NO ES PARA TANTO
Título: No es para tanto. Notas sobre la cultura de la violación.
Editora: Roxane Gay (Nebraska, EEUU, 1974) Escritora feminista, profesora, editora y comentarista, Gay trabaja como profesora asociada de Inglés en la Universidad Purdue, escribe regularmente artículos para el New York Times, es fundadora de Tiny Hardcore Press, editora de ensayos para The Rumpus, y coeditora en PANK, organización sin ánimo de lucro de colectivos de artes literarias. Gran parte de su trabajo trata de analizar y deconstruir los temas feministas y raciales a través de la lente de sus experiencias personales con la raza, la identidad de género y la sexualidad. Es autora de la colección de cuentos Ayiti (2011), la novela An Untamed State (2014), la colección de ensayos Mala feminista (2014) y Hunger (2016). También editó el libro Girl Crush: Women’s Erotic Fantasies. Además de sus contribuciones regulares en Salon y el desaparecido HTMLGiant, sus escritos han aparecido en numerosos medios y publicaciones como Best American Mystery Stories 2014, Best American Short Stories 2012, Best Sex Writing 2012, A Public Space, Mc Sweeney’s, Tin House, Oxford American, American Short Fiction, West Branch, Virginia Quarterly Review, NOON, Bookforum, Time, Los Angeles Times, The Nation y el New York Times Book Review.
Testimonios: Aubrey Hirsch, Jill Cristman, Claire Schwartz, Lynn Melnick, Brandon Taylor, Emma Smith-Stevens, AJ McKenna, Lisa Mecham, Vanessa Mátir, Ally Sheedy, xTx, So Mayer, Nora Salem, Lyz Lenz, Amy Jo Burns, V. L. Sleek, Michelle Chen, Gabrielle Union, Liz Rosema, Antony Frame, Samhita Mukhopadhyay, Miriam Zolia Pérez, Zoë Medeiros, Sharisse Tracey, Stacey May Fowles, Elisabeth Fairfield Stokes, Meredith Talusan, Nicole Boyce y Elissa Bassist.
Editorial: Capitán Swing.
Idioma: inglés.
Traductora: Gemma Deza Guil.
Sinopsis: En esta valiosa y reveladora antología, la escritora y crítica cultural Roxane Gay recoge piezas —algunas originales y otras ya publicadas— que abordan lo que significa vivir en un mundo donde las mujeres deben medir el acoso, la violencia y la agresión que enfrentan cotidianamente, y donde «de manera rutinaria, se las cuestiona, desacredita, denigra, mancilla, menosprecia, se las trata con condescendencia y se las usa para desahogarse, porque se mofan de ellas y les hacen luz de gas» por hablar de ello. La recopilación incluye ensayos de conocidas escritoras, artistas, intérpretes y críticas, como las actrices Ally Sheedy y Gabrielle Union, o las escritoras Amy Jo Burns, Lyz Lenz y Claire Schwartz. Abarcando una amplia gama de temas y experiencias, desde una exploración de la epidemia de violación integrada en la crisis de refugiados hasta relatos en primera persona de abuso sexual infantil, se trata de una colección profundamente honesta y personal, provocativa y desgarradoramente sincera, que refleja el mundo en el que vivimos y es al mismo tiempo una llamada a la acción para dejar de conformarnos con el «no es para tanto». Esta edición incluye un prólogo de Jana Leo, autora de Violación: Nueva York (2017).
Su lectura me ha parecido: dolorosa, impactante, lacerante, dura, como consecuencia más reposada de lo habitual, diversa, rabiosamente actual, incómoda, absolutamente necesaria... Como ya he comentado en más de una ocasión, la primera vez que leí una escena de violación fue en Los pilares de la tierra de Ken Follett allá por el año 2011. En aquella novela de estratosférico número de páginas, una de las protagonistas, Aliena, era violada por William Hamleigh, obsesionado desde el principio de la novela con ella, aprovecha la toma del ficticio condado de Shering para llevar a cabo su venganza tras ser rechazado por ésta. Me impactó, hasta tal punto que todavía a día de hoy la sigo recordando en mi cabeza. Sin embargo, al igual que las diferentes relaciones sexuales (consentidas eso sí) que tienen lugar a lo largo de sus 1. 068 páginas obedecen a una mirada extraordinariamente patriarcal. Por aquellos mismos años me topé con otra violación descrita en otra novela, casualidad o no, de género histórico medieval. Pero a diferencia de la de Los pilares de la tierra, la de Ellen, protagonista de Forjada en cobre, está tratada desde una perspectiva diferente, más profunda, menos distante. ¿Tal vez el hecho de que Forjada en cobre lo escribiera una mujer, Katia Fox, y no un hombre sea el quid de la cuestión? Obviamente sí. Tras aquellas lecturas, otras escenas de violación pasearon ante mis ojos. Júpiter a Calisto, don Fernando a Dorotea, el Comendador a Laurencia, los Infantes de Carrión a las hijas del Cid, Tarquinio a Lucrecia, Holofernes a Judith, Tereo a Filomela, Alec a Tess o Popeye a Temple Drake... Distintas épocas, distintos ámbitos sociales, distintas culturas, misma mirada; la del hombre. ¿Qué pasa con la mujer? ¿Qué no importa su experiencia si la violencia sexual se ejerce contra ella? ¿Nadie ha pensado que su perspectiva también cuenta? ¿Y los hombres? ¿Alguien me puede citar una novela en la que se aborde el tema de la violación en el que la víctima sea un hombre? ¿Tampoco han pensado que, y más con todo lo que estamos conociendo en los últimos tiempos, su testimonio puede ser valioso? El silencio el interlocutor es espectral, absoluto. Nadie quiere hablar. ¿Vergüenza? ¿Desconocimiento? ¿O las dos cosas al mismo tiempo? Lo que está claro es que el machismo no sólo agrede, viola o mata, sino que además silencia. Una realidad que, afortunadamente, antologías (tan valientes como urgentes) como de la que hoy os hablo pretenden revertir. No es para tanto: ¿O sí?
Cuando el volumen de No es para tanto. Notas sobre la cultura de la violación llegó a mis manos ya me había adentrado en otra de esas novelas polémicas (Oh... de Philipe Djian) cuyo poso de reflexión todavía perdura en mi memoria. Por primera vez una novela me había puesto contra la espada y la pared, obligándome a reflexionar entorno a si la actitud de la protagonista ante una violación era o no feminista. Lecturas de este tipo son las que me motivan como crítica literaria, pero también me sirvió para darme cuenta de la debilidad de nuestras convicciones en cuanto se nos presenta la tesitura de elegir entre blanco o negro. Sin pensar que en medio hay una infinita amalgama de tonalidades perfectamente compatibles. No obstante, en cuando tuve en mis manos el nuevo libro de Roxane Gay, esta vez como editora, tuve la sensación de haber esperado años a que llegase dicho momento, el momento de adentrarme, sin ficciones de ninguna clase, en las verdaderas consecuencias sociales, económicas y políticas de implica el concepto "violación" desde una perspectiva verídica, dolorosamente verídica. Como he comentado en más de una ocasión, aquí y en otros medios, hay ciertos temas a los que me cuesta aproximarme desde una mirada sosegada, en otras palabras, que no puedo evitar enfadarme, ponerme triste o que me duela el estómago cada vez que mis ojos se topan con ciertos temas. Uno de ellos, como no podía ser de otra forma, es la violación. Y a pesar de que No es para tanto era un libro que había implorado, desde el punto de vista tanto personal como intelectual, desde hacía mucho tiempo, no encontraba el momento de adentrarme en él sin caer en la descalificación y encontrarme al borde de la lágrima. Finalmente y aunque reconozco que postergué su lectura demasiado tiempo, he llegado a la conclusión de que ante libros como el que Roxane Gay (a quien había seguido la pista tras la publicación en España de Mala feminista) ha construido a base de voces, unas más conocidas que otras, es imposible dejar las emociones a un lado. Si su lectura te duele, si te hace agachar la cabeza, si provoca el llanto, si consigue que le dediques más tiempo, si sientes impotencia, si se te escapa algún taco lleno de rabia, si no se te va de la cabeza el último testimonio leído, si necesitas cerrar los ojos para asimilar lo que acabas de leer; entonces, ha merecido la pena el viaje, por muy duro que resulte. Porque hay que leer, aunque nos incomode, aunque sepamos que no vamos a salir indemnes, que es justo lo que sucede con No es para tanto. Tras leerlo, una ya no es la misma.
Tras un atípico segundo párrafo (pues no es para menos) pasamos al apartado más crítico, aunque en este caso, aviso, me es imposible redactar una reseña al uso, así como valorar la redacción de cada uno de los testimonios que se incluyen en esta antología. No es cuestión de moralidad ni una falta de empatía, algo de lo que por supuesto no careces una vez dejas atrás esta lectura, simplemente me parecería de mal gusto adentrarme en el estilo o en la forma de narrar estas experiencias tan traumáticas, pues en el fondo sentiría que no estoy haciendo lo correcto. Una vez expuesta esta pequeña aclaración, comenzaré diciendo que No es para tanto. Notas sobre la cultura de la violación es literalmente eso, aviso para navegantes, notas sobre la cultura de la violación. Pero, ¿qué es exactamente la cultura de la violación? Para quien no lo sepa, aunque a estas alturas dudo que falte alguien que no haya oído en su vida hablar de dicho término, es usado para describir una cultura en la cual la violación es un problema social y cultural al ser aceptada y normalizada debido a las actitudes sociales sobre el género, el sexo y la sexualidad. Utilizado por primera vez en los años 70, coincidiendo con la segunda ola feminista, se aplicó en su momento a la cultura norteamericana de su tiempo. Sin embargo, y con el paso del tiempo, dicho término ha acabado aplicándose a otros países en donde la violación es tolerada y por tanto no condenada. Una realidad que, por desgracia, se sigue dando, hasta en los países más desarrollados del mundo. Sería hipócrita pensar que sólo en los países tercermundistas tienen que hacer frente a este problema sabiendo que, sin ir más lejos, aquí en España hemos tenido el caso de "La Manada". Tan indignante como terriblemente mediático. La cultura de la violación se manifiesta fundamentalmente a través de la aceptación de las violaciones como un hecho cotidiano. Una vez sabemos esto, cualquiera que tenga dos dedos de frente podrá apreciar como ésta se reproduce por diversos canales: la pornografía, las series de televisión, los telediarios, las películas, la publicidad e incluso el propio lenguaje. Todo ello acaba por confeccionar, directa o indirectamente, modelos a imitar y que son considerados como buenos cuando en realidad conducen a la toxicidad y a construir los cimientos de una sociedad distorsionada, esterotipada e inexistente. Uno de los objetivos y la razón de ser del libro que hoy reseñamos, según Roxane Gay, es "educar a los potenciales agresores", y no puedo estar más de acuerdo. Con educación es como se combate la ignorancia, pero también la alienación. Cuanto más material, cuantas más opciones, cuanto mayor es el conocimiento, mayor es el espíritu crítico. Y ya si a eso le añadimos una educación en igualdad, en la que en vez de ocultar, sesgar o menospreciar, se enseñe a que las mujeres no son menos importantes que los hombres es posible que con el paso de los años la cultura de la violación acabe siendo cosa del pasado. Una vez dejas atrás el prólogo y la introducción, el lector se sumerge en la verdadera dureza, en esos desgarradores 29 testimonios de mujeres y dos hombres (pues también los hay). Algunas voces más conocidas que otras (entre las que encontramos actrices o escritoras por ejemplo), de diferentes procedencias, pero todas con un nexo común: el de haber sufrido la violación y sus consecuencias a corto, medio y largo plazo. No voy a detenerme en cada uno de ellos, pues no querría que esta reseña se convirtiese en un pozo de fango y morbosidad, pero sí me gustaría detenerme en el hecho de que, a pesar de la transversalidad de sus testimonios (clase social, edad, raza, relación con su propio cuerpo, experiencias previas, identidad sexual, de género...), sí que encontramos presente en cada uno de ellos el efecto más inmediato de la cultura de la violación: el sentimiento de culpabilidad. Algo que, por otro lado, no ocurriría si desde los puestos de autoridad (policía, médicos, jueces...) o familiares (padre, madre, hermanos, amigos...) no se dijesen cosas del tipo: "es que vas provocando", "¿qué no cerraste bien las piernas?", "eso te pasa por salir a estas horas y sola". Con frases como estas, las cuales todas y todos hemos escuchado alguna vez decir, consiguen que la persona que ha sufrido una violación acabe sintiéndose culpable y que el que de verdad tiene la culpa, el violador, salga de rositas, eludiendo cualquier tipo de responsabilidad. Esto evidencia dos cosas, la primera, que la sociedad ampara a los violadores, y la segunda, que la sociedad escupe sobre las víctimas. Así de sencillo, así de explícito. Por último, y no menos importante, en No es para tanto llama la atención, dentro de esa amalgama de testimonios, las diferentes formas de afrontar la violación. Mientras que por un lado unas voces se consideran víctimas, por el contrario, otras se consideran como supervivientes, negándose a definirse bajo el paraguas del victimismo. Aunque sin duda, el momento más tremendo para muchas de ellas es el de tomar conciencia de que la palabra que define lo que les ha sucedido es "violación". Es entonces cuando comienza la verdadera lucha por seguir viviendo siempre con el fantasma del trauma sobrevolando en su subconsciente. "No es para tanto" es seguramente otra de esas infames frases que jamás desearíamos oír asociadas a una agresión sexual, pero en este caso, creo que no había título mejor para la presente antología, pues sí señoros, sí es para tanto, ¡vamos que si lo es!
"Una mañana, decidido a todo, la tomé fuertemente de la muñeca y la miré cara a cara. No había idioma alguno en que pudiera hablarle. Se dejó conducir por mí sin una sonrisa y pronto estuvo desnuda sobre mi cama. Su delgadísima cintura, sus plenas caderas, las desbordantes copas de sus senos, la hacían igual a las milenarias esculturas del sur de la India. El encuentro fue el de un hombre con una estatua. Permaneció todo el tiempo con sus ojos abiertos, impasible. Hacía bien en despreciarme. No se repitió la experiencia." Estas palabras, o más bien este extracto, pertenece a una narración más larga en la que Pablo Neruda (sí, no me he confundido de nombre) detalla parte de sus peripecias cuando, en 1929, se encontraba como embajador en Colombo, capital de Sri Lanka. Una vez conocemos este vergonzoso episodio del autor chileno, descrito por cierto en sus memorias Confieso que he vivido, es difícil que volvamos a leer con la misma mirada su extensa y fantástica producción poética. Sin embargo, y dejando de lado esta cuestión, detengamos por un momento en el tono de este fragmento, de esta confesión. Sobre todo en su tramo final, en cuando el poeta hace referencia a la reacción de la mujer mientras está siendo violada, porque sí, es una violación en toda regla. Él la compara con una estatua, y encima, por si fuera poco, se queja de que adquiriese dicha actitud fría. Si la mirada patriarcal no hubiese nublado la vista del poeta chileno, se habría percatado de que ella (de la cual nunca sabremos por desgracia su nombre) seguramente estuviese aterrada, muerta de miedo, deseando que aquello pasase lo más rápido posible para salir corriendo. Se sabe que aquella mujer era una limpiadora que acudía a diario a trabajar a la embajada y que probablemente fuese de clase baja. Y es que en esta historia la discriminación es doble, al ser mujer y con pocos recursos económicos, difícilmente pudo denunciar o tener la posibilidad de enfrentarse a su agresor. ¿Quién la creería? La respuesta, lamentablemente, muchas y muchos la conocemos. El año pasado, en pleno auge del #MeToo, la periodista y novelista Cristina Fallarás lanzó la iniciativa que, bajo el hastag #Cuéntalo, provocó que miles y miles de mujeres dejasen a un lado el "qué dirán" y el miedo para narrar sus traumáticas experiencias relacionadas con la violación, el abuso sexual y el acoso. La respuesta fue abrumadora, hasta el punto de que numerosos medios de comunicación no tardaron en hacerse eco de la noticia. Hasta la propia Fallarás agradeció la enorme acogida que tuvo aquel simple hastag, pero sobre todo, se enorgulleció de haber conseguido que bajo aquellas ocho palabras se aglutinasen tantas y tantas historias, algunas de ellas tan duras como inimaginables. Si algo nos enseña No es para tanto. Notas sobre la cultura de la violación es que, a pesar de haber alcanzado muchas metas, la sociedad todavía debe aprender en materia de igualdad para dejar atrás aberrantes actos, como la violación, y para construir los pilares de un mundo más justo. Tal vez las redes sociales no sean el mejor lugar para aprender, pero sí para generar conciencia y crear unas redes de sororidad que traspasen fronteras. Ojalá todas aquellas mujeres se sintiesen arropadas sabiendo que no estaban solas, ojalá todas las voces de la presente antología consigan vivir para ver a las futuras generaciones ejercer como ciudadanas y ciudadanos en plena igualdad, ojalá aquella limpiadora estuviese viva para contarlo, para denunciarlo, para gritar a los cuatro vientos que hasta los ídolos pueden ser auténticos monstruos. No es para tanto. Notas sobre la cultura de la violación: 29 testimonios de horror, desesperación, recuerdo, tristeza, superación, convivencia con el trauma, desahogo, reflexión, introspección, análisis... 29 historias para leer, releer, asimilar, llorar y recomendárselas a quienes todavía creen que las leyes contra la violencia de género deberían desaparecer.
Frases o párrafos favoritos:
"Miré hacia mi hija, que ahora estaba en los columpios y me di cuenta de que llevaba 30 años culpándome por algo que me sucedió cuando tenía solo seis”.
"“La única manera que yo veo efectiva de llevar a cabo esta educación es desmantelando la construcción que hace pasar el abuso sexual como acto sexual”.
"La violación si es para tanto porque es una estructura: no un exceso, ni una monstruosidad, sino la conclusión lógica del capitalismo heteropatriarcal, es el efecto de ese feo eufemismo polisilábico que designa al poder estatal”.
Película/Canción: existen, pocas por desgracia, algunas películas que han abordado el tema de la violación desde una perspectiva feminista. Sin embargo, ya que quedan menos de 24 horas para que la huelga feminista tenga lugar, ¿qué mejor forma de exigir respeto que cantando? Si es que Aretha Franklin era toda una genia.
¡Un saludo, a seguir leyendo y larga vida a la huelga feminista!
Cortesía de Capitán Swing