Revista Talentos
Para empezar, del libro de Carlos Augusto Casas me llamaron la atención el título y la portada. Era un buen comienzo. Luego supe que había sido ganador del VI premio Wilkie Collins de Novela Negra, como el año anterior lo fue Salvador Robles con Troya en las urnas. Más tarde seguí con interés su acogida en los medios, que iba en la misma dirección. Sólo me quedaba coincidir con el autor en alguna feria para hacerme con un ejemplar firmado. Estaba de suerte: nuestro editor, la casualidad, o ambos, tuvieron a bien llamarnos a firmar juntos en la Feria del Libro de Valladolid.
Durante las horas de descanso —firmábamos mañana y tarde—, ya me leí el primer capítulo. Eso bastó para celebrar mi intuición. Lo que escribe Augusto Casas difiere mucho de lo que escribo yo, pero en cuanto a gustos no me ciño a nada, solo al placer del disfrute de una buena obra. Pues bien, te contaré algo de lo que puedes encontrar en esta: en primer lugar, una esmerada corrección que ha eliminado todo lo innecesario. El submundo que describe la novela es tan descarnado y mugriento, que deslumbra la limpieza con que lo recrea. Nada falta ni sobra en la composición, la eficacia narrativa es inmediata, manejando el diálogo con tal tino que con frecuencia sustituye a la parte descriptiva, en frases que revelan los paisajes interiores como radiografías. Pero no busques en las placas actitudes políticamente correctas, ni con lupa las encontrarás. No busques moralejas ni cosas por el estilo. Busca solo literatura de la buena.
Hallarás también un muestrario tipológico de la miserabilidad humana, de su indolencia; descenderás hasta un círculo del infierno donde crepita la escoria al rojo vivo. Busca y encuentra tus propios miedos: a la insignificancia, a la vejez, a la certeza de ser prescindible. Busca tus penurias y desidias, tus tedios y heridas, tus rencores y tu necesidad apremiante de repartir justicia donde nadie la impone. Muchos cadáveres, sí, más por casi ninguno de ellos movería un dedo una persona de bien. Terapia restitutiva de sofá, lo llamo. El protagonista lo tiene claro. Prefiere arañar el dolor y enseñar los colmillos como un lobo rabioso, a vivir como un perro moribundo, asqueado de sí mismo y que a nadie importa, .
No carece lo narrado de un trasfondo vital y filosófico que sin pretensiones va iluminando la trama aquí y allá, sin detenerse apenas en lamentos, perdiendo el respeto a casi todo para poder respetarse. Sorprende que una historia tan lóbrega deje entrever la luz de una resurrección, aunque sea en las cloacas.
Ya no quedan junglas adonde regresar, está llamada a convertirse en un clásico del género, porque está muy bien escrita, su lectura es adictiva, su planteamiento brillante, y nos impacta con la familiaridad que suscita; demasiada como para no reconocer en ella nuestros reflejos más arcanos.
Cuando la ficción altera la realidad previsible, llevando a cabo por nosotros las acciones que secretamente alguna vez hemos acariciado, como simple desahogo a situaciones que percibimos injustas, esa misma ficción ayuda a evitar males mayores que de no tener dicha salida, abandonarían con más frecuencia el reino de los deseos para invadir la realidad. No habría suficientes cárceles para tanto homicida ni por supuesto, junglas adonde regresar.
Mariaje López