravio que combatir.
Su lectura me ha parecido: sencilla, pulcra, tremendamente urbana, autobiográfica, reflexiva, honesta, singular (haciendo honor a su título), sin llegar a eclipsar a su anterior volumen... Queridas lectoras y lectores, hoy me siento especialmente nostálgica. Al reencontrarme con el presente libro no he podido evitar revivir una sensación que experimenté hace unos meses. Es más, creo que en más de una ocasión me he referido a este episodio reciente de mi biografía para introducir la reseña de sendos textos que a lo largo de todo este tiempo han pasado por mis manos. Pero me da igual, me apetece volver a él, al momento en el que fui consciente de como una ciudad puede devorarte en cuestión de segundos. Como muchos ya sabréis, hace unos meses regresé a Londres para visitar a mi hermano, que por aquel entonces estudiaba allí y se alojaba en Isleworth (un barrio más de los muchos que componen el conocido como Gran Londres, situado a las afueras de dicha ciudad). Y como era obvio, además de pasear por los parques (algunos de ellos enormes) que ofrecía aquella tranquila zona y respirar la pureza de su aire, también quise volver a la gran urbe, esa que tantas veces había visto en el cine, esa que el año anterior visité por vez primera, esa que me dejó impresionada, esa que todavía guardaba rincones por descubrir. Los que me conocen saben que no hay nada que más me guste que viajar, algo que por desgracia no suelo hacer muy a menudo (poderoso caballero es Don Dinero). Pero las pocas veces que he salido al extranjero (las cuales puedo contar con los dedos de una sola mano) las he vivido intensamente, tanto que de regreso al dulce hogar sólo tengo ganas de hablar lo justo y necesario, tirarme en la cama y dormir. Por eso, lo que sucedió durante aquella segunda visita a la capital inglesa no sólo me llenó de nuevas experiencias, sino que también provocó una importante reflexión, la de darme cuenta de que existen ciudades, ciudades más grandes y Londres. Sus incontables barrios, ese Támesis tan imponente, los monumentos (a lo grande por supuesto), las largas distancias que hay que recorrer (incluso en transporte público), ese halo tan icónico, esos descensos a los infiernos cada vez que cogíamos el metro... Esa sensación de sentirte una hormiga entre tanta espectacularidad. En el momento en el que me encontré ante uno de los rascacielos de la City, el cual había engullido en protagonismo a una iglesia del XIX que aún se conservaba intacta desde entonces (porque sí, a pesar de todo, la huella de la era victoriana sigue presente en cada calle), me sentí pequeña, superada, incapaz de entender por qué pensaba de esa forma. Al toparme, tiempo después, con la lectura que hoy tengo el placer de reseñar, regresé a aquel recuerdo. Si Londres me había hecho sentir pequeña, no me quiero imaginar lo que tiene que ser adentrarse en las calles de Nueva York, en donde los edificios conquistan, literalmente, el cielo. De eso y de mucho más nos habla de Vivian Gornick en La mujer singular y la ciudad: conversaciones sobre la amistad, el feminismo moderno y la geografía urbana.
La historia de como la nueva novela de Vivian Gornick llegó a mis manos, obviamente, no hubiese tenido lugar sin precisamente la existencia de Gornick. Antes de ella, muchas de mis lecturas eran ensayos feministas puros y duros, y aunque había hueco para alguna novela escrita con las gafas moradas, y a pesar de que conseguían en su mayoría entusiasmarme, cuando llegó Gornick a mi biblioteca y a mi vida, necesité con urgencia seguir leyendo más textos suyos. Si no habéis leído Apegos feroces, queridas y queridos, ya estáis tardando. Fue una de mis mejores lecturas del pasado 2018, coincidiendo con muchos lectores que no dudaron en situar a esta lectura entre sus favoritos del año que estábamos dejando atrás. Y por si fuera poco, para ratificar toda esta marea Gornick, dicho título acabó ganando, en España, premios tan prestigiosos como el del Gremio de Libreros de Madrid del 2017 y el reconocimiento de muchos medios de comunicación como La Vanguardia en su conocido suplemento cultural (Cultura(s)). Desde entonces, cada vez que pisa nuestro país, la última para presentar precisamente el libro que hoy reseñamos, todas las lectoras y lectores le hacemos la ola. Apegos feroces, como ya comenté en su momento, llegó a mis manos de la forma más inesperada pero sin duda, empujada por esa amalgama de títulos feministas que (por convicción en unos casos o interés comercial por desgracia en otros) las editoriales ofrecieron al lector durante los dos últimos años. Desde que puse punto y final a su lectura esperé con impaciencia la irrupción de otro título de Gornick, en el que nos introdujese, como ya hiciese con maestría en Apegos feroces, en las relaciones familiares desde una perspectiva de género y en la que volviese a aparecer la madre de la autora (tan irritante como fascinante). Sólo pedía eso, no era mucho, hasta me llegaba a contentar con una suerte de spin off (tan habituales en el cine) pero en el fondo ansiaba una segunda parte de Apegos feroces. Mis peticiones parecieron ser escuchadas por las y los responsables de Sexto Piso, y digo parece porque el pasado 2018 decidieron traducir y publicar en España La mujer singular y la ciudad, la cual publicitaron bajo la premisa de que se trataba de la continuación natural de Apegos feroces. El subidón que me dio el día que conocí la noticia no fue normal. Pasó un tiempo antes de que, por fin, el nuevo libro de Vivian Gornick reposase sobre mis manos. Finalmente llegó, con una pequeña raja en la portada por culpa de un cartero que quiso meter en un buzón tan pequeño un libro tan grande, pero llegó, y eso era lo importante. Tras su ansiada lectura, la cual no me llevó demasiado tiempo, saqué varias conclusiones: la primera, que aún seguía enfadada con el cartero, y la segunda, que no igualaba o superaba ni por asomo a Apegos feroces, lo cual me decepcionó ligeramente.
En lo que respecta a la reseña propiamente dicha voy a seros sincera. Quien espere en La mujer singular y la ciudad un libro parecido a Apegos feroces que deseche rápidamente esa idea de la cabeza. ¿Pero puede, tal y como afirma Sexto Piso, constituir una suerte de segunda parte? Sí y no al mismo tiempo. Por un lado, en lo que a estilo se refiere, si que podríamos hablar de una especie de continuidad al respecto. Gornick no se despega de las características que hicieron de Apegos feroces un gran libro. La honestidad vuelve a aparecer, al igual que la sencillez (lo cual en ocasiones se agradece, pues a veces lo más simple puede convertirse en lo mejor de cualquier narración) y por supuesto esas ganas de contar las cosas sin pelos en la lengua, sin necesidad de ir dando rodeos, justo lo he hace de Gornick una escritora atrayente para cualquier tipo de lector. Sin embargo, no podemos hablar al 100% de una continuación ya que, por desgracia o por fortuna según como se mire, la intención de la autora en La mujer singular y la ciudad es hablar de otros temas, algunos ya mencionados en Apegos feroces, otros totalmente nuevos, pero con la profundidad que merecen. Volvemos a reencontrarnos con Vivian (pues cabe recordar que nos encontramos ante una especie de autobiografía que oscila entre la novela y el ensayo al mismo tiempo) y por supuesto con su madre (a la que muchos ya echábamos de menos). Pero desgraciadamente, el protagonismo no recae en ellas, en sus vidas, en sus pensamientos, en sus constantes viajes al pasado o en sus guerras dialécticas entre madre e hija que se aman y no se soportan (las relaciones filiales son un autentico misterio); sino en lo que sucede a su alrededor. A las personas que acuden raudas al trabajo, las que comparten asiento en el metro, a las que la pobreza ha condenado a pedir limosna en unas mastodónticas avenidas, la complejidad arquitectónica de los rascacielos de Manhattan, la evolución de barrios como Brooklin o el Bronx, la desgarradora sensación de ser devorado por placas de hormigón, la fiebre consumista, los teatros, las cafeterías, los parques, el río Hudson, el recuerdo de las Torres Gemelas... En definitiva, el antes y el después de una mega ciudad como Nueva York. Esto, como me sucedió al principio de su lectura, me generó sentimientos encontrados. Por un lado reconocía su espíritu y algunos de sus personajes que tanto me habían entusiasmado, pero por otro, sus continuas divagaciones me hicieron pensar que aquello no era lo que me esperaba. La frustración estaba a la vuelta de la esquina. Sin embargo, lo positivo fue encontrarme con que dichas reflexiones que la autora propone son realmente interesantes. De hecho, es esto lo que salva a la novela de quedarse en una especie de "segunda parte fallida". Entre todos los temas que se abordan en esta novela existen ciertas constantes, a pesar de todo, que se mantienen a lo largo del relato (verídico para más inri). La primera, la amistad de más de veinte años de la autora con Leonard, para mi el otro gran protagonista del libro, la cual transcurre por un camino plagado de altibajos y en donde la ironía y el humor acido son constantes en sus conversaciones mientras pasean por las calles de la Gran Manzana. Constancia sería la palabra con la que definiría su relación, acompañada de otras como confianza, respeto y admiración. En segundo lugar, como no podía ser de otra forma, el feminismo, tan patente a lo largo de su existencia (ya lo dejó muy claro en Apegos feroces) y que impregna cada ámbito profesional, personal o intelectual que emprende. Perteneciente a la generación que impulsó la segunda ola feminista, Gornick es activista, un altavoz, consciente su condición de mujer singular - como tantas y tantas compañeras - y de un discurso que aboga por su independencia, por la construcción de una autoestima con fuertes y robustos pilares. Tal vez por eso, en España, su literatura ha tenido tanto éxito. Tal vez necesitemos reinterpretar la sociedad en la que nos ha tocado vivir para reforzar un empoderamiento propio. Discursos que hoy, más que nunca, son totalmente necesarios. A modo de recapitulación concluiremos diciendo que La mujer singular y la ciudad no es un hibrido entre autobiografía y ensayo que, aunque mantiene el espíritu de su obra cumbre, entabla un diálogo con el lector sobre otros importantes y oportunos temas.
A finales del siglo XIX, el escritor inglés George Gissing publicó The Odd Women, que traducida al español vendría a significar "la mujer singular". En él, Gissing aborda temas como el papel de la mujer en la sociedad, la doble moral respecto a los géneros, así como el movimiento feminista de la época. Para Vivian Gornick, una de las conclusiones que extrae de dicha lectura, y ya de paso lo que despierta una de las mejores reflexiones del libro, es el "hallazgo", por decirlo de alguna manera, del término "singular". Si para Gissing "singular" significa "mujeres sin pareja", de ahí su peculiaridad, para Gornick, retorciendo magistralmente, como sólo ella sabe hacerlo, lo asume para hablar de algo tan importante como la lucha feminista, sosteniendo la tesis de que cada cincuenta años, desde la época de la Revolución Francesa, surge una generación de mujeres "nuevas", "libres"; singulares al fin y al cabo. Un término, el de "singular", que en última instancia engloba muchas características asociadas a esa individualidad femenina en tiempos donde ésta era vista como una rareza, un escandalo, un atrevimiento, un acto de valentía. Si rememoramos el título del presente libro, comprobamos como "singular", con toda su carga de significado, acaba emparejado a otro término igual de complejo, como es el de "ciudad". ¿Todo en orden entonces? Evidentemente no. La pregunta que, tras leer esta última obra de Gornick me rondó durante días en la cabeza fue el por qué de ese título, pero sobre todo, por qué ese "y" en medio de "mujer singular" y "ciudad". Tras recuperar unos apuntes de una conferencia a la que asistí en unas jornadas para historiadoras/es en Santander me di cuenta de que el título estaba bien planteado, por no decir que era el más adecuado, por desgracia, para reflejar una realidad, la de que la mujer y la ciudad han sido a lo largo de la historia mundos totalmente opuestos. Si la ciudad implica trabajo, ajetreo, tráfico, actividad política, comercial, empresarial, relaciones sociales, acontecimientos culturales de primer orden, lugar donde se producen acontecimientos trascendentes (a pequeña y a gran escala) y en el que acoge las expresiones, opiniones y manifestaciones de sus habitantes; la mujer, para el patriarcado, siempre ha sido sinónimo de hogar, de recogimiento, de esfera privada, de contención. Por eso cuando cada cincuenta años, según la teoría de Vivian Gornick, una mujer se despoja de sus obligaciones patriarcales y pone un pie en la calle con la intención de adentrarse en sus calles, supone una autentica revolución. La ciudad es un lugar de oportunidades, pero al mismo tiempo uno de los más hostiles, en especial para las mujeres, donde en un primer momento no encontraban su sitio o bien fuera el hogar o bien lejos de aquellos espacios ideados por los hombres y exclusivamente femeninos. Además, en una ciudad como Nueva York (sobre todo a principios de siglo XX) para una mujer que soñaba con alcanzar la cima de sus aspiraciones profesionales era todo un reto. Las ciudades, desde la primera hasta la última, siempre fueron territorio de los hombres, hasta el punto de exaltar su hombría en cada esquina (¿soy la única que piensa que los rascacielos de la Gran Manzana son una metáfora perfecta de virilidad y poder patriarcal?). De ahí ese "y" en el título de este libro, que no sólo demuestra una gran habilidad de su autora a la hora de hacernos reflexionar con lo más inesperado, sino que además evidencia que "mujer" y "ciudad" son dos términos todavía en conflicto, que no terminan de cuajar. Recordemos, para Vivian Gornick la "mujer singular" no está dispuesta a acatar las leyes del patriarcado. Por tanto, ¿hay hueco para ellas en la ciudad? ¿Siguen siendo las metrópolis, en la actualidad, lugares hostiles y de rechazo para las mujeres? Y si así fuera, ¿cómo podemos contribuir a que esto no suceda? La mujer singular y la ciudad: una historia de verdadera amistad, feminismo, reflexión, construcción, periodismo, asfalto, semáforos en ámbar... Un homenaje a Nueva York desde una mirada violeta.
Frases o párrafos favoritos:
"Hay dos tipos de amistades: aquellas en las que las personas se animan mutuamente y aquellas en las que las personas deben estar animadas para estar juntas. En la primera categoría, uno hace hueco para verse; en la segunda, uno busca un hueco en la agenda."
Película/Canción: aunque sería interesante ver materializado en lenguaje audiovisual la retórica y los personajes reales que protagonizan el día a día de Vivian Gornick, parece ser que no hay guionista lo suficientemente valiente como para llevarlo a cabo. Mientras espero a que ese deseo se haga realidad, os adjunto una canción sobre la ciudad de Nueva York. Que se aparte Frank Sinatra o Alicia Keys, Mecano y su "No hay marcha en Nueva York" puede alegrarte el día. Ojo, la canción es tan pegadiza y las rimas tan simples que luego no me culpes de estar tarareándola mientras te duchas, andas por la calle o en pleno atasco. ¡Quedáis todos avisados!
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Sexto Piso