LOS QUE CAMBIARON Y LOS QUE MURIERON
Título: Los que cambiaron y los que murieron.
Autora: Barbara Comyns (1909-1992). Nació en el condado inglés de Warwickshire, en una familia venida a menos. Estudió arte en Londres y contrajo matrimonio con Arthur Price, un pintor con el que tuvo dos hijos. Se ganó la vida de las formas más variopintas: vendedora de coches antiguos, modelo, cocinera o criadora de caniches. En 1945, se casó en segundas nupcias con Richard Comyns, un funcionario del Forgein Office que trabajaba bajo las ordenes de Kim Philby y con quien viviría en Ibiza y en Barcelona durante dieciséis años. De sus novelas cabe destacar: Y las cucharillas eran de Woolworths (1950), La hija del veterinario (1959), The Skin Chairs (1962), El enebro (1985), Mr. Fox (1987) y The House of Dolls (1989), entre otras. Murió en Shropshire en 1992.
Editorial: Gatopardo Ediciones.
Idioma: inglés.
Traductora: Inés Clavero.
Sinopsis: El verano de 1911 se promete feliz para los habitantes del condado de Warwickshire. Nadie se imagina que una misteriosa pandemia está a punto de partir la comunidad en dos: los que cambiaron y los que murieron. "¿Quién será la próxima víctima que se cobrará esta locura mortífera?", se pregunta el periódico local. Un episodio de resonancias bíblicas preludia la llegada de la epidemia: el río se desborda, anegando los campos y trayendo el caos a la ya de por sí caótica vida de la familia Willoweed. Los patos nadan por el caserón inundado, cerdos sin vida flotan a la deriva y el viudo Ebin y sus hijas navegan en un bote de remos por el jardín sumergido. A la destrucción natural le sigue una serie de calamidades, muertes y suicidios que parecen fruto de un apocalipsis planeado más que del azar. La búsqueda de una explicación a la epidemia despierta el afán persecutorio de algunos lugareños. Pero hay quien aprovecha la situación para pescar en el río revuelto. Es el caso de Ebin, que retoma la vocación periodística, aún a costa de contribuir al pánico con el sensacionalismo de sus artículos, sin sospechar que la enfermedad no tardará en llamar a su puerta.
Su lectura me ha parecido: ácida, pesadillesca, cruda, trágica, disparatada, con un humor negrísimo absolutamente delicioso, desmitificadora, siniestra, devastadora a todos los niveles... El pasado 14 de marzo se cumplió un año exacto del decreto de Estado de Alarma, de aquella comparecencia histórica en la que el presidente del gobierno, tratando de ocultar bajo una rectitud labial su compungimiento, pronunciaba las palabras más difíciles. De la noche a la mañana pasamos de tomar las calles a deshabitarlas, de coger el trasporte para ir al trabajo a levantarnos de la cama para dirigirnos teletrabajo, de atender a la lección de la profesora/or desde el pupitre a hacerlo desde la mesa de nuestro cuarto, de comprar la ansiada chaqueta en tienda a tenerla en un solo clic, a perdernos en la inmensidad de la pantalla de cine a consumir, insaciables, a través de las plataformas de steeming. Después vinieron los paseos, los aforos, las distancias sociales - o de seguridad - los geles, los cierres perimetrales, los permisos y, por supuesto, las mascarillas que, de un tiempo a esta parte, han acabado convirtiéndose en el complemento más importante. Sin embargo, poco o nada nos hemos parado a pensar en lo literario, en la palabra escrita, en aquello que se publicará influenciado, claro está, por las nuevas dinámicas adquiridas y en definitiva por las consecuencias de la pandemia a todos los niveles. Aunque todavía es un poco pronto para hablar de "literatura pandémica" o "generación Covid", si que es cierto que ya empiezan a asomar los primeros textos que abordan el actual contexto de crisis e incertidumbre. De hecho, podemos distinguir dos claras tendencias: la primera más ensayística (abordando los retos de la ciencia, la necesidad de una mayor inversión en sanidad pública, reflexionando entorno al origen del virus desde un punto de vista biológico, el abordaje de las distintas epidemias acaecidas a lo largo de la historia y los cambios que éstas han provocado o cuantificando las consecuencias de la pandemia a nivel económico entre otros muchos temas) y la segunda puramente testimonial (desde aquel primer texto que apareció editado en Seix Barral sobre la experiencia del confinamiento narrado por una habitante de Wuhan hasta auténticos diarios de la cuarentena publicados en distintos medios de comunicación). No obstante, también ha proliferado la reedición o recuperación de algunos textos clásicos sobre la materia. Desde La peste de Albert Camus - el libro más socorrido y leído durante el confinamiento - hasta 1984 de George Orwell - por aquello de que vivíamos una Distopía - pasando por el Decameron de Bocaccio, Ensayo sobre la ceguera de José Saramago, La gran plaga de Daniel Defoe o Trío. Dos amigas, un hombre y la peste en Sicilia de Dacia Maraini entre otros muchos. Algo que, visto con perspectiva, es mejor que una novela escrita de prisa, al calor de los acontecimientos, y sin su correspondiente periodo de reflexión posterior. De entre todos los títulos que han renacido en popularidad, algunos desde unas cenizas casi extintas, destaca especialmente el escrito por la autora inglesa Barbara Comyns en los años 50. Un libro en el que, si bien todo gira al rededor de una perturbadora pandemia, demuestra la destreza de su autora para, en primer lugar, construir un personaje de los que no te dejan dormir por las noches, y en segundo lugar, cargarse la idílica imagen literaria de un lugar tan ensalzado en el pasado para devolver al lector una postal nueva y revolucionaria al mismo tiempo. Hablamos por supuesto de Los que cambiaron y los que murieron: nunca antes la campiña inglesa dio tanto miedo y tanta risa.
"Los patos atravesaron nadando las ventanas del salón. El peso del agua las había abierto a la fuerza, de modo que los animales entraron en el interior. Circunnavegaron la estancia entre graznidos de aprobación, después partieron otra vez hacia al exterior para explorar el maravilloso nuevo mundo que había llegado durante la noche." Así, de esta forma tan abrupta y directa, comienza Los que cambiaron y los que murieron. Unas líneas a las que, más adelante, se le añade una serie de descripciones de toda clase de animales muertos. Ovejas, gatos, caballos, perros... Un trágico bestiario de criaturas habituales en las hermosas tierras del condado de Warwikshire - lugar de nacimiento de la propia Barbara Comyns - perecidos en una fortuita y extraña riada. De buenas a primeras la imagen impacta, ya no sólo por su explicitud (cabe mencionar que la presente novela fue prohibida en Irlanda por este motivo), también por la visceral rotura con una cierta tradición literaria que buscó en la campiña inglesa una exacerbada idealización de la vida campestre. Sin duda Jane Austen fue una de las mayores contribuidoras. Sus paisajes exuberantes y llenos de belleza ya son indisociables del lugar, hasta el punto de conquistar nuestro imaginario popular y convertirlo en un género literario en sí mismo. La lista es larga: Edmund Crispin, Barbara Pym, Josephine Tey, Sarah Perry, Stella Gibons... Así como las localidades emblemáticas de esta zona: Castle Combe, Lacock, Bibury, Dunster, Shaftesbury o el propio Stratford-Upon-Avon (pueblo natal de William Shakespeare). La trama de estas novelas tiene un patrón muy claro en el que se orbita al rededor de un conflicto - muy problemático pero salvable - con personajes pintorescos, casi todas protagonizadas por una heroína arquetípica, grandes dosis de humor británico, mucho salseo amoroso, un pelín de crítica social (sin pasarse) y una resolución que contenta a todo el mundo. Este topicazo británico - que en el fondo me encanta y engancha como lectora - contrasta en gran medida con lo que Barbara Comyns le plantea al lector, por no decir que arrasa, cual pantanosa riada, todos los estereotipos asociados. Precisamente ese arranque impactante y mortífero ya te avisa de que esto no es una novela británica al uso ambientada en los Costwolds. Aunque, si bien es cierto que antes del incidente todo era muy típico. Que si nombres florales, que si mermeladas, que si los huertos, que si las herramientas para cultivar, que si las vestimentas típicas, que si la sonrisa perenne en el rostro... Barbara Comyns pega carpetazo con una historia que, aunque ambientada en dicho lugar, nada tiene que ver con las de sus antecesores. Dejando bien claro que la belleza puede quebrarse. Que la desgracia llega hasta al más precioso de los pueblos ingleses. Ya sea por medio de un lodazal de ovejas muertas o de síndromes esquizofrénicos. En definitiva, en forma de una extrañísima epidemia.
Además de inundar casas y provocar que los habitantes del lugar se tengan que trasladar al centro en un bote de remos, la pandemia adquiere tintes más siniestros cuando, de pronto, los lugareños son asaltados por un extraño síndrome u enfermedad que provoca manías persecutorias y delirios que conducen al suicidio. Diezmando de esta forma la población de manera repentina y sistemática. Como si de pronto la calamidad se hubiese posado sobre el pueblo sin esperanzas de que ésta acabe disipándose, como la niebla, esa tan característica de Inglaterra. Envueltos en esta catástrofe que parece salida del Apocalipsis Bíblico, nos encontramos a los Willoweed, una familia que se presenta, en un antagonismo extremo, como los únicos vertebradores de la novela. Si bien, como ya hemos comentado, los personajes literarios situados en la campiña inglesa parecen no enfadarse jamás (o si lo hacen pronto se les pasa), aquí son todo lo contrario. Empezando por Ebin, viudo y pésimo padre al que despidieron del periódico local que ve en la epidemia la oportunidad de relanzar su carrera a base de generar sensacionalismo y alarma social, y terminando con la abuela Willoweed, la glotona, rica, déspota y energúmena matriarca de la familia. El primero se aprovecha de las desgracias ajenas para enriquecerse y poder seguir dándole a la bebida mientras que la segunda se ríe, a carcajada limpia, de las penurias de sus vecinos. En medio, las hijas de Ebin - Emma y Hattie - privilegiadas testigos de la letal enfermedad y de la desidia familiar. De nuevo, Comyns se aleja de la tradición literaria para ofrecernos un descarnado retrato del alma humana del que no se salva nadie, ni siquiera la familia más pudiente. Por quedarme con uno me quedo con la abuela, de hecho, su grotesco retrato me ha recordado por momentos a otra infame abuela, la de la trilogía de Klaus Y Lucas de Agota Kristof, solo que más aseada y con más dinero en el bolsillo. Sin duda, uno de esos personajes que te descolocan y te acompañan días y noches, hasta en tus peores pesadillas. A pesar de alejarse lo máximo posible del intocable canon, Comyns decidió dejar el humor, ese tan típico, tan británico, tan de proporcionar diálogos divertidos a la par que inteligentes con, eso sí, un retorcimiento sarcástico e irónico en su vertiente más oscura. Puro humor negro que, como cabía de esperar, casa a la perfección con lo que se está narrando. En último lugar y para ir finalizando sólo me queda por lanzar un oportuno llamamiento a autoras/es, imprentas, librerías y muy especialmente a editoriales. Está bien ir publicando textos ambientados en la terorífica actualidad, de hecho, al cabo de un tiempo éstos pueden ser sujetos de lectura crítica, ensayos, tesis doctorales o simplemente convertirse en nuevos clásicos de la literatura. Sin embargo, y a la espera de que lleguen historias que de verdad recojan gran parte de la incertidumbre provocada por "el bicho" - como muchas y muchos se han empeñado erróneamente en llamarlo - y que sean producto de una larga reflexión y viaje interno, deberíamos apostar por los que ya están. Por aquellas pandemias verídicas que los autores supieron describir - ya sea porque lo vivieron en su propia piel o porque se atrevieron a usarlas como pretexto para criticar su propio presente o directamente porque vieron en ellas el vehículo narrativo perfecto para contar una gran historia - así como las ficticias, sin duda las más complejas, cuya destreza imaginativa nos conduce a caminos literarios poco transitados. Es poco probable que el mundo asista a una pandemia como la que se inventa de Barbara Comyns, cuya inspiración no puede beber más de los ídolos e ídolas del terror contemporáneo. Lo que está claro es que, como reza su apropiado título, ante cualquier acontecimiento de gravísimas consecuencias hay dos clases de personas: las que se adaptan a la nueva realidad tratando de sobrevivir al cambio y las que perecen con el consuelo de que la historia, según en que lugares, las recordará siempre.
Los que cambiaron y los que murieron: una historia de riadas, extrañas muertes, familias desestructuradas, hambre de poder, inquina, desgracia, humor ante el que no sabes si reír o llorar... La prueba de que la campiña inglesa puede dejar de ser aquel reducto de paz, alegría y sosiego donde no puede sobrevenir el terror más primitivo
Frases o párrafos favoritos:"Se rió para sus adentros y se contentó un poco. Aunque le gustaría tanto campar a sus anchas por el pueblo y oír como los gritos salían por las ventanas de las casas y quizá incluso ayudar a socorrer a alguno de los desafortunados afectados. Le encantaría encontrarse con alguien que se creyera perseguido por los monstruos. De momento solo se habían dado cinco casos, pero llegarían más (...) La imagen del viejo Ives devorado por unos monstruos imaginarios le levantó considerablemente el ánimo."
¡Un saludo y a seguir leyendo!
Cortesía de Gatopardo Ediciones