Ilustrador: Richard ZelaEditorial: CastilloISBN: 9786076218921Páginas: 128SINOPSIS:
Luego de una discusión entre sus padres, Abel debe mudarse con sus abuelos. Este cambio viene acompañado de una nueva secundaria y una amiga muy especial llamada Adriana Luz. Y aunque Abel extraña las aventuras de su hogar anterior, el amor de sus abuelos, la complicidad con Adriana Luz y su vocación por la música le ayudarán a emprender el camino hacia la construcción de su propia felicidad.
OPINIÓN:Los trenes nunca vuelven nos cuenta la historia de Abel al mudarse con sus abuelos, debido a los problemas entre sus padres, las constantes peleas entre ellos y el hecho de que su abuelo prefiere que esté con ellos a que esté escuchando las peleas de sus padres.
El desarrollo de la historia me ha parecido adecuado, si bien no suceden cosas realmente importantes, la lectura se siente ligera y personal a lo largo de todos los capítulos. Conocer al güero, sus abuelos, Chayo y Adriana Luz ha sido íntimo y tierno. Todos ellos demuestran en el libro que tanto si eres familia, trabajador o amigo, puedes ser un gran soporte y ayuda para quien lo necesita.
Estas historias que no están alejadas de la realidad, son un acercamiento de todo lo que conlleva vivir en una familia en la que las peleas son constantes. Aunque la situación económica de la familia de Abel no es la mejor, el autor no se centra en este hecho ni hace que los problemas giren solo alrededor de eso, sino que se centra en cómo los abuelos de Abel se lo llevan a vivir con ellos para que no esté escuchando las peleas de sus padres y no esté en ese ambiente malo para cualquier niño y persona. El abuelo de Abel es el que tiene más protagonismo en la historia aparte de Abel, a quien le llama güero, y conocerlo ha sido fantástico, porque es inevitable recordar a nuestros propios abuelos, más si tuvimos este tipo de cercanía con alguno de ellos, algo que yo sí tuve; fue bonito recordar cómo nos hacíamos compañía mutuamente mi abuela materna y yo, cómo siempre estuvo para hacerme sentir bien cuando alguien me hacía sentir mal, cómo reíamos y me mostraba una fortaleza que ahora que soy mayor, admiro tanto y agradezco tanto. El libro te hace extrañar a esa persona que tal vez ya no está contigo, pero también te hace valorar las cosas y a las personas que te acompañan.
De igual manera, algo importante de mencionar y que yo sentí, es que, de cierta manera, te habla de los problemas y cambios negativos que los problemas familiares causan en los niños y en las personas en general, ya sea por tomar cosas que escuchan o ven de las peleas de los padres, o resentimientos que ganan. No es algo bueno, y se debe evitar, y es por eso que si se es padre se debe ser consciente de que la educación en casa conlleva muchas cosas, y entre esos aspectos se encuentra el saber dialogar y enfrentar las dificultades.
El libro contiene ilustraciones que me encantaron, el estilo no me pareció adecuado para una historia mexicana, lo cual es subjetivo, pero sí me parecieron bonitas, estilizadas y un excelente complemento para la historia, ya que ilustran de muy buena manera lo que leemos. Y la portada es una maravilla para la vista, acorde al título y al final del libro.
El final me pareció muy abrupto, necesité un mejor cierre, pero dado que lo que tuve fue eso, solo me resta decir que, si bien era de esperarse lo que sucedería al final, de igual manera me sentí desolado junto con el protagonista, y si bien me sorprendió la manera tranquila o madura con la que Abel tomó cierta noticia, creo que yo no hubiera podido reaccionar igual. Pero Guedea nos muestra que es importante seguir adelante.
La historia nos demuestra que tenemos que ser fuertes ante los cambios, aferrarnos a quienes nos dan la mano y ser capaces de seguir adelante.