Hace muchos años leí un libro del gran Joseph Roth titulado La noche 1.002. En este venía a preguntarse qué ocurría tras las canónicas 1.001 noches de aventuras y hazañas imposibles. Este es más o menos el punto de partida de El Pozo de la Ascensión (2007), de Brandon Sanderson.
Tras El imperio final (y este párrafo no conviene mirarlo si no se ha leído aquel y se tiene intención), se ha derrotado con rotundidad al emperador. Vin lo ha matado en su propio palacio sacando fuerzas de la flaqueza e incluso de algo más, con lo que ha roto el sostén que mantenía erguido al imperio, liberando a los skaa y a una Luthadel que se salva gracias a un pacto de mínimos entre estos y unos nobles encabezados por el bienintencionado Elend Venture. Se ha pagado el alto precio de la vida del gran héroe Kelsier, mas su sueño se ha convertido en realidad. No obstante, una vez vencido el mal, una vez transcurridas las 1.001 noches, ¿entonces qué? ¿Esta noche 1.002 es también aventurera o tras la adrenalina llega el tedio y el desencanto?
Se puede acusar a Sanderson de no ser respetuoso con el medio ambiente (se va a las 800 páginas y eso son muchos árboles), pero no de falta de coherencia y lógica con la historia que nos presentó en la primera parte: lo normal que ocurrirá tras el pandemónium de la brillante conclusión de El imperio final será que el desbaratado escenario tienda a reajustarse, y esto implicará tejemanejes en la política de una Luthadel arduamente reinada por Elend. Lo segundo será que ante tanto griterío, alguien acuda con ganas de sacar tajada: Straff Venture y Ashweather Cett con sus respectivos ejércitos en busca del precioso atium del tesoro del Lord Legislador, esto es, amenazas hacia la ciudad desde dentro y fuera, por no hablar de una masa de brutales koloss que está de camino.
Pero no olvidemos uno de los mayores atractivos de la serie de Nacidos de la bruma, cómo no, omnipresente en la novela, la alomancia: acrobacias inhumanas, manipulación y guantazos que pesan como lápidas, y esto es hablar de nuestra protagonista Vin.
La chiquilla ahora es una magnífica alomántica que protege a su querido pero débil Elend de intento tras otro de asesinato. Ha cambiado los bailes de salón de la primera parte por piruetas extremas entre los tejados de Luthadel, combatiendo medio en broma medio en serio con otro misterioso nacido de la bruma, un encapuchado de extraordinaria habilidad y dudosas capacidades mentales. Además, no olvida las palabras del Lord Legislador, en las que vaticinaba un mal peor que él mismo. Las brumas son diferentes y nota un pulso en algún lugar que resulta extrañamente atrayente. Muchas cosas en qué pensar y un montón de responsabilidades nuevas para alguien acostumbrada a quedarse en los rincones para no llamar la atención.
Más allá de la historia, repleta de intrigas, ejércitos y acción, Sanderson sigue dibujando unos buenos personajes secundarios. Por supuesto, los ya presentados en la primera parte, entre los que destacará, cómo no, Sazed. También se debe subrayar al kandra que acompaña a Vin en casi todo momento y con el que mantiene las mejores conversaciones de la novela, mostrando un humor que quizá antes se echara en falta. Por otro lado, existen interesantes nuevos personajes, como el mencionado nuevo nacido de la bruma, alocado para lo bueno y lo malo, o Tindwyl, terrisana que enseñará a Elend a ser un rey y realizará junto a su compatriota Sazed una investigación difícil pero crucial sobre el antiguo tirano y su viaje hacia el Pozo de la Ascensión del que obtuvo su poder inmenso.
En cuanto a la narración, sigue resultando realmente trepidante, en especial para los momentos de acción, con un estilo pulcro y buena escritura. Sin embargo, y esto es un punto negativo, también sigue siendo algo lineal, solo rota por los preámbulos de cada capítulo, y pesa sobre ella el que se empleen demasiadas páginas en recordar tanto acontecimientos de la primera parte como los fundamentos de alomancia y ferruquimia; se ha acusado a la saga, y no sin cierta razón, de tener una componente de videojuego (o juego de rol, que de hecho existe), sin embargo se perdona parcialmente por la importancia de los mismos en detalles de resolución de algunos conflictos de la trama, y se concede el indulto completo cuando Sanderson logra que la lectura sea adictiva, que en cuanto cerramos un capítulo corramos al siguiente y en que, precisamente pensando en esos principios de alomancia o ferruquimia especulemos con la solución a tales conflictos, y esto es un punto muy, muy positivo.
Y por cierto, que el americano no solo nos mantiene en vilo sino que logra sorprendernos en una buena parte de las ocasiones; no en vano Sanderson es un firme defensor de la búsqueda de nuevas ideas en la narración de literatura fantástica más allá de la clásica solución del patrón del héroe de las mil caras de Campbell.
Por lo tanto El Pozo de Ascensión mantiene el alto nivel de El Imperio Final y abre nuevas grandes incógnitas a la espera de que se cierren en El Héroe de las Eras, que cerrará esta trilogía original de Nacidos de la Bruma.