Y ESO FUE LO QUE PASÓ
Título: Y eso fue lo que pasó.
Autor: Natalia Ginzburg (Palermo, 1916-Roma, 1991) es una de las voces más singulares de la literatura italiana del siglo XX. Publicó en 1934 su primera narración, a la que siguieron obras teatrales, ensayos - Las pequeñas virtudes (1962), Mai devi domandarmi (1970), Serena cruz o la verdadera justicia (1990) -, novelas - El camino que va a la ciudad (1942), Nuestros ayeres (1952), Valentino (1957), Las palabras de la noche (1961), Léxico familiar (1963), Querido Miguel (1973) y Vita imaginaria (1974) -. Así como la biografía de Antón Chejov (1987).
Editorial: Acantilado.
Idioma: italiano.
Traducción: Andrés Barba.
Sinopsis: publicada en 1974, Y eso fue lo que pasó, la segunda novela de Natalia Guinzburg, es la historia de un amor desesperado; una confesión, escrita con un lenguaje sencillo y conmovedor, de la desgarradora lucidez de una mujer sola que durante años ha soportado la infidelidad de su marido y cuyos sentimientos, pasiones y esperanzas la abocan a extraviarse inexorablemente.
Su lectura me ha parecido: intensa, pesimista, breve, contundente, desgarradora, dramática, catártica, reflexiva, muy necesaria...Hace unos días, en la entrada conmemorativa del quinto aniversario del blog, señalé que una de las cosas que iba a seguir haciendo como única administradora del blog era reseñar más libros escritos por mujeres. Aunque bien es cierto que en los tiempos que corren se está poniendo en valor más que nunca el trabajo de las mujeres en los diferentes ámbitos de la sociedad, abarcando todas las profesiones y facetas, siento que éste, el de las escritoras, merece que sea especialmente reconocido y visibilizado. A lo largo de este último año he ido descubriendo nuevos libros, nuevas historias, nuevos e interesantes personajes, nuevos estilos narrativos, pero sobre todo, nuevos autores con nombre de mujer. Y lo más interesante de todo es que, las lecturas que más me han marcado, en su mayoría, fueron escritos por mujeres con vidas y carreras tan apasionantes como sus novelas. Esto no debería sorprendernos, pues, al menos en mi caso, he encontrado en sus palabras una especie de refugio en los días turbios y un espacio de reflexión que pocas veces encontramos en la literatura escrita por hombres. La mirada es otra, la experiencia es distinta, la percepción sobre los grandes temas varía ligeramente, destaca el tratamiento de temas nuevos, hasta en la propia escritura se nota. Sólo hace falta fijarse un poco para apreciarlo y comprobar como todos estos pequeños detalles hacen que la literatura producida por el sexo femenino es tan necesaria hoy en día. Eso mismo sucede con el libro que hoy tengo el placer de reseñar, de potente mensaje y escrito por una mujer, Natalia Ginzburg, cuya vida desconocía y que merece un capítulo a parte. Y eso fue lo que pasó: la desmitificación más sincera e impactante de la vida marital.
La historia de como este libro llegó a mi casa es bien sencilla. Para seros totalmente sincera, y creo que a muchos les pasó lo mismo, hace unos años el nombre de Natalia Ginzburg no me decía nada. Jamás había oído hablar de esta autora, ni siquiera recuerdo haber leído su nombre en los libros de historia de la literatura. ¿Casualidad? No lo creo, siempre ha sido destacado el trabajo de ellos antes que el de ellas. Polémicas a parte, lo cierto es que me enteré de su existencia no hace mucho, el año pasado en concreto, cuando algunas de las editoriales se lanzaron de lleno a editar sus principales novelas traducidas, en algunos casos por vez primera, al castellano. Debido a este boom una servidora sintió verdadera curiosidad por las novelas de esta escritora, pero de entre todos ellos, el presente título, Y eso fue lo que pasó, es el que logró captar mi atención. Tanto fue así que aquellas navidades se convirtió en uno de los regalos que mi madre recibió el día de Reyes. Primero fue ella la que primero lo leyó y tras su entusiasta recomendación, acabé por adentrarme en sus páginas tiempo después. El resultado no pudo ser más positivo a la par que inquietante. Sin embargo, una parte de mi deseaba saber más cosas de su autora, como si conocer su biografía me ayudase a entender mejor no sólo Y eso fue lo que pasó, si no toda su producción literaria que espero poder descubrir poco a poco. De este modo, y con ayuda de internet también, descubrí a una autora bastante interesante. Italiana, apellidada Levi, criada en el seno de una familia acomodada, casada en primeras nupcias con el intelectual antifascista Leone Ginzburg con quien tuvo tres hijos, amiga de Cesare Pavese, sufrió las consecuencias de desafiar al régimen de Mussolini primero en el destierro a Pizzioli y después con el asesinato de su marido en una cárcel italiana tras ser torturado. Novelista, dramaturga, biógrafa y ensayista, Ginzburg también hizo carrera política hasta lograr un escaño en el parlamento por el Partido Comunista Italiano en 1983. En total Ginzburg publicó dieciocho novelas, once obras de teatro, cuatro ensayos y una biografía, además de trabajar bajo las ordenes de Pier Paolo Pasolini en la película El Evangelio según San Mateo dando vida al personaje de Maria de Betania. Con esta biografía, la cual ahora que lo pienso merecería ser plasmada en algún artículo, ¿Cómo es posible que haya pasado totalmente desapercibida para mi durante todo este tiempo? La respuesta, creo que muchos la habréis adivinado.
En lo que respecta a la reseña propiamente dicha, comenzaremos apuntando que, a pesar de que en la publicidad que se ha hecho de este texto se haya definido a Y eso fue lo que pasó como una novela, lo cierto es que lo más correcto, bajo mi punto de vista, es referirse a ella como novela corta o incluso como relato. Su perfecta condensación y su brevedad (tan sólo tiene 110 páginas) consiguen que esta obra literaria tenga más valor en manos del lector de a pie. Una vez aclarada esta cuestión, debemos iniciar esta crítica por lo verdaderamente importante: la historia que en ella se narra. Pues, de no ser así, creo que le haríamos un flaco favor al texto y a lo que éste transmite. Italia, mediados de los 40 del pasado siglo, dos protagonistas y un conflicto: el fracaso de un matrimonio. Este argumento lo encontramos en muchas novelas, tantas como libros publicados. Sin embargo, y aunque al principio la protagonista se parezca ligeramente a la de La plaza del diamante, de Mercè Rodoreda, tras avanzar un poco en su lectura descubrimos como este personaje experimenta un cambio drástico en su personalidad. Al igual que el marido, el otro pilar fundamental de esta historia, quien también sufre una evolución más convencional pero no por ello carente de interés en lo que respecta a la resolución final del relato. Dos polos opuestos. Ella anodina, confiada, inocente, de apariencia frágil y que poco a poco se da cuenta de que el matrimonio y la maternidad no constituyen una panacea para la mujer. Él egoísta, insatisfecho, que nunca se toma nada en serio y que desea tener todo bajo control. Lo que más le asusta a ella es la soledad. A él la libertad y lo inabarcable. Y como no podía ser de otra manera, estos dos mundos convergen durante el primer tramo del relato, dando como resultado una relación tóxica en la que él hace lo que le da la gana sin importar las consecuencias y en la que ella acaba atrapada en una espiral de extrema dependencia de la que parece imposible salir. Hasta llegar a un catártico final en donde ella tendrá la última palabra de esta historia. Este juego que Ginzburg propone al lector provoca que éste se vea inmerso en una narración tortuosa, con giros inesperados y durante la cual no puedes evitar sentir angustia, impotencia y unas ganas terribles de no dejar a medias el relato. Es tal el grado de implicación del lector en esta historia que cuando finalizas su lectura te sientes devastado, pero también maravillado ante el talento narrativo de Ginzburg. Para conseguir que la experiencia lectora sea inolvidable, para bien y para mal, usa algo tan clásico y tan socorrido como la narración en primera persona. Algo tan simple puede sorprendernos, pero hay que saber usarlo, sin caer en lo evidente o ya visto, llevándolo a lo particular, algo que sin duda, Ginzburg demuestra en Y eso fue lo que pasó. Evidentemente no podemos dejar de lado la importancia, vital en este caso, de unos personajes secundarios bien construidos que logran estar a la altura de los protagonistas. No quiero dar muchas pistas sobre sus características, pues, me gustaría que algún día pudierais leer el libro. Pero sólo os diré que éstos sorprenden y mucho. Por otro lado, no podemos hablar de Y eso fue lo que pasó sin referirnos a ese pesimismo que envuelve la novela. Mucho se ha hablado de si el contexto en el que escribió el relato (su regreso a Turín con sus tres hijos tras el asesinato de su marido en manos de los fascistas) influyó de manera notable sobre su escritura. A juzgar por la prosa del libro podríamos aventurarnos a pensar que si, que lo ocurrido afectó enormemente a su prosa. Pero la verdad sea dicha, el estado de ánimo, terrible en este caso, ha dado como resultado un texto más oscuro, si, pero bastante redondo y con una aproximación psicológica deslumbrante. No se como son el resto de libros de Ginzburg, pero lo que está claro es que en ocasiones, la experiencia, por muy dura que sea, a veces nos recompensa con obras de arte. Por último, resaltar el hecho de que, a pesar de que nos encontramos ante un texto corto, los temas que ésta abarca son del todo importantes. La violencia de género, la maternidad, el matrimonio, el choque entre realidad e idealización, la infidelidad, la dependencia e incluso la sororidad femenina están muy presentes a lo largo del relato.
En este último párrafo, dedicado a la reflexión y al debate, me gustaría en esta ocasión detenerme en una cuestión que me ha resultado especialmente llamativa de este libro. Sabemos que Alberto es el nombre que recibe el personaje del marido y conocemos el nombre de dos de los personajes femeninos secundarios más importantes, Giovanna y Francesca. Pero por el contrario nunca conocemos el nombre de la protagonista de la novela, de la mujer al rededor de la cual gira toda la trama del relato, la persona que narra a modo de confesión todo lo sucedido, la que soporta, en definitiva, todo el peso de la historia sobre sus hombros. Sabemos de todo sobre su personalidad, sobre sus deseos, sobre sus frustraciones, incluso Ginzburg nos da la oportunidad de adentrarnos en el terreno más psicológico, en la trastienda de lo que no se ve. Pero jamás sabemos el nombre que engloba todas esas características. Corregirme si me equivoco, pero creo recordar que es así. Este hecho me ha hecho que pensar, más allá de los temas más abrumadores que desfilan a lo largo de Y eso fue lo que pasó. Además de lanzar una clara advertencia sobre el peligro que corre la sociedad al idealizar cuestiones como el matrimonio o la maternidad, Ginzburg parece gritarnos algo igual o más importante. Y es que, al no darle un nombre a la protagonista del relato, nos está queriendo decir, de la forma más clamorosa posible que las mujeres, provengan de la extracción social que sea, no pueden tener individualidad, sino que constituyen una masa de anónimas cuya opinión poco importa. Pero hay más. Ginzburg no se refiere exactamente a todas las mujeres, sino a las que toman la iniciativa, a las que toman decisiones por si mismas, a las que trasgreden la norma, a las que, como la protagonista de Y eso fue lo que pasó, se atreven a hablar, a contar la verdad, aunque duela, en definitiva, a ejercer la libertad. Hemos hablado en numerosas ocasiones de esas grandes mujeres que a lo largo de la historia han sufrido un injustificado olvido, borrando de un plumazo sus contribuciones a los diferentes campos del saber, ocultando sus nombres bajo la alfombra, entre polvo y suciedad. Lo mismo sucede con las que no han inventado cosas o han escrito grandes obras literarias, pues, su nombre no importa, y más si éste resultaba ser nombre de mujer. O incluso podemos encontrar este problema en un producto de enorme consumo de masas como puede ser el cine. ¿En cuántas películas sabemos el nombre de los personajes femeninos que en ella salen? Os sorprendería conocer la cantidad de productos audiovisuales en los que aparece una mujer cuyo nombre ficticio nunca sabremos. Esta demostrado, al poder patriarcal le da miedo que las mujeres piensen, escriban, luchen, inventen, pinten, bailen...Pero sobre todo que hablen, como la protagonista de Y eso fue lo que pasó, que tras un terrible anonimato, cuenta sin filtros una experiencia terrible. Ese es el verdadero mensaje de esta novela, el cual, ha querido transmitirnos Natalia Ginzburg de la forma más universal posible: nosotras tenemos individualidad, que nadie ose arrebatártela. Y eso fue lo que pasó: una historia de insatisfacción, violencia, dura maternidad, infidelidades, secretos, violencia...Un libro de personajes inolvidables, un relato intenso de principio a fin.
Frases o párrafos favoritos:
"Cuando una muchacha está demasiado sola y lleva una vida demasiado monótona y agotadora, cuando se ve con poco dinero en el bolso y los guantes viejos, se le va la imaginación a diario detrás de tantas cosas que al final se encuentra indefensa frente a todos los errores y trampas que le pone la fantasía."
Película/Canción: aunque alguien debería ponerse las pilas y adaptar esta novela, os adjunto la pieza que me ha acompañado durante la redacción de esta reseña. Realmente emocionante.
¡Un saludo y a seguir leyendo!